La declaración de Seneca Falls: uno de los (olvidados) hitos del movimiento por la igualdad entre hombres y mujeres
En 1840 las estadounidenses Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton acudieron al Congreso Internacional abolicionista de Londres. Lo hicieron conscientes del gran compromiso que habían mostrado por la causa antiesclavista; y esperaban participar en el acto para dar a conocer sus experiencias. Sin embargo, al poco de presentarse, se encontraron con una sorpresa: los organizadores no se lo permitían. Y no solo eso: tenían que seguir las intervenciones ocultas tras una cortina. ¿El motivo? Tener, como se refleja en los documentos del acto, “una constitución física que no era apta para las reuniones públicas o de negocio”. Esto es, con aquel eufemismo se les estaba vetando por el mero hecho de ser mujeres.
Lucretia Mott era profesora y había nacido en 1783 en Nantucket (Massachusetts) en el seno de una familia cuáquera que le inculcó la idea de que todas las razas eran iguales; principio que, desde muy pronto, se propuso defender. Cuando se casó su casa no solo se convirtió en el principal centro antiesclavista de Filadelfia, también llegó a formar del llamado “Ferrocarril subterráneo” que en aquel siglo sirvió de ruta de escape a los afroamericanos que huían del sur. En cuanto a Elizabeth Cady Stanton, había nacido en 1815 en Nueva York y, al igual que Lucretia, había tenido la fortuna de tener a un padre que le animó a leer y educarse. Y aunque es verdad que a la altura de ese año 1840 tenía por edad, menos experiencia que su compañera, igual se había convertido en una destacada defensora del movimiento abolicionista.
Hubo algo que, además, unió especialmente a las mujeres: el rechazo que su actividad despertó entre los hombres. Incluso, entre aquellos que defendían su misma causa. Por aquella idea tradicional que decía que una mujer no debía participar en la vida pública ni enfrentarse en los debates con los varones. Y aunque estaban, en cierto modo, acostumbradas a ello (Lucretia más, por edad y por el hecho de ser maestra), lo que les sucedió ese 1840 en Londres les resultó tan inesperado que sintieron que a partir de entonces debían incorporar un cambio en la lucha. Que ya no bastaba con defender los movimientos que defendían la igualdad entre los hombres y que también había que poner en marcha otros que permitiesen integrar a las mujeres.
El resultado de todo ello fue el acto que organizaron los días 19 y 20 de julio de 1848 en Seneca Falls (Nueva York) con el objetivo de presentar un manifiesto, “La Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls” que contó con la firma de 68 mujeres y 32 hombres y que redactó la misma Elizabeth tomando la Declaración de Independencia de los Estados Unidos como modelo. Todo, entre peticiones que resultaban revolucionarias para la época, entre ellas, que se les permitiera tener propiedades (sobre todo, tras el matrimonio, pues al casarse todo pasaba al marido); que les fuera posible tener negocios y dedicarse al comercio; que no se les vetara a la hora de ocupar cargos públicos; y que, por supuesto, terminaran las restricciones políticas que tenían. Lo que incluía aspectos como el hecho de sumarse a los partidos y grupos o que se les concediera el derecho a voto (petición esta última que, por cierto, generó algunos debates y dudas entre los participantes de Seneca Falls). Todo, para acercarse un poco más a los derechos civiles y jurídicos que tenían los hombres.
El documento, pues, continuó a obras tan importantes como la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), de Olimpia de Gouges, y la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft. Pero, a diferencia de estas, se construyó desde una expresión colectiva y no individual. Por eso muchos han considerado este el texto fundacional del feminismo como movimiento social, pese a que todavía resulte llamativamente desconocido. Una injusticia histórica que solo en los últimos años ha empezado a tener reparación.
Lucretia Mott moriría en 1880, tras dedicar su vida a estas causas. En sus últimos años tuvo además que mediar en las trifulcas que su compañera Elizabeth (que siempre exigió cambios más drásticos) sostenía con otras integrantes del movimiento. Pero, pese a todo, siempre fueron conscientes de la importancia de la empresa que habían puesto en marcha y de los esfuerzos que habían realizado para que las mujeres no tuvieran que volver a ocultarse detrás de las cortinas.