Los 300 espartanos que no fueron en realidad 300. El mito de la batalla de las Termópilas
En el año 480 antes de Cristo trescientos espartanos, con su jefe Leónidas al frente, se enfrentaron a los persas del formidable Jerjes I en el paso de las Termópilas. Fue una lucha agónica, sangrienta, que se saldó con la muerte de casi todos los hombres de Leónidas. Pero, ¿cuánto hay de verdad y cuánto hay de mito en esta historia?
Ha sido precisamente en este fatídico 2020 cuando se ha cumplido el 2500 aniversario de la batalla de las Termópilas, sin duda, uno de los episodios más importantes de la historia antigua, y, también, uno de los más utilizados por reyes, emperadores y gobiernos para inculcar a los suyos los ideales patrióticos y guerreros. No en vano, la batalla de las Termópilas enseñaba a los soldados el valor de la disciplina y del sacrificio, así como la importancia de la estrategia a la hora de planear los ataques. De allí que, por ejemplo, todavía en la Segunda Guerra Mundial los nazis leyeran esta historia a su soldados en la batalla de Stalingrado para convencerles de que no debían rendirse, pues su sacrificio y su esfuerzo acabarían procurándoles la victoria.
El relato, pues, de la batalla de las Termópilas, de Leónidas y sus guerreros, sigue hoy vivo hoy. Más aún después de que Zack Snyder rodara 300 (2006), inspirado por los cómics de Frank Miller, y consiguiera un enorme éxito de crítica y de público que provocó que el ámbito espartano pasase a formar parte del imaginario colectivo. Ahora bien, esta obra, muy elogiada por su estética, ha logrado consolidar una serie de mitos que venían ya de la tradición y que, sin embargo, convendría desterrar pronto. Y todo pese a que, en su base, la historia sea cierta: Leónidas, en efecto, con sus trescientos espartanos, se enfrentó a los miles de soldados del poderoso rey Jerjes I y logró solventar el desequilibrio de fuerzas utilizando una decisiva estrategia: concentrar la batalla en un paso de tan solo 15,5 metros de ancho, el de las Termópilas, que se ubicaba entre los acantilados y el mar. El resultado fue una cruenta batalla en la que los persas, por la falta de espacio, no pudieron valerse de su superioridad numérica y que solo se torció para los griegos cuando uno de los suyos, Efialtes, mostró a los persas una ruta desde la que atacar a sus enemigos por la retaguardia. Sucedido esto, y viéndose perdido, Leónidas, pidió a los griegos que se retiraran y se quedó al frente de un ejército reducido de espartanos que combatió hasta la muerte.
Esas son, pues, las esencias de esta historia. Pero estas se han visto revestidas de mitos y adornos que han acabado alterando la realidad. Entre ellos, tres que están especialmente extendidos y que a continuación vamos a tratar. El primero, el de la desigualdad exagerada que había entre los bandos. Así, para empezar, los persas nunca reunieron a los dos millones de hombres que siempre se citan, sino que fueron, según han calculado los historiadores, unos 200.000 (cifra que resultaba mucho más fácil de sostener logísticamente para un viaje así). E, igual, tampoco son ciertas las cifras que se han dado para el otro lado. Porque, sí, eran 300 los espartanos, pero estos contaban con unos 900 esclavos y distintos grupos de aliados que habían venido de varios puntos de Grecia, de modo que, en realidad, contaron para la batalla con unos 7.000-8.000 soldados. Esto es: las fuerzas estaban desequilibradas, sí, pero no del modo exagerado que se nos ha transmitido siempre.
Conviene olvidarse un tanto de esa imagen que nos muestra a unos guerreros musculosos y jóvenes combatiendo semidesnudos. Para empezar, en aquel momento Leónidas tenía 60 años, así que es muy difícil que su físico se pareciera al que ofrece Gerard Butler en 300.
En segundo lugar, conviene olvidar la visión exclusivamente guerrera que se ha dado siempre de la sociedad espartana, algo que ya se puede observar en los textos del mismo Heródoto, en donde pinta a un grupo mucho más variado en sus intereses. Es más: no parece cierto que decidieran sacrificar a los más débiles. Así, César Fornis, el autor español que mejor ha estudiado la historia y cultura espartanas, ha explicado que, seguramente, el rey Agesilao II fue cojo de nacimiento, algo, desde luego, incompatible con las teorías que tradicionalmente se nos han dado.
Por último, conviene olvidarse un tanto de esa imagen que nos muestra a unos guerreros musculosos y jóvenes combatiendo semidesnudos. Para empezar, en aquel momento Leónidas tenía 60 años, así que es muy difícil que su físico se pareciera al que ofrece Gerard Butler en 300. Y, además, conviene recordar que los espartanos combatían con una armadura de bronce.
Hay otros mitos que igual podrían contestarse, entre ellos, por ejemplo, el que dice que Esparta salvó la democracia con su sacrificio (la realidad es que Leónidas fracasó y los persas alcanzaron y saquearon distintas ciudades griegas, incluida Atenas), pero, de momento, basten estos tres ejemplos para observar cómo el paso del tiempo y los intereses de determinados grupos logran tergiversar los acontecimientos pasados. Más aún, después de que con la aparición del cine y la televisión se hayan sumado a estas visiones tradicionales las procuradas por la industria del entretenimiento. Y aunque es verdad que esta última cuenta con importantes valores por sí misma, no debemos caer en el error de confundir la historia con los viejos –y nuevos- mitos que termina transmitiendo.