jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

J. D. Salinger, la soledad, los traumas de la guerra y ‘El guardián entre el centeno’

Todos conocemos El guardián entre el centeno. Sin embargo, es menos sabido que J.D. Salinger (1919-2010) lo inició en los años de la Segunda Guerra Mundial y que llegó a llevar consigo los primeros capítulos del manuscrito durante los combates que entabló cuando fue soldado en Europa. Todo ello permite entender parte de la desilusión que recorre el libro y que sintió Salinger al llegar al mundo adulto. Pero este es tan solo uno de los datos de quien es uno de los hombres más misteriosos de la literatura, que tras conquistar al mundo con una sola novela decidió apartarse del ámbito editorial durante la segunda mitad de su vida.

J.D. Salinger buscó por todos los medios que El guardián en el centeno no fuese llevada al cine. Lo rechazó de forma obstinada y desesperada, y ninguna oferta logró cambiar su decisión. Le dieron igual las promesas de dinero y fama o que le ofrecieran directores de prestigio y actores de relevancia para encarnar a sus personajes. Él siempre prefirió preservar su intimidad y pasar desapercibido. Con el tiempo incluso dejó de hacer promoción de sus obras y llegó a pedir a la editorial que en ellas no se incluyera su fotografía. Todo para, finalmente, apartarse del ámbito literario y dedicarse a la vida en su granja junto a su esposa e hijos.

Eso no impidió que El guardián entre el centeno se convirtiera en uno de los textos fundamentales de la literatura norteamericana y su rebelde protagonista, Holden Caulfield, una de las referencias icónicas de numerosos jóvenes lectores que se identificaron con la rebeldía y el cinismo del personaje y corroboraron en sus páginas cómo la inocencia también se perdía. Tanto que todavía hoy provoca rechazo entre los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense, pues le consideran, por su forma de ser, un modelo negativo para los lectores más impresionables.   

Salinger pretendía exponer en su obra, de forma honesta, gran parte de la desilusión que había sentido por el mundo adulto. Venida, en gran parte, por el contexto en que comenzó escribir la obra: el de los años de la Segunda Guerra Mundial, en donde tantos jóvenes que, como él, entraron en combate descubrieron cómo de horrible podía ser la realidad. Salinger lo hizo tras alistarse motivado por la propaganda y el idealismo, pero acabó encontrándose con algo para lo que no estaba preparado. En ese tiempo estuvo en la liberación de París, en las batallas del bosque de Hürtgen y de las Ardenas, participó en la liberación del complejo de Dachau y hasta tuvo tiempo de enamorarse de la hija de una familia vienesa que le hospedó para luego descubrir que tanto ella como sus padres habían muerto en un campo de concentración. Su libro, de hecho, se gestó en esos años de combates, y lo vinculó tanto a su estado emocional que llegó a llevar consigo algunos de los capítulos durante sus intervenciones en el frente para recordarse la necesidad de sobrevivir y, algún día, completarlo.

J. D. Salinger con su primera esposa, la alemana Sylvia Louise Welter

Al terminar la guerra se le dio trabajo en un cuerpo de contraespionaje, pero no pudo aguantar mucho tiempo allí. Seguramente, lo vivido había hecho demasiada mella en él, así que prefirió regresar a los Estados Unidos (por cierto, tras casarse con Sylvia Louise Welter, una oftalmóloga alemana de quien muy poco después se separaría).

n 1951 publicó, finalmente, El guardián entre el centeno, logrando un éxito abrumador para él. Por un tiempo fue, incluso, lo que nunca había querido: un símbolo de los adolescentes y un icono para muchos fanáticos que le persiguieron y acosaron. Todo, porque se identificaban con el protagonista, pues hablaba como ellos y lograba expresar sin ambages lo que estaban sintiendo. Demasiado, sin embargo, para algunos desequilibrados que llevaron más allá su relación con Holden Caulfield. Fue el caso de John Hinckley Jr., quien un día de 1981 disparó a Ronald Reagan, hiriéndolo de gravedad, o del asesino de la actriz Rebeca Schaeffer; aunque el más famoso siempre será el de Mark Chapman, el asesino de John Lennon, que en alusión al terrible hecho escribió en su copia de la novela: “esta es mi declaración”. Suficiente para avivar a quienes seguían sosteniendo la necesidad de censurar aquella obra, o incluso, prohibirla.

El último relato de Salinger, “Hapworth 16, 1924” apareció en The New Yorker en 1965 y la crítica fue extraordinariamente cruel con él. Desde entonces, y hasta su muerte, en 2010, con 91 años, no se supo ya nada más de su trabajo, aunque eso no le privara de seguir escribiendo, como recordó en 2019 su hijo, quien además prometió –cosa no cumplida todavía- publicar gran parte de los textos inéditos. Y es que todavía queda mucho por conocer de este autor tímido y escurridizo, que con su excelente prosa, sus personajes y su capacidad para urdir historia, logró algo que muy pocos consiguen: alcanzar con una sola novela el cielo literario.