Cuando “Martin Guerre” suplantó a Martin Guerre: una historia sorprendente del siglo XVI
Hace cuatro siglos y medio, un 16 de septiembre de 1560, un hombre llamado Arnaud du Tihl fue ahorcado en la localidad francesa de Artigat. ¿Su delito? Haber suplantado la identidad de un hombre que vivía en la población y “yacer” con la esposa de este. Un hecho que documentó en su día Jean de Coras, uno de los jueces encargados del caso, y que a fecha de hoy es uno de los que más fascinación ha generado dentro de la llamada “microhistoria”.
Alejandro Dumas le dedicó una novela. Rubén Darío, un cuento. Y Frank Tossa una obra teatral. Luego, el cine historió los sucesos en una película, El regreso de Martin Guerre (de la que en Estados Unidos se hizo una adaptación muy poco fiel al original, Sommersby). E, incluso, un musical. Todo, ejemplos de cómo este suceso que tuvo lugar a mediados del siglo XVI en Artigat, una población ubicada en los Pirineos franceses, logró atrapar la atención de tantas y tantas personas de tiempos distintos. De hecho, todavía a día de hoy se siguen realizando debates en torno a sus protagonistas, lo sucedido o las formas en que su historia se percibió conforme pasaron los siglos.
Todo empezó cuando hacia el año 1538 Martín Guerre, de 14 años, se casó con Bertrande de Rols, de la misma edad. Él procedía de una familia de emigrantes vascos que diez años atrás se habían desplazado a Artigat para poner en marcha un taller de ladrillos y tejas; ella, de una familia de una posición relativamente acomodada que tenía un viñedo. Se sabe que en los primeros años tuvieron problemas porque no lograban concebir hijo alguno, pero al final, ocho años después nació un niño al que llamaron Sanxi. Sin embargo, las cosas pronto se torcieron, y todo porque el padre de Martín acusó a su propio hijo de haberle robado varios sacos de grano. Algo ante lo que este reaccionó de un modo que llama la atención (y que también podría indicar que había algo más que desconocemos), pues este decidió abandonar la población, abandonar a toda su familia y trasladarse a España.
A partir de entonces las cosas no fueron fáciles para Bertrande, que quedó sola y sin los recursos económicos del marido. Hasta que, ocho años después, apareció un hombre en el pueblo asegurando que él era Martín Guerre. Y cuando se presentó ante Bertrande, está quedó conmocionada. Porque, aunque había algo que no terminaba de encajarle, aquel hombre hablaba como su esposo, se movía como él y tenía sus mismos gestos. Incluso pudo ver que tenía la misma cicatriz que él. Y cuando empezó a hablarle de cuestiones que únicamente podían conocer ellos dos, consideró que era normal que una persona cambiara su físico tras tanto tiempo y le aceptó como su marido
Toda la familia celebró aquel regreso. Además, Guerre empezó a comportarse como un padre cariñoso con Sanxi, además de cómo un excelente esposo. Tiempo después, anunciaron que Bertrande estaba nuevamente embarazada y, meses después, nació una niña. La primera de las dos que tendrían tras su regreso.
Las imágenes, pues, parecían ideales, pero Martín cometió un error importante: se enemistó con su tío Pierre por una serie de disputas económicas (por aquel entonces ya su padre le había perdonado por el robo). Al punto de que, un día, llegó este con sus hijos a la casa de Martín y empezó a golpearle tan violentamente que, seguramente, según confesó su esposa, habría caído muerto de no haberse arrojado ella sobre el cuerpo de su marido para protegerle.
Fue entonces cuando Pierre y algunos familiares más empezaron a asegurar que aquel hombre que estaba casado con Bertrande no era realmente Martín. Tanto, que lograron llevarlo a juicio en el año 1560, haciendo durante el transcurso del mismo una revelación que dejó a todos con la boca abierta: aquel hombre no era Martin Guerre, sino Arnaud du Tilh, un hombre que vivía en un pueblo cercano y al que allí conocían como “Pansette”. Martín lo negó totalmente, pero Pierre trajo a varios testigos que parecían corroborar que era un impostor. También a Bertrande, que fue coaccionada por sus familiares para que declarara en su contra. Aunque ella reaccionó de un modo que sorprendió a todos: se negó a decir que el acusado no era su esposo.
Sin embargo, no fue necesario su testimonio. Porque, al final, el juez consideró que aquel hombre era un impostor y le condenó a muerte por haber suplantado la identidad de hombre, por incumplir las leyes del sacramento del matrimonio y por haber engañado a Bertrande para que tuviera relaciones con él.
Martín logró anular la sentencia, pero cuando pensaba que estaba ya todo solucionado, le llegó el golpe final: de repente, un día, se presentó ante el tribunal un hombre que caminaba con una prótesis de madera afirmando que él era el verdadero Martín Guerre y que venía de España, en donde había batallado como soldado del rey Felipe II en San Quintín.
La sorpresa fue mayúscula. Más aún porque el recién llegado afirmó conocer al impostor. Así, dijo que era efectivamente “Pansette”, que había combatido junto a él años atrás, y que en el transcurso de aquel tiempo le había hecho numerosas confidencias. Por eso había sido capaz de engañar a todos. Fue entonces cuando, llamada por los jueces, apareció Bertrande, que reconoció inmediatamente en el recién llegado a su verdadero esposo. Y, al verlo, rompió a llorar y lo abrazó. Fue la estocada definitiva para Arnaud du Tilth. El 12 de septiembre fue condenado a muerte y, cuatro días después, fue colgado en la horca. Tras reconocer que había usurpado la identidad de Martín.
Desde entonces se debatió si realmente Bertrande había sido engañada por Arnauld. Y aunque es verdad que los jueces la absolvieron y reconocieron a todos sus hijos como legítimos, igual llama la atención que no supiera que aquel hombre no era su esposo. Muchos, de hecho, consideran que ocultó la verdad, consciente de que en aquel entonces estar sola y con un hijo era un estigma social difícil de superar. Y hay incluso quienes aseguran que la pareja se enamoró y que siguieron adelante con esa mentira por todo lo que sentían por el otro.
Sea como sea, desde luego resulta llamativo que un caso tan testimonial haya logrado tener tanta repercusión y que todavía hoy genere numerosas preguntas. Quizá, porque este nos obliga a plantearnos preguntas sobre el ser humano y nuestra propia identidad. Y todo aquello que los hombres y mujeres de hace casi cinco siglos podían tener de igual, o de distinto, que nosotros.