jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Ed Wood, de cómo el peor director de la historia se convirtió en un autor de culto

En 1994 el olvidado Ed Wood (1924-1978), calificado como “el peor director de todos los tiempos”, se convirtió gracias a la película biográfica que le dedicó Tim Burton en un autor de culto y en fenómeno mediático. Tanto, que todavía hoy día sigue teniendo una relevancia cultural y popular que nada tiene que ver con el anonimato con que transcurrió su vida. Hoy, en el aniversario de su nacimiento, recordamos algunos aspectos de su llamativa personalidad y de su sorprendente vida.

Gracias a Tim Burton el mundo conoció en 1994 a Ed Wood, el hombre al que habían calificado catorce años atrás como “el peor director de todos los tiempos”. El director de Batman y Edward Scissorhands le dedicó una película biográfica que sorprendió a su público, tanto por lo atípico de su propuesta como por el hecho de otorgar el protagonismo a un personaje que muy pocos habrían querido rescatar. Y, sin embargo, la idea le funcionó. Y con su obra trazó una historia llena de ternura y afecto hacia la figura de Wood que se benefició de la gran interpretación que hizo de él Johnny Depp. Juntos, pintaron a un hombre optimista e inasequible al desaliento que veía cine donde otros solo veían errores. Alguien que, al ver a uno de sus actores tropezar inesperadamente contra una puerta, se limita a afirmar, para la sorpresa de todos los reunidos, que la toma ha quedado perfecta.  

Lo extraño es que aquel hombre que había llegado con 24 años a Hollywood con la esperanza de rodar una película que le diera fama, venía de vivir experiencias terribles en la Segunda Guerra Mundial. Había combatido en las Islas Marshall y Naumea, había sobrevivido a la batalla de Tarawa y había perdido la mayoría de sus dientes frontales en un combate cuerpo a cuerpo con un japonés. Luego, había recibido heridas de metralla y se le había gangrenado una pierna. Y por todo ello había regresado a casa laureado con dos corazones púrpura, las estrellas de plata y bronce y la medalla al tirador certero. Pero, lejos de utilizar estas enseñanzas para sus obras, Wood prefirió evadirse y buscar proyectos en donde pudiera dar rienda suelta a su fantasía. Y como resultado a sus esfuerzos logro rodar Jailbait y Glen or Glenda, la primera, una obra de cine negro que sin ser nada especial se puede calificar como la más aceptable de su filmografía, y la segunda, un trabajo en donde abordó un tema especialmente escabroso para la época: el travestismo (algo a lo que no era ajeno el mismo Wood, que llegó a decir que llevaba ropa interior femenina cuando combatía contra los japoneses).

Luego llegaron La novia del monstruo, protagonizada por un Bela Lugosi crepuscular que tras encarnar a Drácula se había convertido en un hombre excéntrico y adicto a la morfina que se creía realmente un vampiro; y, sobre todo, Plan 9 del espacio exterior, que Wood consideró siempre como su obra maestra. Y que sufragó gracias al apoyo económico de una iglesia bautista que a cambio le exigió que tanto él como su equipo abrazaran su fe. Algo llamativo, considerando la temática de la película, que mezclaba extraterrestres, zombis asesinos, bombas atómicas, platillos volantes y vampiros. Y todo, entre planos mal ubicados que a veces dejaban elementos fuera de cuadro, decorados baratos, sobreactuaciones y escenas en donde se pasaba del día a la noche y luego otra vez al día sin nada que explicara el cambio. Además, Wood llegó a incluir algunas escenas del recientemente fallecido Bela Lugosi que había rodado para La novia del monstruo y que no tenían sentido alguno en Plan 9.

Johnny Depp (Ed Wood) y Martin Landau (Bela Lugosi) en una escena de "Ed Wood"

La película, como es de esperar, fue un fracaso. Y Wood inició un periodo decadente en que realizó todo tipo de trabajos para ganar algo dinero y satisfacer su cada vez más acendrado alcoholismo. Pero ninguno tuvo éxito. Moriría en 1978. Poco antes había venido su máquina de escribir para seguir bebiendo.

Tim Burton, al recuperarlo del olvido, logró hacer lo que Wood siempre deseó: ser un autor “de culto” y un auténtico fenómeno mediático. Sus películas se reeditaron, se habló de él en las escuelas de cine, se organizaron clubes de fans y hasta se llegaron a publicar los relatos que había escrito, llenos de diálogos infantiles e historias de serie “B”. Un fenómeno que, seguramente, se puede explicar por un rasgo que hace que Wood nos resulte irresistible: el entusiasmo que demostró pese a encontrarse con un mundo empeñado en destruirle todos sus sueños. Por eso verle a él nos produce el mismo efecto que genera Alonso Quijano, cuya pasión admiramos pese a sus fantasías imposibles. Esa es, a fin de cuentas, la clave de muchas historias irresistibles (hace pocos años, aunque no alcanzó la trascendencia cultural del filme de Burton sucedió algo parecido con The Disaster Artist). No en vano, ese es el atractivo que tienen los soñadores alegres, que logran conectar, pese a ser a veces estrambóticos, con algo que también está dentro de nosotros, lo ocultemos o no a la mirada del mundo.