jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Reivindicando a Lou Andreas-Salomé: más allá de la "femme fatale"

Lou Andreas-Salomé (1861-1937) fue una de las personas más inteligentes de su tiempo, pero, pese a todos los trabajos que publicó, se le conoce, únicamente, por haber sido la mujer que logró seducir a hombres como Nietzsche o Rilke. Hoy, en el 160 aniversario de su nacimiento, la recordamos para reivindicar su figura y sus trabajos e ir más allá de los tópicos.

Lou_Andreas-Salomé
Lou_Andreas-Salomé

A Lou Andreas Salomé (San Petersburgo, 1861) se le suele citar, no por sus obras y logros, sino a partir de los vínculos que le unieron a una serie de hombres brillantes que quedaron prendados por ella. Lean algunos artículos por allí, en medios serios, y se encontrarán que todavía hoy día se le califica de “diosa ignífuga” y que incluso, a la hora de definirla, se dicen cosas como que “una de sus grandes hazañas intelectuales fue enamorar a filósofos, músicos, catedráticos, curas y poetas sin distinción”. Así, la vida de un ser humano inteligente que escribió decenas de libros se resume en el hecho de haber sido una femme fatale que logró remover la testosterona de una serie de hombres que quedaron bajo su dominio. Algo que a veces se ha ilustrado con una famosa fotografía que ella se tomó junto a Nietzsche y Paul Rée y en la que aparecía conduciendo un carro, con una fusta en la mano, y los dos hombres al frente del mismo.

En aquel momento Lou tenía poco más de veinte años y hacía poco que había llegado a Zurich, uno de los pocos lugares de habla germana en donde se permitía a las mujeres entrar en la Universidad, para estudiar Historia del pensamiento y las religiones. Acababa de fallecer su padre y eso había hecho que se intensificaran las preguntas que desde siempre se había hecho sobre sí misma, sobre el amor, sobre el porqué de los comportamientos humanos, sobre sus relaciones y el papel de la mujer en su sociedad. Preguntas que había tratado de responder a través de los libros, el arte, las experiencias, propias o ajenas y los estudios. Así, hombres como Paul Ree, Rainer Maria Rilke (del que fue amante, con gran escándalo, por tener él quince años menos) y, sobre todo, Nietzsche, que le llegó a proponer matrimonio, le ofrecían una perspectiva intelectual que le permitía abordar esas temáticas.

Cuando murió, en el año 1937, había dejado un compendio de obras que abarcaban géneros tan distintos como la poesía, la novela, el ensayo y la teoría psicoanalítica.

Tras estos hombres llegó Freud, que fue quien, a partir de los cincuenta años, tuvo mayor influencia sobre ella. Era lógico que alguien que se había pasado la vida buscando respuestas en torno al comportamiento humano sintiera tanta fascinación por todo lo que el padre del psicoanálisis ofrecía (y que él mismo consideraba tan importante como los descubrimientos de Darwin y Copérnico). En ese sentido, Lou no fue una excepción: le había sucedido también a los varones que se habían acercado a él y que le vieron como el maestro que iba a iluminar la cárcel del alma y derribar las barreras que les habían impedido hallar una explicación a su interior, a sus pensamientos desordenados y a sus inseguridades y tristezas. Todos, junto a Lou, formaron una comunidad científica  que se esforzó en desarrollar las teorías del maestro, que siempre propició que sus discípulos perfeccionaran su aparato teórico. De hecho, esa fue la principal actividad de Lou durante los últimos veinticinco años de su vida, algo que, para ella, supuso una renovación intelectual y un desafío que le obligó a sacar a relucir todas sus capacidades.

Cuando murió, en el año 1937, había dejado un compendio de obras que abarcaban géneros tan distintos como la poesía, la novela, el ensayo y la teoría psicoanalítica. Y sin embargo, todo iba a quedar en un segundo plano frente a los aspectos más simples y sensacionalistas de su vida. Afortunadamente, en los últimos años se le han comenzado a dedicar publicaciones que han logrado rescatarla. Una de ellas, el estudio que le realizó Isabelle Mons, Una mujer libre (2019), que escapa de los tópicos y la ubica dentro de una perspectiva mucho más compleja que tiene en cuenta su autonomía intelectual y sentimental. Es un buen inicio para escapar del cliché y lograr que Lou Andreas Salomé no sea simplemente la femme fatale de la que siempre se ha hablado, sino una mujer con un pensamiento, unas teorías y un aparato crítico propios. A fin de cuentas, esos hombres que tanto se citan fueron los primeros en valorarla por su ingenio. Freud, por ejemplo, tuvo en cuenta sus descubrimientos para moldear su definición del psicoanálisis, y Nietzsche la designó como la mejor heredera de su filosofía tras afirmar que “era la persona más inteligente” que había conocido jamás. Por todo eso es hora de que el mundo entienda a Lou Andreas, no por los asuntos de una vida privada que ella contempló con libertad, sino por todo lo que ofreció para el mundo del pensamiento y la historia de la mujer.