Sigmund Freud: el hombre que descubrió el inconsciente y la forma en que el ser humano se entendía
Confías en que todo lo que sucede en tu alma llega a tu conocimiento, por cuanto la conciencia se encarga de anunciártelo (…) [pero] una cosa es que algo suceda en tu alma y otra que tú llegues a tener conocimiento de ello.
La frase procede de Una dificultad para el psicoanálisis, el ensayo que Sigmund Freud escribió en 1917 para presentar al mundo su método para concienciar de los secretos de la mente y anunciar que él había encontrado el modo para empezar a descubrirlos. Convencido de que sus estudios iban a cambiarlo todo, Freud se ubicaba allí al lado de los dos investigadores que habían logrado despertar a la humanidad de su sueño narcisista: Copérnico y Darwin. Pero, decía, mientras que ellos habían ubicado al hombre en su posición respecto al universo, él había logrado demostrarle que ni siquiera era “dueño y señor de su propia casa”. Que su propia mente le dirigía sin que él lo supiera.
Sí, la afirmación resulta grandilocuente y e incluso puede pecar de falta de modestia, pero se entiende mejor si recordamos las vicisitudes de la biografía de Freud y toda la frustración que acumuló en los años anteriores. Y es que, tras culminar sus estudios de Medicina, había realizado estudios biológicos y había trabajado en varios laboratorios entregándose totalmente a su trabajo y esperando, sin éxito, hallar algo que le permitiera ser conocido entre la sociedad científica. Al punto de que había llegado a experimentar en sí mismo, en su esposa y algunos amigos los posibles efectos curativos de la cocaína porque estaba convencido de que con ella podría revolucionar el mundo de la medicina. Pero tampoco esto había dado el fruto deseado.
De modo que Freud había visto pasar los años con la frustración de no ser reconocido. Sus becas de estudio no le habían aportado lo que esperaba y, aunque había estado en París y había conocido allí a Charcot y sus trabajos sobre la histeria, creía que el tiempo se le echaba encima. Hasta que en 1895, cuando tenía 39 años, publicó junto a su colega Josef Breuer un libro llamado Estudios sobre la histeria, basado en el estudio de la neurosis en distintos pacientes, comprendió que estaba ante el campo de investigación que siempre había buscado: el del funcionamiento de la mente y el llamado “inconsciente”. ¿El resultado de todo ello? Un libro que se haría famoso llamado La interpretación de los sueños (1899) y en el que consideraba estos como proyecciones que se ocultaban en la mente.
A partir de esa publicación, Freud dedicó todos sus estudios al inconsciente. Fueron los años que, laboralmente, fueron los más satisfactorios para él. Conoció a cada vez más pacientes, empezó a indagar en sus traumas, carencias y deseos, y fue desarrollando una metodología que se basaba en el origen sexual de las neurosis y que interesó a numerosos investigadores que procedían de muy diversas disciplinas científicas y sociales y que acabaron siendo sus discípulos.
La llegada del psicoanálisis puede entenderse también como un resultado del propio cambio que se vivía en Europa en aquel momento. No debe ser casual que comenzara este a popularizarse tras la primera guerra mundial, el momento en que, para muchos, se dejó realmente atrás el siglo XIX y la sociedad cambió. De hecho, este conflicto creó traumas y reacciones para las que Freud parecía ofrecer respuestas.
Sí, leídas hoy, las teorías de Freud se han superado ya por otras mucho más precisas y que no se centran únicamente en el tema sexual. Y, en el camino, se ha acabado cuestionando al propio Freud y su honestidad intelectual. No han faltado en los últimos años, por ejemplo, obras que se hayan cuestionado sus resultados o que incluso hayan afirmado que este decidió falsear los resultados de sus investigaciones para poder construir sus teorías. Pero, pese a todo, la dimensión histórica del creador del psicoanálisis es incuestionable, como lo es también la influencia que han dejado sus teorías en la cultura mundial. Y no solo en el ámbito científico, también en corrientes artísticas como el surrealismo (Dalí es un buen ejemplo) o en las formas en que se ha encarado la literatura y el cine. De hecho, leer a Freud hoy día sigue siendo estimulante y anima a que nos formulemos muchas preguntas en torno a la búsqueda de nosotros mismos, la forma que tenemos para encarar las fatalidades, nuestros sentimientos e impulsos o las máscaras que a veces nos ponemos para protegernos de nuestros temores. Ahora, a 165 años de su nacimiento, hay que saber reconocer también la labor de quienes allanaron el camino para que los que le siguieron pudieran llegar más lejos.