El antipapa Benedicto XIII, el “Papa Luna”, y su vinculación con la expresión “mantenerse en sus trece”

Benedicto XIII

En su juventud Pedro Martínez de Luna (1328-1423) quiso ser militar, pero luego prefirió estudiar leyes e iniciar una carrera eclesiástica. En 1394, en pleno Cisma de Occidente, se convirtió en papa de Aviñón y tomó el nombre de Benedicto XIII. Desde entonces, y hasta la fecha de su muerte, pugnó con los representantes de Roma y del Vaticano para que los reinos europeos le reconocieran como el único papa legítimo. Su actitud popularizó –o, quizá, incluso, la originó- la expresión “mantenerse en sus trece”.

Tras la muerte del francés Gregorio XI en 1378, séptimo papa de Aviñón, se reunieron en Roma los cardenales encargados de elegir a su sucesor. Cada uno de ellos tenía a su favorito, según los juegos de poder de la Europa del momento. A excepción de dos, según señalan los historiadores, Roberto de Ginebra y el zaragozano Pedro Martínez de Luna y Pérez.

El cónclave tenía lugar en un ambiente difícil. Los habitantes de la ciudad se manifestaban en las calles cercanas y exigían que se nombrase a su candidato, pues deseaban que el Papado volviera a Italia, tras tanto tiempo en tierras francesas. Algunos, incluso, llegaron a entrar en el edificio en donde estaban los cardenales para exigirles que aceptaran sus peticiones. Hasta que, bien por las presiones, bien por libre decisión, el elegido fue el hombre propuesto por Pedro Martínez de Luna, el italiano Bartolomeo Prignano, cosa que, por supuesto, complació a los manifestantes. De este modo el 8 de abril se convirtió en papa y tomó el nombre de Urbano VI. Quedaban así atrás las candidaturas francesas de los lemosinos y los galicanos (un detalle importante: los representantes de Aviñón no estaban en la ciudad y no pudieron formar parte de la votación).

Miniatura del siglo XV de un manuscrito de las Crónicas de Jean Froissart, que representa el gran Cisma de Occidente

Las cosas, como es de suponer, no terminaron allí. Había demasiadas disparidades como para que se aceptara fácilmente la decisión. El mismo Pedro Martínez de Luna conforme pasaron las semanas cambió de opinión y consideró ilegal la elección. Principalmente, porque al hecho de no personarse todos los cardenales, se sumaban las presiones que sobre los presentes habían ejercido las multitudes violentas. De modo que el 20 de septiembre Pedro, junto al grupo de disidentes al cual pertenecía, decidió destituir al papa y elegir en su lugar a Roberto de Ginebra, quien tomó el nombre de Clemente VII.

Con ello acababa de iniciarse el llamado “Cisma de Occidente”, durante el cual los representantes de los distintos reinos y grupos eclesiásticos apoyarían a uno u otro papa según sus intereses y creencias. Así, a Clemente le apoyaron los reinos de Francia, Dinamarca, Escocia, Castilla, Aragón, Navarra, Noruega y Portugal, además de algunos estados alemanes y los territorios de los Saboya; mientras que a Urbano VI le fueron fieles casi todos los estados del Imperio, Inglaterra y los italianos.

Por un tiempo, pues, hubo dos papas sobre la tierra, algo que causó gran confusión en la cristiandad, más aún, cuando ambos se excomulgaron entre sí junto a todos los fieles que representaban. Por eso obispos, como el de Toledo pasaron a decir desde entonces durante las eucaristías la frase “pro illo qui est verus papa”, esto es, “por quien es el verdadero papa”.


Mapa que representa la división europea durante el Cisma de Occidente. En naranja aparecen quienes obedecieron a Aviñón; y en azul, a Roma. Portugal y los otros territorios que aparecen en verde apoyaron, según periodos, a ambos bandos. 

Fue en 1394 cuando Pedro Martínez de Luna adquirió un protagonismo único, pues ese año murió Clemente VII y él se convirtió en el nuevo papa de Avignon bajo el nombre de Benedicto XIII. Desde entonces inició una lucha con los papas de Roma que le llevó a, por supuesto, ser excomulgado y calificado como hereje. Siempre convencido de sus razones y con una obstinación que le iba a llevar a perder incluso el apoyo de algunos de sus valedores, entre ellos su compatriota el rey de Aragón Fernando I.

El paso del tiempo hizo todavía más compleja la situación, pues en 1409 se pidió a Benedicto XIII y al entonces papa de Roma, Gregorio XII, que acudieran al Concilio de Pisa para resolver el conflicto, pero como ninguno aceptó la propuesta los reunidos decidieron deponer a ambos y elegir a otro, Alejandro V, llegándose a una situación aún más enrevesada, pues a partir de esa fecha ya no hubo dos papas, sino tres, enfrentados entre sí. Solo en 1417 comenzó a resolverse el Cisma de Occidente, pues los reinos enfrentados llegaron a un acuerdo y dieron su apoyo a Roma.

Ahora bien, Benedicto XIII, hizo caso omiso a esta decisión. Se recluyó en su castillo de Peñíscola, cada vez más solo, sin dejar de defender que él era el papa verdadero. De hecho, se dice que en sus últimos años solía repetir la frase Papa sum et XIII (“papa soy y el decimotercero”). De allí que se le asociara desde entonces con la expresión “mantenerse en sus trece” (aunque no hay consenso, hay muchos investigadores que afirman incluso que este fue el origen de la misma).

Así estuvo el llamado “papa Luna", “manteniéndose en sus trece”, hasta su muerte, en 1423. Le sucedería Clemente VIII, quien sería papa de Aviñón durante seis años más, antes de que, finalmente, se llegara a un acuerdo y quedara atrás el cisma. Aunque no sin importantes consecuencias para la historia de Europa.

Estatua del Papa Luna en el castillo de Peñíscola, obra del músico y escultor Sergio Blanco