Olympe de Gouges, la defensora de los derechos de la mujer a la que Robespierre ordenó ejecutar
Un 5 de septiembre de 1791 se publicó en París la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, una de las primeras obras que teorizaron en pro de la igualdad de los hombres y mujeres. Su autora, Olympe de Gouges (1748-1793) fue una mujer adelantada a su tiempo que, entre otras empresas, luchó para abolir la esclavitud. Sin embargo, su actividad política le llevó a ser guillotinada en 1793.
El 3 de noviembre de 1793 murió en París, tras ser sentenciada a muerte por haber conspirado contra Robespierre, Olympe de Gouges. Tenía 45 años y había pasado los últimos veinticinco defendiendo los derechos de los desfavorecidos, pidiendo que se aboliera la pena de muerte y exigiendo la igualdad de todas las razas. Aunque, sobre todo, se le conocía por haber sido una de las primeras defensoras y teóricas de los derechos de la mujer.
Su verdadero nombre era Marie Gouze y había nacido en 1748 en el seno de una familia burguesa que desde muy pronto había manifestado su deseo de unir a su hija con algún hombre de buen apellido. Por eso, cuando ella tenía 17 años, se casó con Louis-Yves Aubry, que era mucho mayor que ella y que fallecería muy poco después dejándola viuda, con un hijo y sintiendo un rechazo incurable por el ámbito del matrimonio. Tanto, que lo calificó como la “tumba de la confianza y el amor” y juró que nunca volvería a casarse, cosa que, pese a tener posteriormente pareja, cumplió.
Luego Marie se desplazó a París, convencida de que podría demostrar al mundo que podía valerse por sí misma, y empezó a frecuentar los círculos intelectuales y a escribir distintos artículos en donde daba rienda suelta a sus preocupaciones en torno a la libertad y los derechos humanos. E, igualmente, escribió obras de teatro que firmó con los seudónimos de “Marie-Olympe” y “Olympe de Gouges” en donde dio a conocer sus inquietudes, ganándose, a veces, el rechazo de algunas personas, sobre todo por la defensa que hizo de la libertad de los esclavos y que tan inconveniente resultaba entre aquellos grupos de poder que se habían enriquecido traficando con ellos.
De modo que cuando en 1789 se inició la Revolución francesa Olympe ya había logrado hacerse con un hueco en el ámbito intelectual parisino. Y en el nuevo contexto vio la gran oportunidad de extender sus ideas, sobre todo tras la publicación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pues aunque muchas mujeres vieron en esta algunas cuestiones que las favorecían, igual Olympe consideró que hacía falta un texto que recordara específicamente la situación femenina. Y el resultado fue su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, que apareció el 5 de septiembre de 1791 y que se ofrece como uno de los textos pioneros en el movimiento por la igualdad entre sexos (en su inicio puede leerse: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”). Y es que Francia parecía ser en aquel momento el lugar desde el que iba a cambiar el mundo. También para las mujeres, que a partir de ese momento comenzaron a participar en política de forma mucho más abierta y a sumarse a clubes en donde se reunían para debatir.
Sin embargo, los cambios de la revolución hicieron que ese rumbo se torciese. Y más, para las personas que como Olympe habían defendido a los girondinos en la revolución. En enero de 1793 el rey Luis XVI fue ejecutado, algo ante lo que ella siempre se había puesto en contra, y se iniciaron una serie de cambios que permitieron la llegada de Robespierre al Comité de Salvación Pública. Fue entonces cuando se inicó el oscuro periodo del “Reinado del Terror”, que puso fin al florecimiento democrático y humanista que había seguido desde el año 1789. A partir de entonces, los clubes de mujeres quedaron arrinconados y se eliminaron muchas se las libertades conseguidas.
Ese mismo año detuvieron a Olympe y el 2 de noviembre, acusada de haber escrito textos en contra de Robespierre y de la Revolución, fue sometida a un juicio sumarísimo en el que ni siquiera pudo contar con un abogado. Y aunque los testigos dicen que supo defenderse con inteligencia, igual fue señalada como enemiga y condenada a la última pena. Al día siguiente moriría guillotinada sin que sirvieran de nada los principios que había defendido en sus obras. Cinco días después otra activa política, Manon Ronald, sufriría el mismo destino y dejaría para la historia, en el mismo cadalso, una frase histórica: “Libertad, cuántos crímenes se comente en tu nombre.
En poco tiempo el sueño de Olympe se volatizó. Pero, al menos con sus obras dejó unos cimientos que ayudaron a que otras continuaran su senda en pro de los derechos de la mujer y de su libertad para formar parte de la política. Y es que, como una vez ella misma escribió, en una frase tristemente profética para ella, “si la mujer puede subir al cadalso, también se le debería reconocer el derecho de poder subir a la Tribuna”.