Siete poemas de Emily Dickinson
(Amherst, Massachussets, 10 de diciembre de 1830 – Amherst, 15 de mayo de 1886)
Nació en Amherst (Massachusetts) en el seno de una familia bien posicionada social y económicamente y de fuertes convicciones protestantes. Su abuelo fue senador en el Senado estatal y juez del condado de Hampton; y su padre, que estudió derecho en Yale, fue juez en Amherst, representante de la cámara de Diputados de Massachussets, senador y representante de Massachussets en el congreso de Washingon.
Todo ello propició que Emily pudiera gozar de una educación que solo era posible en las clases altas. Así, no solo estudió siete años en la Amherst Academy (poco después de que el centro aceptara la entrada de niñas), también recibió clases, en casa, de alemán, piano, canto, jardinería, floricultura y horticultura. Igualmente, acudió al seminario femenino Mount Holyoke, en donde sus responsables trataron de que fuera al extranjero como misionera para predicar. Sin embargo, ella no aceptó y por eso se le consideró “no convertida”. Eso no le impidió pasar los exámenes, sorprendiendo a sus profesores con sus conocimientos y capacidades. Desafortunadamente, por enfermedad, tuvo que abandonar los estudios y regresar a su casa familiar, en donde viviría hasta el fin de sus días.
No se le conocieron amores, pero ya en su tiempo hubo numerosas historias al respecto sobre ella, y más, cuando se conoció el contenido pasional de su poesía. Algunos han asociado esos deseos a un joven llamado Benjamín Franklin Newton al que el padre de Emily prohibió volver a ver; otros, en cambio, dicen que se deben a un pastor protestante, Charles Wadsworth, del que se enamoró; y también –y más, en tiempos recientes- se ha afirmado que la causante de sus pasiones fue la esposa de su hermano mayor, Susan Huntington, que también residía en la casa familiar.
Emily escribió poesías toda su vida, pero se negó una y otra vez a que aparecieran en periódicos o a recopilarlas en algún libro pese a las insistencias de sus amigos y conocidos. Así, apenas una docena de ella se publicaron; una circunstancia que algunos relacionan con el hecho de que, por lo original de su poesía, ella misma tuviera dudas sobre si sería aceptada o no. E incluso es posible que pensara que sus textos no tenían la calidad suficiente. De hecho, cuando en 1862 envió algunos de sus poemas a Thomas Higginson, esta le dijo: “Señor Higginson: ¿está usted demasiado ocupado? ¿Podría hacerse un momento para decirme si mis poemas tienen vida?”. Y es que sus obras eran demasiado distintas a lo convencional: sin título, con rimas consonantes imperfectas, con líneas cortas…
También es posible que, simplemente, considerara su poesía como algo íntimo que solo quería compartir con sus allegados. Los únicos que, en parte, comprendían algunas de sus manías. Y de las que tanto se habló en su tiempo. Como por ejemplo, su gusto por el blanco (que le llevó a vestir casi exclusivamente por este color) o su falta de interés por las relaciones sociales (se negaba, por ejemplo, a saludar a los invitados que iban a la casa familiar). Además, de por supuesto, su deseo de recluirse, que fue haciéndose mayor conforme pasaron los años y que acabó llevándole a no salir, prácticamente, de su habitación. Para gran disgusto de sus familiares y amigos. .
Cuando murió, el 15 de mayo de 1886, lo hizo creyendo que nadie leería nunca su obra. Pero su hermana Lavinia, que siempre había sido su gran compañera y amiga, decidió no hacer caso a los deseos de Emily. No en vano, siempre había considerado que ella era “la poeta lírica más memorable de los Estados Unidos”. Y, de este modo, apareció en 1890 su primer volumen de poesía. Y aunque recibió críticas muy negativas, la hermana y sus familiares siguieron insistiendo. Porque sabían que Emily era especial. Al igual que sus amigos, que rescataron los poemas que ella les había mandado Y, al final, su insistencia funcionó: poco a poco empezó a tener éxito y empezó a vender de forma importante (hubo un problema, sin embargo: sus poemas se publicaron sin orden cronológico alguno, y, además, con algunos cambios que realizaron los editores y otros personajes).
Al final, el mundo del arte reconoció a Emily Dickinson y vio lo sorprendente de su poesía, que abría nuevos caminos de expresión y forma. De tal modo que hoy podemos decir que Emily Dickinson es hoy, junto a Edgar Allan Poe, Walt Whitman y Ralph Waldo Emerson, una de las principales personalidades de la poesía estadounidense del XIX.
ÉL ERA DÉBIL Y YO ERA FUERTE...
Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
y entonces yo era débil y él era fuerte,
y dejé que él me guiara a casa.
No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.
El día irrumpió, tuvimos que separarnos,
ahora ninguno de los dos era más fuerte,
él luchó, yo también luché,
¡pero no lo hicimos a pesar de todo!
(Versión de L.S.)
EN MI FLOR ME HE ESCONDIDO...
En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú, también allí estuviera...
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.
En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.
(Versión de L.S.)
LA SORTIJA
En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido y bello.
Y me dormí sobre la yerba fina.
Al despertar miré sobresaltada
mi mano pura entre la tarde clara.
La sortija entre mi dedo ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
es un recuerdo de color dorado.
(Versión de Eduardo Carranza)
EMBRIAGUEZ
En jarros tallados en nácar
apuro un licor ignorado...
Tal vez ni del Rhin en las cavas
pudiera mi sed encontrarlo.
Con una embriaguez de rocío,
borracha de incógnitos hálitos,
tabernas de azul diluido
recorro en perpetuos veranos.
Cuando las abejas
y las mariposas,
agobiadas, ebrias,
vuelen de las pomas,
aún libaré yo mi vaso
de extraño licor...
Hasta que los ángeles
me agiten su níveo penacho,
y a los ventanales
celestes se asomen los santos
para contemplarme
borracha de azul y de sol.
(Versión de Carlos López Narváez)
POEMA 84
Su pecho es propicio para perlas,
Pero yo no soy un Buceador—
Su frente es propicia para tronos:
Pero yo no tengo penacho.
Su corazón es propicio para un hogar —
Yo—un Gorrión—construyo ahí—
Con la dulzura de las ramas
Mi perenne nido.
POEMA 156
Me quieres –estás segura–
No temo equivocarme
No me despertaré engañada
Una complaciente mañana
y descubriré que el Sol se ha ido
¡que los Campos – están desolados
y que mi Amor – se ha marchado!
No debo inquietarme –estás segura.
Nunca llegará la noche
En la que, asustada, corra a tu casa
Y encuentre las ventanas oscuras
Y mi Amor se haya ido –dime
¿Nunca llegará?
Claro que estás segura –sabes
Que lo soportaré mejor ahora
Si me lo dices así
Que si –cuando la Herida
haya sanado
¡Me hieres –otra vez!
POEMA 292
Si el Valor te abandona–
Vive por encima de Él–
A veces se apoya en la Tumba,
Si teme desviarse–
Es una postura segura–
Nunca se equivocó
En esos brazos de Bronce–
Ni el Mejor de los Gigantes–
Si tu Alma tiembla–
Abre la puerta de la Carne–
La Cobarde necesita Oxígeno–
Nada más–