jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Champollion, la piedra Rosetta y el hallazgo que cambió el conocimiento de la historia de Egipto

El 27 de septiembre de 1822 es la fecha en que Jean-François Champollion dio a conocer al público algo que cambiaría para siempre los estudios de historia antigua: había descifrado, gracias a la piedra de Rosetta, la enigmática escritura jeroglífica.
Champollion, por Léon Cogniet , y la piedra Rosetta
Champollion, por Léon Cogniet , y la piedra Rosetta

Cuando el 27 de septiembre de 1822 se reveló en la Academia de Inscripciones de París el método que había ideado Jean-François Champollion para descifrar los jeroglíficos del antiguo Egipto, este fue recibido con descreimiento e incluso hostilidad por buena parte de la comunidad científica. Muchos vieron en aquel joven de 31 años a un oportunista sin rigor cuyos aciertos se debían a la obra del investigador inglés Thomas Young, a quien, según aseguraban, había plagiado las ideas. Solo el paso del tiempo permitiría a Champollion resarcirse, cuando se comprobó que su trabajo, pese a las incuestionables inspiraciones de otros estudiosos, había sido sorprendentemente certero.  

El investigador francés se había servido para realizar su descubrimiento de un obelisco procedente de la isla de File y de, sobre todo, la piedra de Rosetta, que los soldados de Napoleón habían encontrado en julio de 1799 mientras excavaban trincheras de defensa para el fuerte Julien. Desde el primer momento se pensó que en esta estela del siglo II antes de Cristo podría estar la clave para leer el idioma del antiguo egipcio, pues en su superficie había tres inscripciones, en griego, jeroglífico y demótico, y era posible que estas contuvieran el mismo mensaje. Empero, hacía falta alguien que pudiera demostrarlo. Fue entonces cuando llegó Champollion.


La piedra Rosetta, tal y como se exhibe en el British Museum

LA JUVENTUD DE CHAMPOLLION

Desde su juventud este había mostrado su facilidad para aprender idiomas y un gran interés por la historia de Egipto. Así, con tan solo 16 años había presentado ante la Academia de Grenoble un estudio en donde planteaba, con gran precisión, la posibilidad de que en el idioma copto –el cual había estudiado por su cuenta- pervivieran manifestaciones del habla del antiguo egipcio. Dos años después, en 1809, fue nombrado profesor de Historia Antigua en la recién fundadad Universidad de Grenoble, en donde trabajó durante los convulsos tiempos del imperio. Su apoyo absoluto a Napoleón, sin embargo, le llevó a ser expulsado en 1816 de dicha entidad y a verse desterrado en Figeac junto a su hermano.


Fragmento con el texto jeroglífico de la piedra Rosetta

EL DESCIFRAMIENTO DE LA ESCRITURA JEROGLÍFICA

Con el tiempo recibiría el perdón de las autoridades, pero eso no le devolvió el trabajo. Además, estaba ya delicado de salud y se sentía, por lo que afirman las fuentes, totalmente deprimido. De modo que las investigaciones que decidió entonces emprender en torno a la piedra Rosetta y que darían lugar al gran descubrimiento de su vida, debieron tener para él un sentido terapéutico. Así, tras muchas horas de trabajo, comprobó que los jeroglíficos combinaban signos fonéticos e ideográficos, y una vez consideradas las vinculaciones de la escritura jeroglífica con la hierática y demótica, compuso tablas con todos los signos que había recopilado. Posteriormente, comenzó a descifrar los nombres grecorromanos que se habían escrito en egipcio, pues, al haber una base ya conocida, la tarea resultaba más sencilla; y finalmente se preparó para acometer el gran objetivo: leer directamente los nombres egipcios.

El 14 de septiembre de 1822 irrumpió emocionado en el despacho de su hermano, con quien compartía residencia, y gritó: “Je tiens l’affaire!” (“¡Tengo el asunto!”). Al momento, cayó al suelo, desvanecido, de una forma tan fulminante que su hermano pensó que había muerto. Pero no. Estaba, simplemente, exhausto por la impresión y la felicidad de haber cumplido, al fin, su gran deseo. Luego llegó la mencionada presentación, en septiembre, y el rechazo de la comunidad científica.

Tabla elaborada por Champollion en 1822 con los caracteres fonéticos jeroglíficos y sus equivalentes demóticos y griegos

LOS ÚLTIMOS AÑOS DE CHAMPOLLION

Champollion dedicó el resto de su vida a perfeccionar el método que le había dado fama. Tras superar las críticas recibidas consiguió, poco a poco, nuevos apoyos y reconocimientos. Así, en 1826 fue nombrado conservador de la colección egipcia del museo del Louvre, lo cual le permitió cumplir dos años después su gran sueño de visitar Egipto. Así, conoció de cerca las pirámides, templos y ruinas y quedó extasiado por la visión. Desafortunadamente, su estado de salud era ya entonces muy delicado y el viaje acabó pasándole factura: tras dieciocho meses se vio obligado a regresar a Francia, en donde, enfermo, se dedicó casi con desesperación a completar la que esperaba fuera su gran obra, la Gramática egipcia. Desafortunadamente, su cuerpo no resistió más y en marzo de 1832 falleció. Tenía 41 años y sufría de tisis, gota y diabetes, además de importantes problemas de hígado y riñón.

Fue su hermano quien completó la obra y la publicó en homenaje. Con ello Champollion se aseguró un lugar en la historia, pues pese a que durante algún tiempo su figura siguió despertando algunas controversias, las autoridades académicas terminaron reconociéndole la exactitud de su trabajo. Y es que, aunque no debe olvidarse la importancia de Young en todo esto, lo cierto es que sin las investigaciones de Champollion solo hubiera sido posible conocer una pequeña parte de la historia de Egipto.