jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

'Últimas tardes con Teresa', la obra maestra de Juan Marsé

Últimas tardes con Teresa es una de las grandes obras de la literatura española del siglo XX, además del título que consolidó a Juan Marsé como uno de los más importantes narradores de su generación. Esta historia en torno al romance de una joven adinerada y un chico procedente de la Barcelona más marginal, ofrecía una belleza en cada página y una perfección formal herederas de Faulkner y Nabokov; y, además, conseguía retratar como pocas el lado más marginal de la España posterior a la Guerra Civil.

Desde su gran inicio a ese final que ya recoge muchas de las conclusiones de las futuras obra de Marsé, cada página de Últimas tardes con Teresa está repleta de belleza. El lenguaje está cuidadosamente calibrado, la narración avanza de forma intensa y sus estructuras, complejas, recuerdan mucho a la de autores como Faulkner o Nabokov, Juan Marsé la escribió cuando rondaba los treinta años de edad, después de una fallida opera prima llamada Encerrados con un solo juguete y sin grandes esperanzas de alcanzar el éxito. Pero acabó convirtiéndole en un autor de prestigio. Ganó el premio Biblioteca Breve de novela en 1965 y muchos escritores se sorprendieron de no haber sabido antes de él.

Pero es que la vida de Marsé había sido muy distinta a la de la mayoría de autores de su generación. Había nacido el 8 de enero de 1933 y le habían llamado Joan Faneca Roca, pero tras ser adoptado por el matrimonio formado por Pep Marsé y Beta Carbó, había cambiado sus apellidos. La falta de dinero le había obligado a trabajar desde pronto en diversos oficios: operario en un taller de relojería, joyero, traductor y, entre otros, mozo de laboratorio en el laboratorio del Instituto Pasteur. Había, si, participado en revistas, enviando sus textos y críticas, e incluso había ganado algún premio menor por sus cuentos, pero aún así, era un desconocido que no formaba parte de los círculos literarios conocidos ni había pasado por la Universidad. Por eso nadie esperaba que Últimas tardes con Teresa ofreciera un narrador tan maduro y completo, capaz de crear a unos personajes tan inolvidables.

Juan Marsé durante la concesión del premio Cervantes

La novela cuenta la historia de Manolo, “el Pijoaparte” y Teresa, la joven universitaria con la que entabla relación. Dos personajes de mundos distintos: ella, una chica burguesa y adinerada con el constante deseo de ser rebelde y cambiarlo todo desde su quijotismo político; él, un charnego sin credo de un barrio marginal que sobrevive a base de robos y turbios negocios. Y ambos se atraen, precisamente, por lo que el otro representa. Porque si a él le fascina la posición privilegiada de Teresa, ella anda a la búsqueda de saber más del lugar que, precisamente, trata de escapar Manolo: la Barcelona cotidiana de las clases pobres. La de Juan Marsé, en realidad, que la había vivido. Y eso le permite imprimir un realismo que traza un retrato sin igual de la España marginal de los años sesenta. Duro, directo y extraordinariamente crítico con todo, incluida la intelectualidad del momento.

El éxito de Últimas tardes con Teresa no cambió el espíritu iconoclasta y atrevido de Marsé. Allí están obras como La oscura historia de la prima Montse (con una aparición velada del “Pijoaparte”), la sorprendentemente dura Si te dicen que caí o Un día volveré para corroborarlo. Historias que, como el título que le consagró, cuentan el lado de los perdedores, los marginados, los hombres y mujeres que nadie quiere salvar porque forman parte del lado menos agradable del mundo. Y aunque es cierto que era complicado repetir la excelencia de Últimas tardes con Teresa, siempre demostró su altura como narrador. De hecho, fue siempre un defensor de una literatura de calidad, y por eso fue tan crítico consigo mismo como con los demás. Basta para corroborarlo su respuesta –inesperada y honesta- a una pregunta formulada por una periodista sobre los premios Planeta de 2005, de los que había formado parte como jurado: “como el premio no puede quedar desierto, tendremos que votar a la menos mala”. Como igualmente fue sincero ante las preguntas referidas a las adaptaciones de sus libros al cine, que le parecieron siempre horrendas.

En 2008 ganó el premio Cervantes, el más prestigioso de las letras españolas. Entonces se definió como, “simplemente, un narrador”, y no un intelectual, alguien que anduvo siempre a la búsqueda de “alguna forma de belleza”; que solo había querido dar su visión del mundo libremente. Sin embargo, Marsé fue mucho más que eso. Porque pocos han dibujado con tanta maestría, dolor y ternura las miserias de la España posterior a la guerra civil, del mismo modo que pocos han logrado contar historias y experiencias con una verdad tan intensa.