‘Mujercitas’, el gran clásico de Louisa May Alcott: una obra capital para la difusión de los derechos de la mujer
En 1834 Bronson Alcott, el padre de Louisa May, puso en marcha una escuela para niños bajo la premisa revolucionaria de incluir en sus clases, no solo a alumnos de ambos sexos, también de distintas razas. La idea, como es de esperar en una sociedad tradicional, chocó en la población, si bien la escuela logró subsistir hasta que varios padres pidieron expulsar de las aulas, por sus prejuicios contra los afroamericanos, a un niño negro. Bronson se negó, así que estas familias sacaron a sus hijos de la escuela, provocando con ello a su responsable tantas penurias económicas que se vio en la necesidad de cerrarla de forma definitiva.
Ese fue el entorno que conoció la autora de Mujercitas en su juventud y que explica buena parte de su vida. Un hogar abierto, al que acudían hombres de la talla de Ralph Emerson o Henry David Thoreau, en donde se rechazaban los modelos materialistas y se defendían la abolición de la esclavitud y la igualdad de sexos. Su familia, de hecho, fue una de las primeras en adoptar principios ecologistas en el mundo moderno, negándose a consumir materias como la lana y el cuero por proceder de ovejas y vacas, o todas las prendas de algodón, no en vano, estas formaban parte de la economía esclavista que explotaba a los hombres y mujeres de raza negra.
Las decisiones de Bronson tuvieron, sin embargo, repercusiones económicas. Sus ingresos fueron siempre escasos e intermitentes, más, cuando los empresarios veían en él a un trabajador difícil y poco sumiso (también, para las autoridades: en los años cuarenta fue arrestado por negarse a pagar el impuesto de capitación para la guerra). Así que fue la familia quien solventó tales carencias, y muy especialmente, las hijas.
Así hizo Louisa, desempeñando durante la juventud muy distintas tareas, si bien, siempre con una idea en el mente: trabajar, algún día, como escritora. En 1851 logró que la Peterson’s Magazine incluyera entre sus páginas uno de sus poemas; y tres años después, ya publicó su primer libro, Flowers Fables, una colección de relatos cortos para niños que, por las buenas críticas, le animó a seguir creando. Así lo expresó en abril de 1855 tras percibir que el título le había hecho ganar un cierto respeto entre sus convecinos, quienes hasta la fecha siempre la había visto, por sus costumbres, extraña: "Se publicó mi libro –decía- y la gente empezó a pensar que la trastornada Louisa valdría algo después de todo, ya que podía hacerlo bien tanto de empleada doméstica como de maestra, costurera y hasta de narradora. Quizás sí que pueda”.
Una imagen de la adaptación de Mujercitas (1949), de Mervyn LeRoy
Con la Guerra de Secesión (1861-1865) May compaginó su labor de enfermera –allí sufrió un envenenamiento por mercurio que provocaría su muerte años después- con su carrera de escritora. Publicó varios cuentos, la obra La pasión y castigo de Pauline –cierta insatisfacción le llevó a firmarla con seudónimo-, numerosos textos a favor de la libertad de los esclavos y los derechos de las mujeres, y, en el último año bélico, Mal humor. Fue la primera novela en aparecer con su nombre y un título fundamental, junto a La llave misteriosa y lo que abrió (1867), para empezar a labrarse un prestigio como autora.
Mujercitas llegó por una casualidad. Un editor le pidió que escribiera una historia para jóvenes, y Louisa decidió inspirarla en su propio pasado. Así nació la familia March, en la que plasmó las distintas personalidades de su madre y sus hermanas, además de la de su padre, si bien esta última bajo una óptica idealista y quitándole los excesos autoritarios que a veces él mostraba con los suyos. Ahora bien, para construir a su gran personaje, Jo, se basó en su propia personalidad, sus ilusiones y esperanzas. Y, con ello, logró crear a uno de los personajes más atractivos de la historia de la literatura; una joven imaginativa, descuidada, idealista y llena de pasión por la escritura, que consigue animar al lector con sus sueños y su luz.
Escribió el libro en tan solo dos meses, dedicándole diez horas diarias; y desde su publicación fue todo un éxito. Seguramente por el papel dado a esas jóvenes mujeres que lograban hacer oír su voz y desempeñar roles tan atípicos para su tiempo, anticipando con ello muchas de las ideas de la sociedad del futuro. De hecho, es llamativo como en la novela apenas tienen trascendencia ni voz los personajes masculinos, que aparecen poco y nunca toman decisiones importantes. Son ellas quienes pelean por sus objetivos y resuelven todo, cada una, desde su propia personalidad y principios.
De este modo, la fama de Mujercitas fue creciendo, alcanzando a cada vez más generaciones hasta convertirse en una de las más influyentes de los siglos XIX y XX, no solo en los Estados Unidos, también en otras partes del mundo (sus adaptaciones cinematográficas, todas de alta calidad, contribuyeron por supuesto a ello). De hecho, todavía hoy merece la pena releer este libro para comprobar cómo, sin renunciar a muchos comportamientos tradicionales, Louisa May rompió sutilmente con muchas de las convenciones. Y aunque es verdad que algunas de sus cuestiones puedan chocar hoy, su importancia social fue innegable, pues permitió que muchas jóvenes conociesen un modelo de mujer fuerte, creativa, piadosa con sus semejantes y deseosa de resolver todas las penurias. Aquello que buscó ser siempre Louisa.