jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

'A sangre fría' : el libro que agotó a Truman Capote

Con A sangre fría (1966) Truman Capote demostró que la realidad podía ser tan atractiva como la ficción. Del mismo modo que logró poner de manifiesto el lado más oscuro y violento de la sociedad estadounidense. Pero la historia de esta novela y el proceso que vivió para escribirla son especialmente complejos. Y más, si consideramos que Truman acabó vinculándose emocionalmente con uno de sus asesinos, Perry Smith. Fuera como fuese, algo consumió a este escritor en el proceso, pues tras la publicación, y hasta la fecha de su muerte, el 25 de agosto de 1984, ya no volvió a completar ninguna novela más.

A Truman Capote era habitual verlo en las fiestas de la alta sociedad, rodeado de hombres y mujeres, con una copa en la mano, y soltando sus frases ingeniosas ante las risas de todos, que le pedían que les contara cualquier anécdota que involucrara a alguno de los actores de cine que había conocido. Entonces, Capote se sentía feliz, querido, muy lejos de sus recuerdos de juventud. Cuando era un sureño adolescente homosexual al que apartaban y ridiculizaban por su voz y sus gestos hasta hacerle sentir como un paria sin lugar en el mundo.  

Desde que había debutado como novelista con Otras voces, otros ámbitos, Capote había dejado claro que quería trasladar su originalidad, su ironía y sus diálogos mordaces a la literatura. Y lo logró en obras como El arpa de hierba (1951) y ese Desayuno en Tiffany’s (1958) que inmortalizaría Audrey Hepburn en la gran pantalla y que tanto le ayudó a conectar con el mundo hollywoodiense. Pero, aún así, igual sentía que su gran obra, la que le consagraría como un gran escritor, todavía estaba por hacerse.

Fue a mediados de noviembre de 1959 cuando tuvo lugar en Holcomb el suceso que le permitiría satisfacer ese deseo: el cruel asesinato de la familia Clutter a manos de dos hombres que pensaron que estaban a punto de hacer el “golpe” de sus vidas. Uno, Dick Hickock, y el otro, Perry Smith, que a diferencia de Dick, fascinó a Capote. Y todo, porque le encontró una sensibilidad y una tristeza que le recordaron a las suyas propias. Y es que Perry venía de un hogar roto, con un padre maltratador y una madre alcohólica ahogados en las penurias económicas. Cuando él tenía seis años ella había huido con Perry y sus tres hermanos, pero, al serle imposible cuidarlos, acabó dejándolos en distintos orfanatos y asilos. Poco después, y tras perder la custodia de los hijos ante su marido, fallecería, ahogada en su propio vómito, después de vivir una más de sus muchas noches de alcohol. Demasiadas experiencias traumáticas en los cimientos como para que esos niños aprendieran a sostener bien los golpes de la vida. No es casual que dos de ellos acabaran suicidándose.

Perry pensó, sin embargo, que para él todo sería distinto. Se alistó en la Marina Mercante y fue a la guerra de Corea, en donde obtuvo una Estrella de Bronce. Y luego, al regresar a Estados Unidos, buscó trabajo, pero, como no halló lo que quería, comenzó a delinquir. Poco después fue detenido y encerrado en prisión, en donde conoció a Hickock, que le dijo que conocía a una familia, los Clutter, que tenía en su casa una caja fuerte repleta de dinero. Por eso, en cuanto obtuvieron la libertad, se dirigieron hasta allí para robarla. ¿El problema? Que la información era falsa. Y, de este modo, lo que empezó como un robo, acabó en tragedia. En algún momento, Dick intentó violar a la hija menor, cosa que su compañero impidió. Y los dos ladrones discutieron. Hasta que al final Perry, enloquecido, mató a toda la familia. Sin que nadie en la población oyese el ruido. Poco después, los asaltantes emprendían el camino de regreso a sus casas. Con 50 dólares en los bolsillos y algunos objetos como único botín.  

Perry Smith (izquierda) y Dick Hickock (derecha)

Truman Capote, interesado por el suceso, viajó inmediatamente a Holcomb junto a su amiga Harper Lee –que ultimaba entonces Matar a un ruiseñor-, y al llegar se sintió tan fascinado por el caso que pensó novelarlo en un libro con el que pensaba pintar el lado más crudo y sórdido de la sociedad norteamericana. Una novela que sería también una obra de investigación periodística, aunque su idea inicial cambiara, parcialmente, tras conocer a Perry, pues la conexión que sintió por él le llevó a modificar algunos hechos e historias de su pasado para que el lector pudiera sintonizar con él emocionalmente.

De este modo, y a base de muchas entrevistas y de su prodigiosa memoria, Capote escribió el texto. Y lo mostró a sus allegados, orgulloso del resultado. Pero cuando llegó a las páginas finales todavía los tribunales no habían dictado la pena contra Perry y Dick. Así que decidió esperar para culminarlo. Algo que le llevó a transitar muy distintos sentimientos; porque, por una parte, estaba deseoso de que los ejecutaran, para llegar a la conclusión perfecta que esperaba; pero, por otra, su fuerte vínculo con Perry le llevaba a desear que todo siguiera igual (de hecho, hasta le pagó buenos abogados para que le defendieran). De modo que los años que siguieron, con constantes aplazamientos de la sentencia, fueron para Capote una pesadilla en que su mente fue de un lado a otro.

Al final, en 1965, seis años después del crimen, el Tribunal Supremo rechazó las últimas apelaciones y condenó a los acusados a muerte. El gran momento, que tanto había esperado Capote. Y así, el 14 de abril, a petición de Perry, que quería sentirse acompañado en ese momento, Truman observó como ejecutaban, uno tras otro, a los dos hombres que habían inspirado su libro. Y luego, se dirigió sobrecogido a su hogar, y se preparó para escribir las últimas páginas y dar todo por concluido.

Pocos meses después, al fin, el libro se publicó. Y empezó a cosechar un éxito tras otro. A partir de esos momentos, Truman sintió que estaba viviendo los momentos más felices de su vida. Al fin se le daba la razón en algo que siempre había creído: que era un escritor de talla. Alguien que merecía el reconocimiento y la fama por sus obras y que se había ganado ya su pase a la inmortalidad.  

Lo que no imaginó nunca es el precio que esto iba a suponerle, pues tras A sangre fría, ya nunca más volvió a publicar una novela. Desde ese momento, y hasta la fecha de su muerte, el 25 de agosto de 1984, estuvo trabajando en un título que anunció varias veces, "Plegarias atendidas”, pero que nunca llegó a satisfacerle, pese a que sí llegara a hacer públicos algunos fragmentos (por cierto, a costa del enfado de esa alta sociedad de la que se había rodeado, que se sintió ridiculizada en el libro). Y es que es posible que no le convenciera el resultado porque había puesto el listón demasiado alto. Y es que, como pudo comprobar por sí mismo, también las obras son capaces de matar a sus autores. “A Sangre fría”, desde luego, lo hizo. Aunque fuera con una trampa: a través del éxito.