La historia de amor de "La Perricholi" y el virrey español Manuel de Amat: el trasgresor romance que inspiró novelas, operetas y películas
La historia de amor del español Manuel Amat (1704-1782) y la peruana Micaela Villegas, “la Perricholi” (1748-1819), ha logrado inspirar diversas obras literarias, cinematográficas y televisivas de muy distintos lugares del mundo. Pero, más allá de los tópicos y de las cuestiones novelescas que se han explotado una y otra vez, esta historia merece la pena tenerla en cuenta porque es la de una mujer transgresora y atípica que logró una independencia y un poder poco habitual en la sociedad de su tiempo.
Ella se llamaba Micaela Villegas y había nacido en 1748 en Lima en el seno de una familia que había quedado al borde de la ruina económica cuando, tan solo dos años atrás, un terremoto había asolado la ciudad. Él, Manuel de Amat y Junyet, y había nacido en 1704 en Barcelona y su familia, noble y de prestigio, se había cuidado de que estudiara para que pudiera labrarse una exquisita carrera política. A ambos les separaba la edad, su condición y, por supuesto, la distancia. Y, sin embargo, un día se encontraron. Y se enamoraron.
Sucedió en Lima. Después de que, por orden de Carlos III, Amat dejara atrás su cargo de gobernador y capitán general de Chile y fuera nombrado en 1761 el nuevo virrey de Perú. Claro, que por aquel entonces Micaela solo era una adolescente que vivía con pasión el mundo del teatro. Sabía, cosa llamativa en esos años, leer y escribir y su prodigiosa memoria le hacía aprender rápido los textos de las obras en que participaba. Su sueño: tener un papel protagonista, algún día, sobre un escenario. Aún a sabiendas de que aquel oficio se consideraba en su tiempo tan indigno que, para muchos, no distaba en mucho del de meretriz. Pero a la adolescente Micaela eso no le importaba. Como tampoco parecía que lo hicieran mucho los dictados sociales.
Tenía ella unos veinte años cuando Amat, que también era otro enamorado del teatro, quedó prendado por ella tras verlas un día sobre las tablas. Le pareció que estaba ante una mujer llena de carisma y sensualidad, que bailaba, cantaba, tocaba la guitarra y derrochaba fuego sobre el escenario. Así que, como solía hacer con las limeñas que le atraían, se acercó a ella con la esperanza de cortejarla. Y de este modo, poco después, la pareja inició un romance que no iba a dejar indiferente a la ciudadanía. Y no solo por la diferencia de edad y la distinta categoría social que les caracterizaba, sino porque no ocultaron sus amores, a diferencia de lo que se solía hacer en estos casos. Por eso inmediatamente los teatros de Lima se llenaron para ver las actuaciones de Micaela y comprobar los porqués de que aquel español la persiguiera, a quien los maliciosos presentaban como un títere bobalicón que se movía al son de su manipuladora amante. Que, pronto, empezó a ser conocida como la “Perricholi”, un mote despectivo (se dice que es una deformación de un insulto que le dedicó el propio Amat, “perra chola”) que ella sin embargo decidió adoptar como nombre para sus actuaciones. Como si, de este modo, demostrara lo poco que le importaban las habladurías. Y menos aún después de que, con escándalo, quedara embarazada de Amat y diera a luz a su hijo Manuel.
Imagen de "La Perricholi" (2011), telenovela producida por Michel Gómez
De la trascendencia que tuvo “la Perricholi” da cuenta el hecho de que, algunos años después, el famoso escritor Ricardo Palma le dedicara algunos párrafos en su libro clásico Tradiciones peruanas e hiciera de Micaela y Amat dos personajes literarios. Pero no fue el único, pues estos volvieron a inspirar otras obras, como por ejemplo la pieza teatral La carroza del Santo Sacramento, del francés Prosper Merimée (1830) o la opereta La Périchole, del alemán Jacques Offenbach (1868); en donde se primaba el lado romántico de la historia. El mismo que lleva hoy día a decir a muchos que Amat, en prueba de su amor, mandó construir en Lima para su amante obras tan importantes como la Alameda de los Descalzos, el palacete Quinta de Presa, el Santuario y Monasterio de las Nazarenas o el Paseo de Aguas.
Normalmente, se concluye la historia de la Perricholi hablando del regreso a España de Amat por orden del rey. Pero no se dice lo que vino después. Así, de él se sabe que en su país volvió a sus habituales romances y conquistas, mandando incluso construir en Barcelona nuevas obras para sus amantes. Y en cuanto a Micaela, su historia merece la pena rescatarse. Porque ella siguió luchando para prosperar, al punto de que con el tiempo logró convertirse en una destacada empresaria que tuvo en propiedad la casa-molino en la Alameda Vieja y el Real Coliseo de Comedias. Algo que, además, le permitió alcanzar un inesperado prestigio entre la sociedad limeña, como demuestra que en 1821 su hijo Manuel pasara a ser uno de los firmantes del manifiesto de la independencia del Perú.
La historia de la Perricholi continuará extendiéndose a nuevos medios y seguirá fascinando a las siguientes generaciones. Seguramente con nuevas miradas que ahondarán en las inquietudes del momento y en los porqués de su trasgresión (algo para lo que ha tenido gran importancia la investigadora Luz Campana de Watts, pues a ella dedicó su tesis doctoral). Porque la Perricholi ofrece todavía muchas aristas inexploradas. A fin de cuentas, es meritorio que lograra hacer algo que pocas consiguieron en su época: ser independiente, trabajando en lo que le gustaba y demostrando ser una mujer que no callaba y que tampoco se ocultaba. Un tipo de mujer que, tanto para historiadores como literatos, ofrece uno de los personajes (y, sobre todo, personas) más interesantes y fuertes de su tiempo. Porque la Perricholi, y es importante consignarlo, fue mucho más que la amante de un virrey.