De cuando León Tolstói trató de boicotear sus propios libros
En sus últimos años el gran León Tolstói (1828-1910) decidió abandonar la literatura y se convirtió en una especie de profeta que, bajo unos conceptos basados en un cristianismo original y pacifista, rechazaba la propiedad privada, la promiscuidad y muchos de los aspectos que había traído el mundo moderno. Y en ese camino trató de arrinconar su propia literatura. Hoy, en el aniversario de su nacimiento, hablamos de esta historia.
Hubo un momento, al final de su vida, en que Tolstói se arrepintió de haber sido escritor. Se olvidó de sus obras, apartó su pasado y empezó a afirmar que sus textos clásicos ya no tenían valor. Que lo único que habían logrado con ellos era distraer a sus lectores del que debía ser el verdadero objetivo del ser humano: la vuelta a los valores originales del cristianismo, en donde ya no tenían cabida las propiedades, los placeres del cuerpo o la violencia.
Fue la última de las conversiones que protagonizó León Tolstói. Durante su juventud se había valido de su posición aristocrática y acaudalada para cometer todo tipo de excesos. Así, son notorias sus reiteradas relaciones con mujeres de toda clase y condición, su gusto por el tabaco y la bebida sin medida e, incluso, un placer estético por el mundo de la violencia, como demuestran algunas de las cartas que escribió tras su participación como oficial de artillería en la guerra de Crimea. Aunque quizá uno de sus episodios más llamativos sea aquel que, por una apuesta, perdió la casa familiar, que su contrincante desmontaría luego pieza a pieza para llevársela hasta sus tierras.
Luego Tolstói se apartó de esa vida e inició su carrera como escritor. Y en el camino dio para el mundo algunas de las más bellas y sobresalientes obras de la historia de la literatura; textos que sentaron un nuevo canon que influyó a todas las generaciones posteriores y que le aportaron fama y alabanzas en todos los rincones del mundo. Hasta que tras sufrir una crisis personal se acercó a la religión y empezó a considerar que sus novelas, por mucha pasión que hubiera puesto en ellas, no habían conseguido ofrecer nada al mundo. Y es que, se decía, ¿de qué había servido la reconstrucción histórica de Guerra y Paz, con sus más de 600 personajes y con esos tipos y temas que tanto le alababan? ¿Y qué función tenía su Ana Karenina, esta historia de amor en la que su protagonista desafiaba la sociedad de su tiempo para al final descubrir que el mundo es cruel y que hasta los que se consideran amores puros pueden acabar decepcionando?
León Tolstói con sus nietos, Ilia y Sonia
Por entonces, ya Tolstói parecía haberse convertido en un profeta. Alguien que únicamente estaba pendiente de divulgar su mensaje cristiano. Aunque en aquel camino que emprendía se ganara el rechazo de la propia Iglesia, que consideró que el mensaje del escritor estaba muy cerca de la herejía. Desde entonces, defendió una serie de máximas que incluían el vegetarianismo, el respeto a los animales y a la naturaleza, la abstinencia sexual y la defensa de todos estos principios desde un movimiento revolucionario que en todo momento debía ser pacífico. Así, el hombre que antaño había tenido una hacienda con 700 siervos, defendió la frugalidad absoluta e incluso rechazó que se llevaran a su casa agua corriente o electricidad. Es más, cuando en 1901 le dijeron que pensaban darle el premio Nobel se indignó y afirmó que si se lo concedían entregaría todo el dinero a los perseguidos políticos. Él no quería nada de eso. Le satisfacía más, por ejemplo, la escuela para niños pobres que había fundado o escribir libros de texto para ellos. Ni siquiera los ruegos que le hizo Iván Turguénev desde su lecho de muerte, diciéndole que debía retomar la escritura porque el mundo se estaba perdiendo grandes obras, le hicieron cambiar un ápice sus decisiones.
Su mensaje caló en muchos de sus seguidores e incluso alcanzó a personalidades de la talla de Gandhi y Martin Luther King, que tomaron su idea de una revolución sin violencia. Pero también llevó a que muchos le atacaran y le ridiculizaran, buscando derribar la imagen que el escritor había construido a lo largo de su vida. Sin embargo, sus libros eran demasiado grandes como para sucumbir ante las actitudes de unos y de otros. Y es que Tolstói fue injusto consigo mismo: sus obras hicieron mucho más bien del que creía, también, en ese componente ético que él buscó. Allí están, por ejemplo, su denuncia de las desigualdades sociales y la hipocresía humana, al igual que su preocupación por la pobreza o su interés por la posición de la mujer (basta con leer Ana Karenina para observar cómo la sociedad es mucho más cruel en sus juicios hacia ella que hacia los hombres que cometen sus mismos “pecados”). Sin olvidar sus agudos análisis históricos, su profundidad psicológica, la belleza de sus narraciones y todo lo que hizo para profundizar, desde la novela, en el corazón humano. Y es que su literatura iba más allá de todo lo que su propio autor pudiera decir en contra. Y por eso Tolstói, al final, sobrevivió. Pese al mismo Tolstói.