Jack Kerouac: cien años del escritor rápido y salvaje
En el camino, de Jack Kerouac (1922-1969) es una de las tres obras fundamentales de la Generación Beat y uno de los grandes clásicos de la literatura estadounidense. Sorprende, sin embargo, saber que esta no se publicó como originalmente se había escrito. Aún así, Kerouac logró mantener en ella su visión exagerada e intensa del mundo y su estilo poco convencional. Hoy, al cumplirse un siglo del nacimiento del escritor, la recordamos junto a –imposible desligar una de la otra- su exagerada y veloz vida.
A mediados de la década de los cincuenta Jack Kerouac era un escritor sin suerte que solía recibir cartas de rechazo de las editoriales. Ninguna de sus obras parecía gustar y la única que había conseguid publicar, El pueblo y la ciudad (1950), había pasado sin pena ni gloria por las librerías pese a contar con algunas críticas positivas. Todo, sin embargo, cambiaría en 1957, cuando se convirtió de la noche a la mañana en una celebridad a quien empezaron a disputarse las televisiones y radios: todos querían saber de él, de su forma de vida y su arte. ¿El motivo? La publicación de En el camino, su gran obra y uno de los grandes clásicos de la literatura norteamericana.
Sin embargo, aquel libro no era el que originalmente Kerouac había escrito. La primera versión la había completado seis años atrás y había pasado de editor en editor sin que nadie le viera una posibilidad comercial, principalmente, por sus rupturas y desafíos estilísticos. Allí no había, por ejemplo, puntos y aparte. Ni tampoco una clásica división por capítulos. Kerouac había concebido su obra como un todo: un texto que, de la primera a la última frase, fluía de forma constante y veloz, como si fuera la verborrea de alguien que se expresaba sin descanso en tiempo real. Con reiteraciones, rodeos y algo de desorden en las ideas, potenciando la sensación de escritura improvisada. Porque Kerouac encontraba en esa espontaneidad la auténtica verdad literaria; pese a que ello supusiera un quebradero de cabeza para los correctores de textos, que consideraron aquello demasiado caótico para ser publicado.
Tampoco los nombres de los personajes de la novela fueron los que originalmente había pensado. De hecho, Kerouac quiso incluir a personas que existían en el mundo real, para pintar mejor sus personalidades. Así, el Carlo Marx de En el camino de 1957 era en realidad Allen Ginsberg, el personaje de Bull Lee había sido William Burroughs, Sal Paradise originalmente había sido el mismísimo Jack Kerouac –la “verdad” pasaba, pues, por convertirse también en el personaje del libro-, y, finalmente, el fundamental Dean Moriarty no era otro que su amigo Neal Cassady, uno de los principales inspiradores de la novela, tanto por su estilo literario –Kerouac imitó las cartas que Cassady le enviaba- como por encarnar el lado más sórdido y nómada de la vida; el de la falta de rumbo, la libertad sin frenos y el desinterés por el futuro.
Neal Cassady (izquierda) y Jack Kerouac (derecha)
Pero que, para publicar, Kerouac cambiara nombres, aceptara la estructura por capítulos y realizara correcciones estilísticas no quitó la originalidad del libro ni tampoco su esencia. Por eso junto al poema Aullido de Allen Ginsberg y El almuerzo desnudo de William Burroughs, se convirtió en una de las referencias estilísticas y vitales de la llamada “generación Beat”, integrada por esos jóvenes cansados del pasado de sus mayores que igual sentían hastío por su presente de incipiente guerra fría. Jóvenes rebeldes e iconoclastas que se acercaban al rock y querían ser como Marlon Brando, James Dean y, por supuesto, Jack Kerouak. Quien, por otra parte, no cambió los hábitos por la fama. Continuó igual, con su deambular noctívago, sus muchos excesos con el alcohol y las drogas, y sus peleas en calles y bares.
Kerouack, pues, siguió siendo Sal Paradise, del mismo modo que su amigo Cassady siguió siendo Dean Moriarty. Ambos continuaron desgastando su vida a toda velocidad. Kerouac, entre nuevas obras; Cassady prometiendo que pronto revelaría sus dotes literarias –el propio Kerouac llegó a definirlo como “el más grande escritor de todos”-con un libro basado en su propia vida que, al final, fue incapaz de terminar. Moriría en 1968, a cuatro días de cumplir los 42. Kerouac lo haría al año siguiente, con 47, a consecuencia de la cirrosis que desde algún tiempo padecía. En total dejó una veintena de novelas (varias de ellas se publicarían de manera póstuma), aunque ninguna alcanzó el éxito de En el camino, que logró ser la favorita de lectores de muy distintas generaciones. Fue el legado más evidente de lo que parece había estado buscando siempre: una retórica veloz e intensa y una vida que ardió y explotó como fuegos artificiales entre las estrellas.