‘Vindicación de los derechos de la mujer’, de Mary Wollstonecraft, la mujer silenciada
Mary Wollstonecraft falleció en 1797, a los 38 años, pocos días después de dar a luz a Mary Shelley, la futura autora de Frankenstein. Durante mucho tiempo fue una desconocida en parte, por culpa de quienes rechazaban sus ideas y utilizaron sus cartas íntimas para destruir su imagen. Sin embargo, su libro Vindicación de los derechos de la mujer se ofrece como una de las obras básicas en la lucha por la igualdad de hombres y mujeres, así como un texto que le revela como una de las más importantes pensadoras del XVIII.
A Mary Wollstonecraft se le educó, de acuerdo a las reglas de su tiempo, únicamente para ejercer las labores matrimoniales. Era, además, hija de un padre alcohólico, constantemente endeudado, que solía golpear a su esposa, cosa que le marcó, más, cuando veía a su madre tan infeliz como resignada a su destino. Sin embargo, Mary tuvo al menos la suerte de vivir en un momento de cambio para hombres y mujeres, en donde se reivindicaron las libertades y las individualidades. Eso le hizo soñar con, algún día, salir de allí y labrarse un camino propio.
Con tal objetivo trabajó como niñera y dama de compañía antes de ejercer como maestra para señoritas, aunque eso, por los límites que ofrecía la enseñanza femenina, no le satisficiera. Así que, cuando conoció al editor Johnson y este, sorprendido por su inteligencia, le pidió que le apoyara en su defensa de la causa liberal inglesa, ella rápidamente aceptó. De este modo, Mary pudo escribir en la prensa y dar a conocer sus puntos de vista, si bien, firmando solo con sus iniciales, pues creía que si revelaba su condición femenina los lectores rechazarían sus planteamientos. Desde entonces, se enfrascó en batallas dialécticas, defendiendo sus ideas y dando muestra de ese pensamiento original que la convertiría pronto en una de las primeras pensadoras y teóricas de la igualdad.
Mary Wollstonecraft, hacia 1790
En 1787 publicó su primera obra, Reflexiones sobre la educación de las hijas, a la que siguió al año siguiente Historias originales, en donde volvía a incidir en la educación. Fueron, sin embargo, las dos siguientes, herederas de las corrientes que buscaban proteger las individualidades, las que condensan su original pensamiento, Vindicación de los derechos del hombre (1790), y, sobre todo, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), en donde reflexiona sobre las causas de que no se ubique a las mujeres al nivel de los varones. Esta última, sin embargo, pese a su relevancia histórica, fue incomprendida en su día, pues no solo le valió el rechazo –y algún insulto- del mundo más conservador, también el de una parte de sus compañeros liberales, los cuales no le perdonaron que se atreviese a refutar a Rousseau.
Primera edición de Vindicación de los derechos de la mujer
A finales de ese mismo año Mary se trasladó a París, en donde vivió uno de los grandes momentos históricos de Francia: la muerte, pocos días después de su llegada, del rey Luis XVI en la guillotina. Aquella violencia le horrorizó, pero acogió con gusto el cambio que se vivió en el país, con ensayos en torno a la libertad y a la aplicación de los derechos que ella había defendido. También fue entonces cuando se enamoró, con una pasión nunca antes vivida –seguramente, porque nunca se había permitido algo así-, de un norteamericano llamado Gilbert Imlay y del que pronto quedó embarazada.
Aquel “paraíso”, sin embargo, no duró mucho: la llegada de Robespierre nueve meses después de la muerte del monarca llevó a Mary a refugiarse en Neuilly para escapar de París, en donde muchos de sus amigos morirían como consecuencia del régimen de terror iniciado por el nuevo gobernante. Olympe de Gouges o Manon Roland, por ejemplo, fueran ejecutadas en la guillotina; mientras que Nicolas de Condorcet murió en la celda –seguramente, se suicidó- mientras aguardaba el mismo fin. Imlay, entretanto, decidió marcharse de Francia y abandonar a Mary. Sin embargo, esta, que acababa de tener a su hija Fanny, no quiso aceptar la ruptura y le siguió a Londres, en donde le insistiría una y otra vez que regresara con ella, persiguiéndole, suplicándole y llorando ante él. Dos veces, incluso, trató de suicidarse.
El tiempo, sin embargo, le permitió superar la ruptura e iniciar una relación con un viejo amigo llamado William Godwin, también escritor. El 30 de agosto de 1797, fruto de esta unión, nacería su hija Mary Shelley, quien más adelante pasaría a la historia por escribir Frankenstein. Pero esto la madre nunca lo supo, pues inmediatamente después de dar a luz enfermó. Moriría once días después, a los 38 años. .
Retrato de Mary Shelley, obra de Richard Rothwell
Su marido, por el dolor de la pérdida y convencido de la excepcionalidad de su esposa, quiso entonces publicar sus textos inéditos, incluidas las cartas que dedicó a Imlay, propiciando así que se supieran las intimidades de Mary y sus enemigos atacaran su inteligencia tratándola de obsesiva y enferma mental. De hecho, durante largo tiempo, esa fue su imagen, ajena al legado que como pensadora había dejado y, como mucho, reducida al hecho de ser la madre de quien había dado uno de los más importantes libros del XIX. Hoy día, sin embargo, es conocida por derecho propio y ocupa el lugar que le arrebataron: el de una de esas primeras pensadoras que dedicaron todos sus esfuerzos a combatir por un mundo realmente igualitario.