Los fuegos artificiales, de la antigua China a la actualidad
Los fuegos artificiales llevan acompañando al ser humano desde hace más de un milenio y, pese al tiempo transcurrido, logran provocar la misma fascinación. En sus inicios, sin embargo, estuvieron vinculados a las elites y fueron un símbolo más de poder, de allí que los encargados de realizarlos tuvieran un destacado papel social.
No se sabe el origen exacto de los fuegos artificiales, pero ya hay referencias de su uso en la China del siglo VII de nuestra era. En algún momento alguien descubrió que la mezcla de salitre, azufre y carbón producía un compuesto explosivo, y su invento tuvo tanto éxito que acabó formando parte de la cultura del lugar. Desde entonces fue habitual ver los fuegos en las grandes celebraciones religiosas y otros tipos de espectáculos, al punto de que la profesión de pirotécnico acabó convirtiéndose en una de las más respetadas por el trabajo y peligro que acarreaba.
Durante largo tiempo los fuegos, como la pólvora, no salieron de oriente. Solo a partir del siglo XIII esto cambió, cuando los árabes supieron de ella, además de algunos comerciantes y viajeros, entre ellos, Marco Polo, quien al llegar a Europa trajo consigo algunos petardos para mostrarlos a sus conocidos.
Fuegos artificiales en un dibujo del siglo XVIII sobre el puente Ryōgoku (Museum of Fine Arts, Boston)
A partir de entonces los fuegos de artificio, cuya elaboración exigía enormes cantidades de dinero, comenzaron a ser un símbolo de poder para las elites europeas. La reina Isabel I de Inglaterra, por ejemplo, demostró ser tan fanática de estos espectáculos que creó la figura del “Fire Master of England” (“Maestro del fuego de Inglaterra”), encarnada por el mejor y más respetado fabricante de fuegos artificiales del reino. Se sabe que en sus espectáculos solía incluirse un dragón enorme (a veces, dos) lleno de petardos y molinillos, dando la sensación de que respiraba fuego. Por cierto, en una de esas celebraciones los proyectiles alcanzaron un pueblo cercano, haciendo arder varias casas hasta los cimientos, y la reina se vio obligada a dar una compensación por los destrozos.
Son, pues, comunes las alusiones a los fuegos artificiales en grandes actos europeos como, por ejemplo, en la coronación de los reyes, las celebraciones de victorias militares, obras de teatro o festividades religiosas. También, para iluminar palacios y jardines o, incluso, realizar espectáculos musicales. Jorge II, por ejemplo, encargó al mismísimo Georg Friedrich Händel una pieza para acompañar en 1749 los fuegos con que pretendía celebrar los resultados de la guerra de Sucesión de Austria.
"Citysquare with Fireworks", de Dirk Langendijk (1796)
Aún así, por siglos nadie pudo superar la calidad y belleza de los fuegos chinos, por eso cuando los viajeros los veían quedaban impresionados, sorprendiéndose también de que no los emplearan para guerrear. Matteo Ricci, un jesuita italiano del siglo XVI, dijo tras vivir en oriente: “Los chinos no dominan el uso de las armas ni de la artillería, y apenas las emplean en la guerra. En cambio, gastan abundantes cantidades de salitre en la fabricaciones de los fuegos artificiales”. Hubo que esperar a la década de 1830 para que los químicos italianos lograran realizar, a través del proceso de oxidación, fuegos con complejas combinaciones de colores, superando así a sus maestros. Además, lograron producirlos más baratos, de modo que desde entonces pasaron a estar al alcance de los otros grupos sociales.
Los cambios y mejoras han hecho que la que antaño fue una exquisitez lujosa se pueda hoy encontrar en muy diversas tiendas. Y es que, pese al paso de los tiempos y a los constantes cambios tecnológicos, los fuegos artificiales siguen manteniendo la misma característica: su capacidad de fascinar al público.