Charles Bukowski: buscando un refugio en el lado más sórdido de la literatura
Este 16 de agosto será el aniversario del nacimiento de Charles Bukowski (1920-1994). El hombre que, sin dejar de ser un autor maldito, logró un éxito sorprendente en el panorama literario de las últimas tres décadas del siglo XX; siempre, desde ese estilo incorrecto (hoy sus obras resultan mucho más duras que cuando se publicaron) y siempre, convirtiendo a los derrotados y perdedores en los grandes personajes de sus obras
Cuando una vez le preguntaron sobre lo que pensaba de aquello de formar una familia y aceptar un trabajo rutinario y formal, Bukowski comentó que, en su opinión, seguir ese modo de vida convencional significaba participar de “lo más enfermo de las cosas enfermas”. Quizá porque, cuando lo había vivido, con su familia, le había hecho mucho daño. Sobre todo, por culpa de su padre, que trabajaba en Los Angeles tras haber ejercido como sargento del ejército de los Estados Unidos y que durante toda la infancia le había maltratado violentamente. “Mi padre me enseñó el dolor sin razón. Fue mi profesor de Literatura”, dijo una vez, sintetizando con una ironía todo lo que había significado para él.
La adolescencia no fue mucho mejor. Tuvo la mala suerte de sufrir un terrible acné que salpicó su rostro de tal modo que sus padres decidieron llevarle al hospital de los Angeles County, y en donde sintió que los médicos le trataban como a un monstruo. De hecho, a veces faltaba a clase por los tratamientos y regresaba con la cara vendada. No tenía amigos y sentía que repelía a todo el mundo. Así que, para paliar la soledad, comenzó a acudir a la biblioteca en busca de lecturas. Y, de este modo, la literatura se convirtió en un refugio feliz al que podía acudir para vivir otras vidas. Luego, cuando fue a la Universidad, las cosas no fueron muy distintas. Y, de hecho, poco se llevó de esa experiencia. Apenas unos pocos conocidos, algunos escándalos, muchas noches de fiesta y un expediente plagado de notas mediocres.
Entonces, ya estaba convencido de que él no debía seguir la vía habitual. Que él debía continuar con otra que, con el tiempo, él mismo calificó como la de los perdedores. La misma que inició bajo una idea: el arte era de lo poco que en esta vida podía salvar a un individuo de tantas y tantas decepciones y, si había que pasar hambre para poder vivir el arte, él estaba dispuesto a ello. E, inspirado por Pregúntale el polvo, de John Fante, tomó la decisión de recorrer los Estados Unidos, buscando experiencias con las que construir sus propios relatos. Fueron, así, varios años que ocuparon buena parte de la década de los 40 y en los que vagabundeó, aceptó trabajos temporales de todo tipo (desde limpiar platos a conducir camiones o ejercer como repartidor) y conoció el lado más sórdido del mundo en que habitaban sus compatriotas. Hasta que, finalmente, aceptó un empleo en correos que le obligó a formar parte de esa vida convencional que odiaba.
Eso no significó que dejara de escribir. De hecho, siguió tratando de encontrar él éxito. Al principio, desde la poesía, alentado por su futura esposa, la editora Barbara Frye, que estaba convencida de que él iba a ser el próximo William Blake. Después, como prosista. Y todo, mientras dejaba pasar los días en su trabajo, que cada vez le aburría más, aunque, en el resto de las cosas, tratara de vivir a su manera: divorciándose, buscándose novias y amantes, e incluso teniendo una hija, que iba a ser, por cierto, una de las pocas personas por las que olvidaría su deseo de estar permanentemente solo. Hasta que, al fin, un día, conoció a John Martin, un editor que creyó en él y que, intuyendo el talento que desplegaban sus crónicas de dolor, desapego y soledad, le dejó libertad para escribir todo lo que quisiera.
El resultado fue Cartero, que publicó a los 51 años y en la que ya aparecía como protagonista su alter ego, Henry Chinaski. Allí, desplegaba ese mundo de violentos borrachos, cercados por el desamor y la derrota, que andan buscando sexo de forma obsesiva entre episodios que rozan lo grotesco y que sirven a Bukowski para exponer su filosofía de vida, basada en el placer y el aprovechamiento del presente. ¿La gran sorpresa para él? Que aquella forma de pensar, que había repelido a tantos durante toda su vida, y esas vivencias que muchas veces habían provocado el desprecio de sus allegados, iba a conseguir cautivar al público.
Luego empezó a sucederse todo muy rápido y Bukowski acabó convirtiéndose en un fenómeno editorial que, gracias a que fue siempre fiel a sus ideas, nunca perdió su estela de autor de culto. Publicó poesías, volúmenes de cuentos, relatos y cuatro novelas en donde continuó las andanzas de Chinaski, Factótum y Mujeres en los 70; y La senda del perdedor y Hollywood en los 80; y que le terminaron de convertir en un ídolo para muchos lectores, sobre todo, jóvenes, que se sentían atrapados por los excesivos mundos que dibujaba. Y esto, a pesar de Bukowski, que ya era muy mayor para cambiar su misantropía y su visión del mundo, por mucho que hubiera cada vez más personas que le aplaudieran y que incluso toleraran sus salidas de tono e insultos cuando se acercaba a ellos borracho. De hecho, Bukowski vendía tanto que con solo su obra logró salvar a la editorial Anagrama en España de la quiebra total.
Se despidió con Pulp, en donde ya no escogió a Chinaski como protagonista, en la que ofrecía, pese a las circunstancias en que estaba, un llamativo sentido del humor y un surrealismo que mezclaba con una trama detectivesca. Y que se publicó en el mismo año de su muerte, 1994, cuando tenía 73 años. Y es que, como había hecho siempre, se había refugiado en el arte y en la literatura para sobrellevar su enfermedad. Y, también, en el amor, aunque fuera desde su perspectiva, como demuestran algunas de las poesías que escribió entonces. Y es que pocos autores como Bukowski logran ser tan fieles a las ideas que esbozaron con sus obras. Sin duda, porque para él la literatura fue, en verdad, un modo de sobrellevar todos los sufrimientos de su vida. Y, así, escapar de ese mundo moderno que nunca quiso entender; de la política y sus falsedades; de la crueldad de los trabajos rutinarios que anulan a los individuos, y de todo aquello que, para él, estaba entre lo más enfermo de las cosas enfermas. Una huida que le hizo protagonizar uno de los más inesperados éxitos literarios del siglo XX.