Siete novelas antibelicistas que permiten aproximarnos a la sinrazón de la guerra
Ojalá los conflictos bélicos formaran parte, únicamente, de las novelas. Hoy –en estos tiempos en que, como decía John Lennon, deberíamos dar una oportunidad a la paz- ofrecemos siete novelas donde se muestra la crueldad y lo irracional de las guerras. Títulos que afrontan sus horrores desde distintas perspectivas; algunos, ofreciendo las vivencias directas de los soldados, otros exponiendo lo que supuso para los civiles; algunos, con una mirada a la esperanza, otros, ofreciendo solo desolación. Y todos con una idea común: lo que se pierde en un conflicto es imposible de sustituir.
¡Abajo las armas! (1889), de Bertha von Suttner
Aunque no es hoy día todo lo conocida que merecería, Bertha von Suttner fue una de las personas más influyentes del movimiento pacifista de finales del XIX y principios del XX; y su obra ¡Abajo las armas!, la novela de guerra más importante en lengua alemana hasta la aparición de Sin novedad en el frente. Una obra que tenía la originalidad de ofrecer el dolor y los sentimientos de las mujeres que quedaban solas y veían como sus maridos, padres e hijos marchaban a la guerra. Y que se preguntaban por esa sinrazón, el porqué de sus pérdidas y las injusticias. Por esta obra Bertha von Suttner ganaría en 1905 el Premio Nobel de la Paz.
Tres soldados (1921), de John Dos Passos.
Este es el libro en donde John Dos Passos expuso su desilusión por las experiencias que había vivido durante la Primera Guerra Mundial, en donde sirvió como conductor de ambulancias en Italia. Lo hizo narrando la historia de tres soldados estadounidenses de distintos orígenes: un músico y graduado en Havard; un empleado de una tienda; y un chico que viene de una granja. Aunque, realmente, el peso de la trama cae sobre el primero de ellos, el más rebelde. El objetivo de John Dos Passos, más que narrar batallas o momentos históricos, es explicar que la guerra deshumaniza y lleva a los seres humanos a cometer mezquindades impensables en otras situaciones. Históricamente, además, es valioso por la repercusión que tuvo: se publicó muy poco después del fin de la guerra y supuso una respuesta al discurso triunfalista posterior.
Sin novedad en el frente (1929), de Erich Maria Remarque
Sin duda, la obra antibélica más importante e influyente de la literatura. Un clásico que logró dar voz a toda una generación de combatientes deshechos por la guerra. Hombres que se sentían incomprendidos por quienes les antecedieron y sucedieron, pero que, pese a todo, quisieron agarrarse a la esperanza de que el mundo volvería a ser el que habían vivido. “No es posible que se haya desvanecido para siempre –podemos leer en uno de sus fragmentos- aquella ternura que llenaba de inquietud nuestra sangre, aquella incertidumbre, aquel encantamiento, aquel ansia de futuro, los mil rostros del porvenir, la melodía de los sueños y de los libros, el deseo y el presentimiento de la mujer… No es posible que todo haya perecido en los bombardeos, en la desesperación, en los prostíbulos para soldados”. Pocas obras han logrado tratar con tanta profundidad la desesperación del combatiente y la irracionalidad de todo cuanto le rodea.
Imán (1930), de Ramón J. Sender
El debut literario de Ramón J. Sender es una obra sorprendente que forma parte de los mejores textos de la literatura española del siglo XX. En ella quiso narrar los horrores de la guerra de Marruecos desde la perspectiva de un combatiente y con una visión –habitual en él- profundamente amarga y pesimista del ser humano. El realismo de sus páginas, la dureza de algunos pasajes y el hecho de que esté narrando, aunque disfrazados, episodios auténticos, hacen de esta una obra especialmente dura.
Johnny cogió su fusil (1939), de Dalton Trumbo
El punto de partida de Johnny cogió su fusil es, desde luego, terrible: la historia de un mutilado de la Primera Guerra Mundial que carece de brazos ni piernas y no tiene siquiera la posibilidad de comunicarse. De hecho, pocas novelas hay que resulten tan angustiosas, además de tristes, sobre todo, por los pasajes en donde se muestra el contraste entre el pasado feliz del soldado y aquello en que se ha convertido su presente. Es, desde luego, difícil crear un relato de mayor terror (años después, por cierto, el mismo Dalton Trumbo rodó la adaptación cinematográfica y logró transmitir las mismas sensaciones).
Los desnudos y los muertos (1948), de Norman Meiler
Considerada como la gran novela de la Segunda Guerra Mundial, Los desnudos y los muertos, es también una muestra de hasta qué punto los conflictos bélicos pueden despertar el salvajismo del ser humano (en eso recuerda a la mucho más cruda Hogueras en la llanura, de Shohei Ooka). Su autor, tras graduarse en Harvard, se había alistado en el ejército de los Estados Unidos y había formado parte de las tropas que ocuparon Japón, así que, inspirado por lo vivido, ubicó la trama en una imaginaria isla del Pacífico, Anopopei, que tratan de tomar varios soldados que irán poco a poco embruteciéndose y mostrando su lado más cruel. Con todo ello, Mailer acaba dibujando un relato terrorífico sobre las ambiciones y los males que la guerra despierta. También, entre sus propios compatriotas.
La campesina (1957), de Alberto Moravia
Moravia inició esta obra en la Segunda Guerra Mundial, pero no la completó hasta años después, publicándola, finalmente, en 1957. En ella, una campesina pretende aislarse de la guerra junto a su hija, pero al final –tras quedar atrapada entre las tropas alemanas y los ejércitos aliados- descubre, de la forma más cruda posible, que el horror le llega igualmente. La obra resultaba interesante por numerosas cuestiones; entre ella, el hecho de narrar la guerra desde la perspectiva de dos mujeres, una niña a la que le hacen perder la inocencia de la forma más terrible y una adulta a quien guerra le quita la fe y la alegría. Porque, como exponía Moravia, la guerra degrada hasta lo más puro.