sábado, 23 de noviembre de 2024 00:01h.

Michael Ende: un padre, una película maldita y una fantasía interminable

Michael Ende (1929-1995) es, junto a escritores como Tolkien, C.S. Lewis o Mervyn Peake, el autor de algunas de las más importantes obras de fantasía del siglo XX. De hecho, en la década de los ochenta superó en popularidad entre los jóvenes a prácticamente todos los representantes del género, en parte, por la exitosa adaptación al cine de La historia interminable (y que él tanto odió). Pero Ende fue un escritor distinto al que resulta difícil ubicar únicamente en el ámbito fantástico. En él hay filosofía, existencialismo, postmodernismo, romanticismo alemán y una intencionalidad de escribir historias que llegaran tanto a jóvenes como a adultos. Hoy queremos recordar a este gran autor y, con él, algunos de sus libros.

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Michael Ende

A mediados de la década de1980 Michael Ende gozaba de una popularidad que pocos, muy pocos escritores, podían siquiera soñar. Su nombre sonaba cada vez en más países, sus libros se vendían hasta agotarse y los editores de todo el mundo se peleaban para conseguir los derechos de cualquiera de sus textos. Y todo, en gran parte, por culpa de la adaptación al cine de La historia interminable, aquel cuento fantástico protagonizado por un niño llamado Bastián que sufría el acoso de sus compañeros de de escuela y que leía una novela que había robado en una librería, involucrándose en ella cada vez más hasta descubrir los nexos que había entre ese libro y él. Las imágenes oníricas y fantásticas de la película, el dragón blanco Fújur o esa banda sonora forman parte de los recuerdos de la mayoría de las personas que entonces fueron niños y adolescentes y acudieron con sus padres, amigos o hermanos a las pantallas de cine.   

Y, sin embargo, a Michael Ende le aterró esa adaptación. Él, que había convivido dos años (de 1977 a 1979) con Bastián en aquel mundo de fantasía, que había dado largas a los editores para construir la obra perfecta y que hasta había batallado para que imprimieran su libro en tinta de dos colores, vio en esa película un eco superficial, acortado y colorista de lo que él había hecho. Nada que ver con las aspiraciones filosóficas y posmodernistas que había dejado en la obra original. O dicho de otro  modo: sintió que a su querido libro lo habían despojado de su profundidad literaria para convertirlo en un producto pop que se podía promocionar a todas horas en la MTV. De  hecho, enseguida entró en litigio con la productora para salvaguardar su honor de autor, perdiendo al final mucho dinero y logrando una victoria que muchos considerarían pírrica: que eliminasen su nombre de los créditos de la película. Pero, al menos, con eso pudo demostrar que él no buscaba ser un escritor popular sino uno al que respetaran. Que el arte, en su ideario, estaba por encima del dinero.

Michael, de niño, con sus padres, Edgar Ende y Luise 

Buena parte de esas ideas las había tomado de su padre, Edgar Ende, un pintor que destacaba por obras surrealistas y que influyó decisivamente con sus trabajos en la imaginación del joven Ende. Vivió, además, un episodio que marcó a su hijo, cuando los nazis le prohibieron seguir pintando por considerar su arte “degenerado” y su familia empezó a ser mal vista, cosa que, por otra parte, no impidió que Edgar siguiera pintando, aunque eso sí, a escondidas. Algo que Michael, que vivió eso siendo adolescente, al igual que la Segunda Guerra Mundial, admiró totalmente. De hecho, basta con leer su libro El espejo en el espejo, que recoge cuentos claramente inspirados en la figura paterna (de hecho, a Edgar lo dedicó), para comprender todo lo apegado que Michael estuvo a su progenitor. Allí está, por ejemplo, la mejor alegoría de su relación: un cuento en que aparecen un mago y un niño que andan a la búsqueda de un lugar en el que refugiarse y en donde el primero dice al segundo que, si no lo pueden encontrar, ellos lo crearán mágicamente. Así que es muy posible que la reacción de Michael hacia la película tuviera que ver con esa misma idea: estaban deshaciendo el refugio que él había construido.  

Y es que La historia interminable obró así para él. Como esperaba que lo hiciera para sus lectores. Sobre todo, aquellos que, como Bastián, sufrían por el mundo cruel que les rodeaba. Algo que se observa también en sus otros libros famosos, Jim Botón; y, por supuesto, Momo, de 1973, que permitió a Ende criticar los modelos sociales y consumistas de su tiempo. Y es que en la historia de esa niña que vivía sola y acababa combatiendo contra aquellos que ponían a la economía por encima de las personas se notan las filosofías y corrientes de los movimientos que dieron lugar a los “mayo del 68”. Así como su idea de que la fantasía podía ser algo más que un género destinado a los jóvenes (¿quiénes mejor que los adultos para entender a los “hombres de gris” que tratan de fumarse nuestro tiempo?). De  hecho, él siempre consideró que sus libros eran para adultos, aunque igual respondiera positivamente al ver que tenía una mayoría de lectores jóvenes.

Michael falleció en Filderstadt (Alemania) un 28 de agosto de 1995, tras unos años muy difíciles en los que tuvo que sufrir, también, la muerte de su esposa. Estaba entonces en la ruina económica porque su contable le había estafado. Pero igual seguía escribiendo y refugiándose en esos mundos en donde todo tenía un sentido y el bien acababa triunfando sobre el mal. Hoy, muchos de los que crecimos con sus libros, sentimos algo cálido en nuestro interior cuando leemos su nombre. Algo que muy pocos autores logran despertar. Porque somos conscientes de las enseñanzas bellas que nos dejaron sus libros: el poder de seguir soñando, pese a todo; la  importancia de seguir creyendo en la imaginación y la necesidad de hacer lo posible para convertir este mundo frío, industrial y mercantilista, en un mundo de poesía. Gracias, Ende.