Marcel Proust según él mismo: ‘Cartas escogidas (1888-1922)’
Un día Marcel Proust escribió a una de sus amigas, la señora Straus, para decirle que consultara con su marido, abogado, si había algún modo legal de evitar que otra persona publicara su correspondencia. Temía que alguno de sus conocidos vendiera sus cartas a algún editor, más aún, porque sabía que a lo largo de su vida había escrito, quizá, demasiadas. Esto, de hecho, formaba parte de su rutina diaria. Todas las mañanas su ama de llaves, Céleste Albaret, le llevaba el correo junto a su desayuno, y allí, medio acostado, respondía a todo. A veces, para contar temas mundanos, otras para lanzar largas diatribas en torno a los temas más variados, pero siempre con brillantez a la hora de expresarse.
De seleccionar esas miles de cartas, hasta un total de doscientas, se ha encargado la profesora Estela Ocampo para la editorial Acantilado, a objeto de que el lector conozca más a fondo la personalidad, circunstancias y gustos de Proust. De este modo sabremos qué libros está leyendo y sus opiniones literarias, su visión del mundo –en ellas se rompe el mito de ese Proust casi encarcelado y ausente de todo-, las ideas que sostiene en torno al arte, la filosofía y la historia, o su relación familiar, sobre todo, con su madre. Con ella, por ejemplo, se muestra vulnerable, y lamenta que no tenga más empatía ante su dolor “Mi querida mamá: Como no puedo hablar contigo te escribo para decirte que no te entiendo. (…) Por tu culpa, cuando ha venido el pobre Fénelon con Lauris, me encontraba en tal estado de nerviosismo que ha bastado que me dijera una simple palabra, muy desagradable, debo decir, para que me abalanzara a puñetazos sobre él”. Por su parte, a la mencionada señora Straus le reclama atención diciéndole: “Amo a las mujeres misteriosas, y usted lo es, como he dicho varias veces en Le Banquet, donde a menudo me habría gustado que usted se reconociese”. Al compositor Reynaldo Hann, con quien sostuvo una relación amorosa, le escribe: “Que me lo cuente usted todo es desde el 20 de junio mi esperanza, mi consuelo, mi sostén, mi vida”. Y al historiador Daniel Halévy, por quien Proust sintió también atracción, aunque este nunca le correspondió, dice frases como: “tus varas son tan floridas que me sería imposible estar resentido contigo, y el esplendor, el perfume de estas flores me han embriagado tan dulcemente como para mitigar la aspereza de las espinas. Me has flagelado a golpes de lira. Y tu lira es encantadora”.
Portada de Cartas escogidas (1888-1922)
in embargo, aunque las cartas nos permitan asomarnos mejor a Proust, el lector no encontrará asuntos muy íntimos o eróticos. El escritor fue siempre escrupuloso a la hora de explicar sus sentimientos; y además, se cuidó de que todas las cartas comprometedoras fueran destruidas. “¡Quémela!”, es uno de los imperativos que solía dar a sus destinatarios, como se observa en las pocas que sobrevivieron a este deseo. Por eso, seguramente, la ausencia de alusiones de esta índole en las cartas a tres de sus grandes amores, Reynaldo Hahn, Lucien Daudet o Alfred Agostinelli. ¿Quizá por el miedo de que pudieran revelar al mundo su homosexualidad? Seguramente. En ese sentido sería muy revelador para él el caso de Oscar Wilde, a quien la relación con otro hombre le supuso, en esos mismos años, el rechazo y la ruina.
Marcel Proust (sentado), Robert de Flers (a la izquierda) y Lucien Daudet (derecha)
Pero aún con estas ausencias, igual estas cartas permiten asomarnos al Proust más directo e inmediato, el mismo que aparece en sus libros, pero sin las correcciones y replanteamientos de una obra literaria. Como dice en el prólogo Estela Ocampo, “Proust es un escritor siempre, también cuando escribe sus cartas. De ahí el interés que suscitan”. Por eso, ahora que se recuerda el centenario de su muerte, ofrecen una oportunidad perfecta para conocer un poco mejor a quien es uno de los autores de mayor influencia de la historia, más aún cuando sabemos que nunca dejó dietarios o memorias con los cuales pudieran trabajar sus biógrafos.