'Los Miserables' de Victor Hugo: la obra maestra que va mucho más allá del siglo que narra
El 22 de mayo de 1885 falleció en París, con 83 años, el que para muchos es el más importante novelista del XIX, Víctor Hugo, cuya obra Los Miserables es junto a Nuestra señora de París su novela más conocida. Un título de grandes virtudes que no solo logra reflejar los altibajos del siglo XIX, también tiene la capacidad de generar a los lectores constantes preguntas.
Víctor Hugo celebraba siempre con su amante Juliette Drouef el aniversario de la primera noche que habían pasado juntos: el 16 de febrero de 1833. Fieles en su adulterio, permanecieron uno al lado del otro, contra viento y marea, hasta la muerte de Juliette, cincuenta años más tarde, amándose con tanta pasión que, se dice, hicieron regularmente el amor hasta prácticamente sus últimos días. Detalle este, sin duda, de escasa importancia, pero que pone de manifiesto algo: se han dedicado tantos estudios y biografías a Víctor Hugo que, ahora mismo, sabemos de él hasta lo más íntimo.
Ya en vida el escritor despertó un interés extraordinario entre sus contemporáneos. El suyo, de hecho, fue uno de esos raros casos en donde, como escritor, logró alcanzar el éxito masivo, a diferencia de muchos compañeros de generación. Porque Víctor Hugo consiguió vivir –y muy bien- de su literatura, convirtiéndose ya en vida en un clásico a quien crítica y público escuchaban por sus renovadoras teorías en torno a la novela y el teatro. Fue, además, un político considerado, un senador que por sus opiniones peligrosas tuvo que exiliarse durante los años del Segundo Imperio francés. Alguien cuya evolución ideológica, por otra parte, sigue sorprendiendo hoy día, pues pasó de ser un joven monárquico absolutista y reaccionario a, durante la madurez, interesarse por el socialismo y hasta coquetear con el anarquismo.
Juliette Drouet (c. 1827)
Por eso no extraña que imprimiera parte de ese pensamiento en la que es, junto a Nuestra señora de París, la obra más famosa de este autor: Los Miserables. La historia de Jean Valjean, el campesino que acaba de salir de prisión tras pasar allí diecinueve años por, simplemente, haber robado un trozo de pan, es también un muestrario del dolor de las clases sociales menos favorecidas y de la miseria a la cual se ven arrojadas por las ambiciones de sus gobernantes. Al igual que es también un ejemplo de cómo en la vida se puede hallar la redención, tal y como se observa cuando Valjean, tras lograr esa libertad, roba desesperado los cubiertos de plata que guarda el obispo Myriel, quien acaba de acogerle en su casa. Así, como saben los lectores, tras ese hecho las autoridades capturan a Valjean y lo llevan ante Myriel, pero este último en lugar de denunciarle afirma haber entregado voluntariamente esos cubiertos, dándole, además, varios candeleros de plata. Solucionado todo, los gendarmes se van, y Myriel dice a Valjean una frase que recoge el espíritu de la obra: “vos no pertenecéis al mal, sino al bien. Yo compro vuestra alma, yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro a Dios”. Una alegoría de la salvación y la creencia en las segundas oportunidades que llevará a Valjean a buscar desde entonces las buenas acciones pese a los muchos seres mezquinos que encontrará en su camino y harán lo posible para evitarlo.
Una de las escenas de la adaptación fílmica del libro, con Hugh Jackman como Valjean (2012)
Pero, como en todos los grandes libros, cada lector hallará su propia interpretación de Los Miserables. Quizá encuentre allí, porque lo es, una novela de aventuras, con ese corte folletinesco tan del gusto decimonónico; como también una acendrada defensa del poder curativo del amor (por cierto, Marius y Cosette, dos de los principales personajes, se casan el 16 de febrero, la fecha que aludíamos en nuestro primer párrafo); o quizá le ayude a entender un poco mejor los cambios de la convulsa Francia de ese siglo, la de los últimos años Napoleónicos y la rebelión contra el rey de junio de 1832. Pero de lo que no hay duda es de que conforme vaya pasando las páginas se preguntará nuevas cuestiones sobre sí mismo. Y es que, como dice el escritor Mario Vargas Llosa en su ensayo La tentación de lo imposible: “Nadie que lea Los miserables es al cerrar el libro la misma persona que lo abrió”. Aseveración esta que se puede aplicar a muy pocos libros. Menos aún en aquellos en donde han transcurrido más de 125 años de la muerte de su autor.