jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Gustave Flaubert y ‘Madame Bovary’: el reflejo de un mundo

Este 12 de diciembre es el 200 aniversario del nacimiento de Gustave Flaubert (1821-1880), el autor de la que es sin duda una de las grandes novelas de la historia, "Madame Bovary". Con ella no solo preludió el realismo literario y dibujó a uno de los personajes más interesantes, complejos e influyentes de la novela del XIX, también logró que se considerara el género de la prosa al nivel estético de la poesía.

Gustave Flaubert
Gustave Flaubert

A Gustave Flaubert le costó 56 meses completar Madame Bovary. Fue un proceso en el cual él, amante de los placeres y de la vida, se apartó del mundo, porque no quería que nada le distrajera. Revisaba una y otra vez los textos, destruía todo aquello que no le gustaba y se ponía a escribir de nuevo. Buscaba un lenguaje exquisito, en donde todo encajara a la perfección y se demostrara que la prosa podía alcanzar la excelencia de la poesía y arrinconar esa imagen, muy habitual, que presentaba a los novelistas como representantes de un género menor cuyas obras nunca podrían alcanzar la musicalidad exquisita del verso.

Sin embargo, cuando, finalmente, en 1856 el libro se publicó, los comentarios más sonoros llegaron, no por aquel ejercicio lingüístico, sino por el contenido. A muchos esa trama, con pasajes eróticos y poco afines a las buenas costumbres, les resultaba escandalosa, y aunque Flaubert era consciente de que su estilo podría resultar chocante –allí tenía como ejemplo las reacciones de su juvenil y rebelde Memorias de un loco-, seguramente nunca esperó que aquello le llevaría a los tribunales franceses bajo la acusación de atentar contra la moralidad. A la par, por cierto, que otro de los grandes autores de su tiempo, Charles Baudelaire, que sufrió el mismo destino por su subversiva Las flores del mal.

Aquello terminó bien para Flaubert (no para su compatriota), pues no solo salió indemne, también el escándalo propició que muchos más lectores quisieran conocer la historia de Emma Rouault y su lucha por satisfacer sus deseos en ese mundo que le resultaba aburrido y cruel. Y es que, tras una juventud ilusionada por las novelas románticas y su mundo de sueños quijotescos e idílicos, se casaba, enamorada, con un médico, Charles Bovary, para luego descubrir que este, con su apatía, no le hacía sentir nada. Y era aquí donde se iniciaba el gran escándalo, pues, en lugar de quedarse en casa y aceptar las circunstancias, como se exigía a toda mujer casada, Emma se lanzaba a la búsqueda desesperada del amor ideal que aparecía en sus libros, relacionándose con otros hombres que se aprovecharían de ella y le humillarían. Todo, hasta que caía derrotada por la realidad del mundo, los prejuicios hacia su género, la mezquindad y sus mismos sueños.

Jennifer Jones como Madame Bovary en la adaptación cinematográfica de 1949

Flaubert, además, evitaba emitir juicios morales durante la obra, centrándose en retratar la psicología de los personajes y el mundo que les rodeaba con absoluta minuciosidad, logrando que su texto no solo pudiera considerarse una heredera del romanticismo de su tiempo, también una de las primeras novelas realistas. Por ello, el personaje de Emma resulta extraordinariamente complejo y lleno de matices; y aunque su comportamiento a veces parece egoísta, igual logra encandilar al lector por sus ansias e ilusiones, además de, por supuesto, el sufrimiento que siente ante un mundo que no le deja realizar unos actos que, sin embargo, no resultan tan escandalosos entre los varones.

Con Madame Bovary Flaubert demostró sus grandes capacidades como escritor, así como su defensa de la novela como género equiparable a la poesía. Además, le sirvió encauzar su vida, hasta entonces desordenada. Antes de eso le habían dicho que carecía de ambiciones y solo buscaba satisfacerse, y, en parte, lo había demostrado con su vida bohemia. Había, además, empezado Derecho para luego abandonarla, y había vivido sin otra financiación que el dinero de su extenso patrimonio familiar (si, en parte, consigue tal exactitud en el retrato de la acomodaticia burguesía francesa es porque la conocía bien: él formaba parte de ella); pero, a partir de entonces, se dedicó a sus nuevos proyectos literarios. Así, en 1862 publicó Salambó, y en 1869 La educación sentimental, otro de sus grandes trabajos, que escribió con la misma pasión de antes, pero con un estado de ánimo cada vez más retraído. Sobre todo, una vez que llegaron a su vida por primera vez las dificultades económicas y sus trabajos dejaron de tener éxito, como pudo comprobar con la obra de teatro El candidato. Y a esto se añadió que su salud fue poco a poco apagándose, mientras empezaba a sufrir enfermedades nerviosas.

Cuando en 1880 murió, a los 58 años, todavía no había terminado la que esperaba fuera su gran obra, Bouvard y Pécuchet, en donde no solo se evidenciaba su depresivo estado de ánimo, también su constante y casi lesiva autoexigencia lírica. No era consciente, desde luego, de que ya había alcanzado su gran objetivo de dejar un texto para la posterioridad; además de un gran personaje, Emma Bovary, en cuyos porqués y pensamientos merecía la pena adentrarse y que logró entusiasmar a miles de lectores de muy distintas generaciones. Otro de esos fantásticos seres quijotescos y desesperados de la literatura a quienes la realidad insiste en cortar todos los sueños y con los que, a veces, es imposible no identificarse.