jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Siete poemas de Pedro Salinas

Pedro Salinas
Pedro Salinas

(Madrid, 27 de noviembre de 1891 – Boston, 4 de diciembre de 1951)

Perteneció a la llamada Generación del 27 y se le considera el más destacado “poeta del amor” de sus integrantes. Estudió Derecho en la Universidad de Madrid pero luego se matriculó en Filosofía y Letras, periodo durante el cual publicó en la revista Prometeo sus primeros poemas. En 1913 fue secretario de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid y al año siguiente, tras conseguir plaza de lector de español en la Sorbona, se trasladó a París. En 1917 obtuvo su doctorado y logró cátedra en la Universidad de Sevilla, en donde vivió junto a su esposa hasta 1929. Posteriormente retornó a Madrid, en donde fundó la revista Índice Literario. De esos años son sus obras líricas Presagios (1923), Seguro azar (1929) y Fábula y signo (1931), en donde se manifiesta el influjo de Juan Ramón Jiménez y la vanguardia futurista y ultraísta.

Los años treinta los vivió en Santander, en donde se enamoró de Catherine R. Whitmore, a quien dedicó su trilogía poética La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936) y Largo lamento (1939). En ellas se observa un cambio de estilo respecto a lo anterior que demuestra su plenitud como poeta. Al iniciarse la Guerra Civil española se dirigió a Francia, y luego, a Estados Unidos, en donde trabajó como profesor visitante en el Wellesley Collage, la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y la Universidad de Puerto Rico. En estos años su poesía experimentó un nuevo cambio, marcado por el exilio, la edad y el contexto que le tocó vivir, como demuestran obras como El contemplado (1946), Todo más claro y otros poemas (1949) o Confianza (publicado, póstumamente, en 1955).

Además de estas obras, escribió teatro y varios libros en prosa, como Vísperas del gozo (1926), La bomba increíble (1950) y El desnudo impecable y otras narraciones (1951). Igualmente publicó diversos ensayos sobre literatura de gran influencia entre los estudiosos. Falleció en Boston a los 60 años.

Salinas entendió su propia poesía como “una aventura hacia lo absoluto”. Para él, esta era, ante todo, autenticidad, belleza e ingenio. Los estudios que se le han dedicado destacan sus versos cortos y su renuncia a la rima, además de su “conceptismo interior” –en palabras de Leo Spitzer-, o, muy especialmente, la forma en que ahonda en el sentimiento amoroso, pues en su obra este da plenitud y sentido a la vida, y no sufrimiento.

CÓMO ME DEJAS QUE TE PIENSE

¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago solo, yo.
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante  los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero
—unirnos—al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo.

¿FUE COMO BESO O LLANTO?

¿Fue como beso o llanto?
¿Nos hallamos
con las manos, buscándonos
a tientas, con los gritos,
clamando, con las bocas
que el vacío besaban?
¿Fue un choque de materia
y materia, combate
de pecho contra pecho,
que a fuerza de contactos
se convirtió en victoria
gozosa de los dos,
en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser
enteros?
¿O tan sencillo fue,
tan sin esfuerzo, como
una luz que se encuentra
con otra luz, y queda
iluminado el mundo,
sin que nada se toque?

LA FORMA DE QUERER TÚ

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

("La voz a ti debida" (versos 1385 a 1406))

LARGO LAMENTO

¡Qué contenta estará el agua
mañana, cuando despierte
y se encuentre con su cauce,
los dos brazos que la llevan
estrechada a su destino,
entre orillas que se alegran!

¡Qué feliz será la luz,
mañana,
cuando se encuentre a los ojos,
que la apresan, y la emplean,
y sirve ya para ver!

¡Qué perfecto será el pájaro
cuando se encuentren sus alas,
y su cuerpo y los albores
del día, indeciso aún,
con un pio, con un cántico,
en la garganta dormido,
que dé voz a la mañana!

Pero el alma, dime, el alma
que al otro día de aquel
se encuentra ya sin más ojos,
sin más manos, sin más pies,
que los tristemente suyos,
que los solos,
dime. ¿En qué cauce, en qué luz,
en qué canto va a vivir
si ya no le queda más
que el cuerpo suyo a esa alma?

PRESENTE SIMPLE
(Confianza)

Ni recuerdos ni presagios:
sólo presente, cantando.

Ni silencio, ni palabras:
tu voz, sólo, sólo, hablándome.

Ni manos ni labios:
tan solo dos cuerpos, 
a lo lejos, separados.

Ni luz ni tiniebla, 
ni ojos ni mirada:
visión, la visión del alma.

Y por fin, por fin,
ni goce ni pena,
ni cielo ni tierra,
ni arriba ni abajo,
ni vida ni muerte, nada
sólo el amor, sólo amando.

RAZÓN DE AMOR 

Si la voz se sintiera con los ojos
¡ay, cómo te vería!
Tu voz tiene una luz que me ilumina,
luz del oír.
Al hablar
se encienden los espacios del sonido,
se quiebra al silencio
la gran oscuridad que es. Tu palabra
tiene visos de albor, de aurora joven,
cada día, al venir a mí de nuevo.
Cuando afirmas,
un gozo cenital, un mediodía,
impera, ya sin arte de los ojos.
Noche no hay si me hablas por la noche.
Ni soledad, aquí solo en mi cuarto
si tu voz llega, tan sin cuerpo, leve.
Porque tu voz crea su cuerpo. Nacen
en el vacío espacio, innumerables,
las formas delicadas y posibles
del cuerpo de tu voz. Casi se engañan
los labios y los brazos que te buscan.
Y almas de labios, almas de los brazos,
buscan alrededor las, por tu voz
hechas nacer, divinas criaturas,
invento de tu hablar.
Y a la luz del oír, en ese ámbito
que los ojos no ven, todo radiante,
se besan por nosotros
los dos enamorados que no tienen
más día ni más noche
que tu voz estrellada, o que tu sol.

SERÁS, AMOR...

¿Serás, amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el mismo encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el lugar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara
y que lo más seguro es el adiós.