Jane Austen, la escritora que representó la resiliencia y los sueños de la juventud
Hay tres cosas que llaman la atención de Jane Austen. La primera, que cuando apenas había sobrepasado los veinte años de edad ya había escrito las que iban a ser sus dos novelas más conocidas (y quizá, sus obras maestras). La segunda, que siendo muy joven, logró conformar un original y sorprendentemente profundo retrato psicológico de sus personajes. Y la tercera, que pese a todo su talento, tuvo que esperar a los últimos años de su vida para ver al fin publicados sus libros.
Había nacido el 16 de diciembre de 1775 en una familia formada por su padre, el reverendo anglicano George Austen, su madre Cassandra y sus siete hermanos. Estudió dos años en un internado, y aunque de allí se llevó algunas experiencias negativas, por lo general tuvo una infancia y adolescencia tranquilas. El resto del tiempo quedó bajo la educación de sus padres, que le animaron a leer los libros de la gran biblioteca que tenían. Fueron estos los que le inspiraron a escribir, cosa que Jane hizo, al principio, con el sencillo objetivo de entretener a sus hermanos. Pero luego, con el tiempo, fue manifestando otros deseos, entre ellos, el de rebelarse contra algunos de los roles que tradicionalmente se daban a las mujeres. Y es que, aunque los personajes femeninos de Austen creen firmemente en el amor, no están dispuestos a quedar en las segundas filas. Sin duda, porque Jane era así. Con la diferencia de que ella no tuvo la fortuna romántica de las mujeres de sus libros. Así, su primer pretendiente, Thomas Lefroy, tuvo que dejarla por motivos económicos (o lo que es lo mismo: por prejuicios sociales); el segundo, murió; y en cuanto al tercero, ella misma se apartó de él, antes de la boda, pese a haber aceptado casarse.
Tenía diecinueve años cuando empezó a escribir Sentido y Sensibilidad y veinte cuando inició Orgullo y prejuicio. Dos obras alegres, magníficas, repletas de ironía y comicidad, en donde las mujeres buscan construir su propio camino y luchan contra los prejuicios de la Inglaterra de su tiempo. Y esto, a la vez que logran transmitir la alegría de la juventud al lector; ilusionándole y haciéndole creer que es posible cambiar el destino. Mujeres que, además, son emocionalmente fuertes (más que los hombres) pero que en ningún momento quieren renunciar a su sensibilidad. Sobre todo, la protagonista de Orgullo y prejuicio, Elizabeth Benneth, cuya historia fascinó tanto al padre de Jane que contactó con algunos editores para que se la publicaran. No consiguió, sin embargo, su objetivo; quizá porque estaba escrita por una mujer y entonces las novelas de mujeres vendían mal. O quizá porque no les convenció la forma de narrar de esa jovencita que, para profundizar en los personajes, utilizaba la primera y la tercera persona en sus textos. Un experimento que permitía que el lector no solo leyera su novela desde su propia mirada, también desde la de los protagonistas.
En 1805 murió George Austen y la familia quedó en una difícil situación económica. De hecho, Jane tuvo que depender de sus hermanos, que le pidieron que se encargara de los quehaceres de la casa y cuidara a sus sobrinos. Cosa que no le impidió continuar fiel a sus ideas, sin aceptar los matrimonios concertados y sin dejar de escribir. Hasta que, al fin, en 1811, con 36 años, le llegó su gran oportunidad: un editor aceptó publicar Sentido y sensibilidad. A partir de entonces todo cambió. Solo dos años después, apareció su Orgullo y prejuicio; y luego, Mansfield Park y Emma.
Fue este, sin embargo, el último libro que Jane vio editado. Y es que, desafortunadamente, su felicidad duró poco. Al poco enfermó sin que los médicos supieran la causa. Y con 41 años, el 18 de julio de 1817, falleció. Sin llegar a ser consciente de la importancia que iba a tener su literatura y a cuántas generaciones de escritores iba a influir. Sí le quedó, al menos, la satisfacción de ver cumplido su sueño de ver que sus textos se vendían al público. A base de insistir y creer; cumpliendo algo que siempre defendió en sus novelas: que era posible cambiar el destino si se perseveraba. De hecho, su literatura constituye un perfecto ejemplo de resiliencia. Tanto, que un siglo después los médicos comenzaron a recomendar sus libros a los soldados ingleses de la I Guerra Mundial como terapia. Ella misma, de hecho, había concebido su literatura como una vía de escape y una forma de curarse ante todo. Y es que, pese a que es verdad que desde el principio su obra recibió críticas por su tono alegre y sencillo, también lo es que, a veces, los lectores necesitamos obras así, que tengan finales felices. Para emocionarnos y seguir dibujando nuestros sueños de juventud. Y por eso, seguramente, hoy día, doscientos años después, los libros de Jane Austen siguen igual de vivos. A fin de cuentas, son portadores de algunos de nuestros sentimientos más valiosos.