La sorprendente historia de Annie Edson, la mujer que se arrojó por las cataratas del Niágara dentro de un barril

Annie Edson posando con su barril
Annie Edson Taylor (1838-1921) fue una profesora de escuela que en 1901 alcanzó cierta notoriedad tras realizar una sorprendente gesta: arrojarse desde lo alto de las cataratas del Niágara dentro de un barril dejándose llevar luego por la corriente. Su fama, sin embargo, duró poco.

En 1900 Annie, tras ver cómo se quemaba su casa y perdía su dinero por efecto de una mala gestión, se desesperó. Era viuda, tenía 62 años y, tras una vida trabajando en muy distintos oficios –de maestra a profesora de baile-, todo parecía estar a punto de desvanecerse por culpa de la mala suerte. De modo que, para evitar una vejez muy gris, decidió hacer algo tan estrambótico como peligroso: alcanzar la fama siendo la primera persona en arrojarse por las cataratas del Niágara encerrada dentro de un barril.

No era un pensamiento tan descabellado como pudiera pensarse en principio. Aquellos eran los años en que figuras como Harry Houdini o los Barnum & Bailey ganaban grandes cantidades de dinero desafiando a la muerte. En las propias cataratas, de hecho, se habían vivido ya algunas hazañas y tragedias, como la del nadador Matthew Webb, célebre por haber sido la primera persona conocida en cruzar a nado el Canal de la Mancha y que había fallecido ahogado en 1883 intentando repetir la proeza en los rápidos del Niágara. Caso que, aunque no asustó a Annie, sí hizo que algunas personas prefirieran no apoyarle, tras ver en aquel proyecto un intento de suicido. Pero ella siguió insistiendo, pues, como pensaba, cualquier cosa era mejor que la indigencia. Así lo había demostrado años atrás cuando, según relató en sus memorias, le atracaron en Texas poniéndole una pistola en la cabeza y, dispuesta a todo para proteger los 800 dólares que llevaba ocultos en su vestido, exclamó: “Disparad, prefiero estar sin cerebro que sin dinero”.


Annie posando con su barril (en donde puede leerse “La reina de la niebla”). Arriba, su gato

Al final Annie logró sacar su proyecto adelante y encargó a una empresa local la construcción de un barril de roble y hierro con el interior acolchado a partir de un diseño realizado por ella misma. El resultado satisfizo a Annie, quien, a objeto de ver su resistencia, decidió ponerlo a prueba arrojándolo a las cataratas con un inocente gato doméstico en su interior. Cuando diecisiete minutos después recuperó el barril y comprobó que el animal seguía vivo, estuvo convencida de que todo iba a salir bien. Por cierto, de ese minino se conserva una foto en donde aparece sentado en el barril junto a Annie.

Horseshoe Falls en 1859

La fecha elegida para el gran acto fue el 21 de octubre de 1901 (aunque algunas fuentes señalan el 24, coincidiendo con el cumpleaños de ella). Ese día las gentes se agolparon en el lugar con gran expectación. Se celebraba además en las cercanías la Exposición Panamericana de 1901, por lo que muchos aprovecharon la ocasión para dirigirse a las cataratas. Algunos se sorprendieron al encontrarse con la mujer, pues ella había dicho a los periodistas que tenía poco más de 40 años, convencida de que si la creían más joven tendría mayor poder de convocatoria. Así, ante la vista de todos, se metió en el interior del barril y dejó que atornillasen la tapa, quedando el interior totalmente sellado y con aire suficiente para al menos una hora. Luego, tras asegurarse sus ayudantes de que todo se había hecho correctamente, lanzaron el barril al agua y este empezó a moverse, empujado por los rápidos del río, en un viaje aterrador que duró unos veinte minutos y durante el cual cruzó las famosas Horseshoe Falls, con el barril girando constantemente y sufriendo enormemente tras caer desde lo alto. Como ella escribió: “Sentí como si me estuvieran asfixiando, pero decidí ser valiente”.

Horseshoe Falls. Obsérvese la altura de la cascada (1859)

A continuación, los equipos de rescate, encabezados por Carlisle Graham –famoso por ser el primer hombre en correr los rápidos en una balsa-, atraparon el barril y, tras abrirlo, comprobaron que Annie solo había sufrido una herida en la cabeza. “Buen Dios, ¡está viva!” –exclamó Graham, ante el aplauso de los espectadores. Luego, magullada y mareada, salió y dijo a los periodistas: “Advertiría, aunque fuera con mi último aliento, que nadie intentara esta hazaña. Prefería ponerme ante la boca de un cañón, sabiendo que me iba a hacer pedazos, que vivir de nuevo esta caída”.


El equipo de rescate ayudando a Annie a alcanzar la orilla

Las expectativas de Annie, desafortunadamente, no se cumplieron. Es verdad que logró ganar cierta fama y que durante un tiempo se le vio por la zona de las cataratas junto a su barril vendiendo a los turistas un folleto en donde relataba su historia, pero poco a poco su figura fue cayendo en el olvido. Aunque, igual, trató de hacer lo posible para sobrevivir. Intentó escribir una novela, participó en una película, pensó en saltar nuevamente la cascada, vendió tratamientos terapéuticos magnéticos y hasta trabajó como “clarividente”. Cuando falleció en abril de 1921 era casi una desconocida, aunque algunos periódicos le dedicaron un espacio. The Buffalo Express señaló, por ejemplo, que en sus últimos años había sido estafada por “gerentes sin escrúpulos”. De hecho, uno de ellos, Frank M. Russell, llegó a robarle su barril, obligando a Annie a gastar una parte de sus ahorros en detectives para encontrarlo. Un triste final para alguien que aunque no logró solucionar su vida, sí al menos tuvo la satisfacción de haber luchado en todo momento, realizando, con ello, una gesta única para la historia.