sábado, 23 de noviembre de 2024 00:01h.

Joseph Conrad, 'El corazón de las tinieblas' y el viaje a los abismos del ser humano

El 3 de agosto de 1924 fallecía Joseph Conrad, el autor de El corazón de las tinieblas, la obra en donde se preguntaba hasta qué punto la “civilización” había logrado dominar las pulsiones violentas del ser humano. Una novela magnífica, a ratos descorazonadora, que escribió en inglés pese a haber comenzado a aprender este idioma a los 21 años. Murió, sin embargo, sin conocer el éxito que iba a tener su novela durante la segunda mitad del siglo XX, sobre todo, después de que Francis Ford Coppola la adaptara al cine en Apocalypse Now.

Diseño sin título (5)-min
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Cuando en 1979 Francis Ford Coppola logró estrenar (tras arruinarse) la inmensa Apocalypse Now, dejó a su público totalmente impresionado por ese viaje sorprendente que proponía por la locura y el nihilismo. No todos, sin embargo, supieron que esa obra era extraordinariamente fiel a la esencia del libro que adaptaba, El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, un escritor polaco que, pese a que no aprendió inglés hasta los 21 años, logró ser uno de los mejores prosistas de la literatura anglosajona.

Antes de convertirse en un escritor, Conrad había sido un aventurero que había viajado por medio mundo sumando experiencias. Había nacido en 1857 en la Polonia ocupada por los rusos, hijo de un traductor y escritor que fue deportado a Siberia por sus ideas políticas. A los ocho años perdió a su madre, por tuberculosis, y a los doce, al padre, de modo que tuvo que quedar bajo los cuidados de su tío en Lvov. Cinco años después marchó a Marsella y se hizo marinero; y viajo así por el Caribe, el archipiélago malayo, América Latina, la India y África, participando en episodios tan extraños como aquel que le llevó a procurar armas de contrabando a los carlistas en España. Y sin que faltaran tampoco los romances. Algunos tan desesperados como el que, según narran, le llevó a dispararse en el pecho por un desengaño.

Luego, para huir del reclutamiento militar ruso, se trasladó a Inglaterra, en donde trabajó como tripulante en barcos de cabotaje. Fue allí donde aprendió el idioma, entre libros de Shakespeare, mientras estudiaba para ser oficial. Y así, tras nuevos viajes y contactos con viejos y nuevos mundos, y tras haber logrado el rango de capitán, comenzó a escribir. A los 37 años publicó su primera novela, La locura de Almayer (1895), a la que siguieron, en tan solo tres años, Un vagabundo de las islas, El negro del ‘Narciso’ y Juventud. Hasta que en 1899, inspirado por sus días en el Congo, y consciente de los horrores del colonialismo, llegó El corazón de las tinieblas, en donde ofreció una cuestión que recorrería su obra: hasta qué punto la “civilización” había logrado dominar las pulsiones violentas del ser  humano. Y todo, a través de su protagonista, Kurtz, que tras llegar a un territorio subdesarrollado convencido de que iba a llevar la ley, la religión y el progreso, se convertía tras saborear el poder absoluto en un cacique torturador y asesino. Por eso, el “horror”, al que aludirá este protagonista en una importante escena, se  convierte en uno de los principales ejes del texto.

La novela, sin embargo, no fue la que le dio fama. Tuvo que esperar a 1913 y a la publicación de Suerte para lograr al fin el éxito que llevaba años buscando y que certificó con su obra siguiente, Victoria. Cosa que, sin embargo, no impediría que Conrad acabara preso de las penurias económicas y en brazos de una depresión que le acompañó hasta los últimos días de su vida.

Murió el 3 de agosto de 1924, a los 66 años y sin saber la importancia que iba a tener en el siglo XX El Corazón de las tinieblas. Primero, tras el descubrimiento de las nuevas generaciones de lectores, y después por, precisamente, la fama que tuvo Apocalypse Now, en donde Coppola logró trasladar ese “horror” a Vietnam mientras Marlon Brando se convertía en un inolvidable Kurtz. Y es que tras dos guerras mundiales, la bomba atómica y la Guerra Fría, estaba más de manifiesto que nunca el fino hilo que separaba la civilización de la barbarie. Al igual que ese maquinismo que movía al ser humano y en el que la moralidad dependía del contexto.

Sí, El corazón de las tinieblas podía resultar un libro descorazonador. Pero Conrad se negó a creer que esa fuera una obra pesimista (“me opongo a ser llamado un trágico”, dijo en 1922 a Richard Curle). Y lo cierto es que su lectura, que revelaba con maestría las inestabilidades del ser humano, permitía abrir debates y preguntas para evitar, precisamente, el triunfo de ese mundo malvado. Y es que, aunque tenga más de 120 años, El corazón de las tinieblas sigue siendo una historia del ahora mismo.