Cuando Gabriel García Márquez creó ‘Cien años de soledad’
Dicen algunos autores que tras leer Cien años de soledad es difícil contemplar la literatura del mismo modo. Y es que la obra supuso un antes y un después, tanto para el público como para los escritores de su tiempo, que quedaron totalmente sorprendidos por la originalidad de sus páginas y los nuevos caminos que esta abría. Hoy, aniversario de la muerte del gran Gabriel García Márquez (1927-2014), recordamos la curiosa forma en que nació su libro más famoso y lo que este implicó para la historia de la literatura.
Un día de principios de 1965, mientras conducía hacia Acapulco junto a su esposa e hijos para pasar el fin de semana, Gabriel García Márquez sintió una ráfaga de inspiración, tan intensa que a punto estuvo de chocarse con una vaca que cruzaba la carretera. Fue un momento único, revelador, que le convenció de algo: aquel era el momento de escribir la novela que desde hacía tiempo creía llevar dentro, la cual, en sus propias palabras, iba a ser “no solo distinta de cuanto había escrito hasta entonces, sino de cuanto había leído”. Tras ello, dio inmediatamente la vuelta y regresó a Ciudad de México. Las vacaciones podían esperar. Su inspiración, no.
Entonces “Gabo” tenía 37 años y había publicado tres novelas excelentes, incluidas El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La hojarasca (1955), en donde ya asomaba Macondo, el lugar en donde iba a desarrollarse la obra que a punto estaba de iniciar. Aunque, como confesó posteriormente, no tuviera entonces idea de cómo desarrollarla. De hecho, cuando plasmó su famosa primera frase, que acabó convirtiéndose en historia de la literatura (“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”), lo hizo sin tener constancia de hacia donde derivaría la historia. Ni quién era aquel Buendía.
Averiguarlo se convirtió en su obsesión durante los dieciocho meses siguientes. Abandonó su trabajo de editor y se entregó a la escritura, renunciando a todo ingreso económico. “Ni siquiera sé como hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa”, diría al referirse a los malabarismos económicos de su esposa, que pasaron por pedir dinero a los amigos, acumular deudas con el casero y los comerciantes y empeñar las pocas joyas que tenía.
Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha
Cuando, tras muchas penurias, escribió el impactante final, lo hizo convencido de que había urdido su gran obra. Se aprestó entonces a enviarla a la Editorial Sudamericana, en Buenos Aires, aunque, para su sorpresa, descubrió que por su extensión no tenía dinero suficiente para cubrir los gastos. Por eso optó por remitir únicamente la mitad del texto, atinando tan mal en la elección que envió a Argentina la segunda parte, privándoles de conocer su inicio. Aún así, al poco los editores le enviaron un mensaje diciéndole que estaban ansiosos por leer el resto. Porque lo visto les había fascinado.
El libro se convirtió en un clásico de forma casi inmediata. De hecho, supuso una auténtica conmoción, pues demostró que todavía podían urdirse nuevas formas de hacer literatura. Además, fascinó a los críticos, que empezaron a considerar Cien años de soledad la obra más importante de aquel siglo. E, igual, a los escritores, que encontraron allí una fuente de inspiración. Así, Neruda la calificó como “El Quijote de nuestro tiempo” y Benedetti afirmó que siendo “una empresa que en su mero planteo parece algo imposible”, en su realización era “sencillamente una obra maestra”. Luego, llegaron los artículos y tesis doctorales (allí está la de Vargas Llosa, Historia de un deicidio, en donde expone que Gabo se rebela contra la realidad y, por eso, construye otra en sus páginas), así como los muchos autores y estudiosos dispuestos a desentrañar todo lo surgido de esos dieciocho meses de reclusión. Ese “realismo mágico”, que iba a dejar una impronta indeleble para la literatura, en donde las lluvias duraban años y los muertos reaparecían, y todo, en unos entornos muy presentes para todos, pues formaban parte de la historia latinoamericana del siglo XX.
La primera edición (hoy buscadísima) de Cien años de soledad (1967)
Todavía hoy, de hecho, pese a los imitadores que han tratado de repetir sus pasos y han abusado un tanto del “realismo mágico”, Cien años de soledad sigue sorprendiendo. Porque Macondo tiene su propio campo de atracción y vive en los lugares donde se sufre la miseria y se convive con la desesperanza, pese a los momentos de respiro –mágicos o no- que dan las distracciones fugaces. No en vano, ese libro contiene todavía mucho de nuestro mundo y, también, de nosotros mismos. Y por eso resulta especial releer de nuevo sus páginas y regresar allí; a ese lugar al cual García Márquez dio forma tras un súbito momento de inspiración. Demostrando que contar historias es uno de los más verdaderos artes.