jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Lúthien y Beren: la historia de amor de J.R.R. Tolkien y su esposa Edith que inspiró algunos pasajes de sus libros

Los estudiosos de los libros de J.R.R. Tolkien (1892-1973) siempre han tratado de investigar los momentos de la vida del escritor que permitieron construir sus fantasías. Así, con el paso de los años, se han conocido en qué se basó para construir la famosa Comarca Hobbit, los viajes que le inspiraron algunos pasajes o los conflictos bélicos que le permitieron construir algunos de los momentos más épicos de sus obras. Pero, de todas estas historias, nosotros queremos destacar la que permitió que, a partir de la inspiración de Edith Bratt, su esposa, creara el que sin duda es uno de sus relatos más bellos.

Tolkien y Edith
Tolkien y Edith

Al iniciarse 1913 John Ronald Reuel Tolkien era un joven estudiante universitario que estaba profundamente enamorado de Edith Bratt, una chica tres años mayor que él a la que había conocido en 1908. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no había podido hablar con ella. Y todo porque el tutor de Tolkien, el padre Francis Morgan, no había aceptado su relación. Primero, por la diferencia de edad, pero sobre todo, porque ella era protestante y él profundamente católico. Por eso le había pedido que hasta que no cumpliera los 21 años no tuviera relación alguna con ella. Y que, a partir de ese momento, tomara una decisión al respecto. Por eso en la tarde del 3 de enero de ese 1913, la fecha en que al fin alcanzó esa edad, Tolkien sacó un papel, escribió algo que hacía mucho que quería decir y envió la carta a Edith. Y cuando ella la abrió no pudo creer lo que estaba leyendo: aquel joven, al que hacía tanto que no veía, le estaba pidiendo que se casara con él.

Ella no aceptó. En aquel momento había ya otro hombre que le había entregado un anillo de compromiso y no creía que aquel joven, que de repente le escribía así, le estuviera haciendo en serio la propuesta. Pero Tolkien, lejos de amilanarse, quiso insistirle. No en vano, desde que se había quedado huérfano tras la muerte de su madre en 1904, se había acostumbrado a nadar a contracorriente. Y así, logró verse con ella y convencerla de que deshiciera su compromiso y que le esperara, porque, en  cuanto terminara sus estudios, los dos podrían casarse. Y así fue. El 22 de marzo de 1916 se dieron el “sí quiero” en la iglesia de Santa María de Warwick, mientras Inglaterra se sumía en la Primera Guerra Mundial y Tolkien esperaba su turno para embarcar como segundo teniente en los Fusileros de Lancashire en dirección a Francia. Consciente de que, quizá, estaba viviendo sus últimos días junto a ella.  

La experiencia de Tolkien en la guerra fue terrible. Sobre todo, por sus vivencias en la batalla del Somme, en donde perdió a casi todos sus amigos. Luego, cuando regresó a casa, tras enfermar, Edith se encontró con un hombre recorrido por la angustia que no parecía ser capaz de integrarse en el día a día. Así que ella se quedó a su lado, cuidándole y esperando que se recuperara. Salían juntos, hablaban y él le contaba las historias que estaba creando. Y uno de esos días, en que habían decidido ir a un bosque cercano, él vio cómo se le acercaba, bailando y cantando entre las flores. Y la imagen le inspiró tanto que se animó a escribir a partir de ese recuerdo la que iba a ser una de las historias más románticas de su literatura: la de Lúthien y Beren, una elfa de cabello negrísimo y un hombre que se conocían cuando ella, como Edith, estaba bailando y cantando en un bosque. Y que acaban enamorándose pese a todos los impedimentos que ponía a su relación el padre de ella, un rey elfo que no aceptaba su enlace con un mortal. Como le diría el escritor a su hijo Christopher en 1972 al recordarla: “En aquellos días su cabello era negro azabache, su piel clara, sus ojos los más brillantes que había visto, y sabía cantar y bailar”.

Edith y Tolkien, en los años sesenta

Tras esa historia, llegaron muchas más, pero la de aquel romance prohibido fue siempre una de sus favoritas. Con ellas desarrollaría una obra que nació porque, simplemente, quería entretener a sus hijos, El Hobbit, y que solo después de algún tiempo decidió llevar a las editoriales, alcanzando un éxito  tan grande como inesperado. Tanto, que se animó a crear una secuela, que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en la obra que cambió la literatura fantástica para siempre, El Señor de los Anillos. Y el resto, como se dice, es historia.

Entretanto, Edith y Tolkien fueron envejeciendo, en un matrimonio que no fue siempre sencillo ni idílico. De hecho, hubo rencillas, algunas de ellas causadas por sus distintas perspectivas religiosas. Y es que aunque Edith se convirtió al catolicismo para complacer a su marido, que profesaba esta religión con absoluta fe, ella igual siguió teniendo unas ideas que no congeniaban con su esposo. Sin olvidar que tampoco tenían las mismas inquietudes intelectuales y que ella no estaba cómoda con ciertos conocidos de Tolkien (sobre todo, con C.S. Lewis, el autor de Las crónicas de Narnia, a quien, por su amistad con su marido, veía como “un intruso” en la familia). Pero, aún así, no fueron más que algunas circunstancias de una historia de amor que había logrado imponerse a todo.   

Cuando ella murió, en 1971, él se hundió. Le sobrevivió apenas dos años: el 2 de septiembre de 1973, a los 81 años, falleció. Hoy día en la tumba que comparten pueden verse, junto a sus nombres, los de Lúthien y Beren, la elfa y el hombre que, pese a tenerlo todo en contra, pese a ser tan distintos y pese a que con su amor corrían el riesgo de perderlo todo, quisieron estar juntos para siempre.