sábado, 23 de noviembre de 2024 00:01h.

La historia de Robert Middelmann: el niño de ascendientes judíos que estuvo en las juventudes hitlerianas

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Robert Middelmann, en una foto de los años del nazismo y en la portada de sus memorias

“Cuando la sangre judía fluye por nuestras espadas/las cosas resultan dos veces mejor”. Era lo que cantaba Robert Middelmann cuando, de niño, salía a pasear con sus compañeros de las Juventudes hitlerianas. Iba con ellos a campamentos, practicaba a su lado deportes, participaba de sus excursiones y entonaba esas canciones con las que esos niños aprendían a odiar a quienes, les decían, no eran como ellos.  

Y, sin embargo, había algo que solo él sabía de aquel grupo: su padre era judío. Y él tenía esa sangre judía.

Robert había nacido el 10 de julio de 1927 en la Región del Ruhr (Alemania). Y aunque todos creían que era el hijo de Otto Middelmann, era en realidad el fruto de la relación que su madre había sostenido con un vendedor polaco judío llamado Leo que ayudaba a sus padres en sus negocios. Robert, que lo veía habitualmente en su casa, lo sabía y le llamaba “tío Leo”. Hasta que llegó noviembre de 1938 y tuvo lugar la famosa “noche de los cristales rotos”, en que Leo fue arrestado, junto a otros 30 mil judíos, y llevado a un campo de concentración. Moriría poco después.  

Así que el niño, consciente de todo esto, cantó una y otra vez estas letras, pero sin creer en ellas. Simplemente, por supervivencia. Por el mismo motivo con el que saludaba a todos, como se exigía, con un “Heil Hitler”. Y esto, mientras su familia se mostraba cada vez más asustada. Sobre todo después de que un vecino, a quien la madre había confesado la verdad en torno a Robert, se aprovechara de esa información para chantajearles a cambio de su silencio. Una situación que, según explica Robert, no le impidió, al llegar a la adolescencia, consolarse con algunas pequeñas resistencias. Así, en esos días, colgó carteles contrarios a Hitler, dio comida a distintas familias judías y hasta se atrevió a quemar una sede de las Juventudes Hitlerianas en compañía de otro chico.

Esto, hasta que las circunstancias bélicas y la necesidad de contar con nuevos soldados llevaron al gobierno nazi a movilizar a los jóvenes de 15 y 16 años. Realizó entonces su instrucción como soldado, y al completarla se le pidió que formara parte de un grupo que debía ir a territorio enemigo para volar una serie de tanques. Algo que Robert contempló como una “misión suicida”; así que se le ocurrió lesionarse para evitar el traslado. Una decisión, desde luego, peligrosa, pues si le descubrían el ardid, se le castigaría con la muerte. De hecho, a muchos desertores se les ahorcaba en los caminos para que su cuerpo sirviera de ejemplo. Pero, pese a todo, quiso intentarlo. Y utilizando una roca, se rompió el pie. Poco después, para su tranquilidad, era trasladado, sin sospechas, a un hospital.

No terminaron, sin embargo, las cosas para él. Al terminar la guerra, los británicos lo capturaron y lo llevaron a una mina de carbón de Bélgica en donde tuvo que trabajar duramente, sufriendo golpes y torturas. Es más, según cuenta en sus memorias el mismo Robert, un día los habitantes del lugar trataron de lincharlo tras verlo en un tren. Un ejemplo más de un periodo en el que este sintió tanta desolación y dolores que hasta pensó en suicidarse. Por suerte para él, al final las cosas se calmaron y pudo regresar a Alemania, en donde ya su vida discurrió por cauces más normales.

La historia de Robert no se conoció hasta el año 2019, cuando, con 92 años, decidió publicar sus memorias (Fearless: A Jewish Boy in Nazi Germany); dando así un libro que no solo resulta interesante por sus vivencias personales, también, por todo lo que retrata de la Alemania de la época. En primer lugar, porque difunde un hecho llamativo: la presencia de unos 150 mil judíos o hijos  que tenían al menos un progenitor judío en las filas del ejército de Hitler (cifra que, pese a todo, igual constituye solo una pequeña parte del total), pero también, porque sus textos permiten conectar con un debate que los historiadores alemanes desarrollaron en los años 80 y que tiene que ver con la responsabilidad de los alemanes en la construcción del nazismo. Y es que, pese a todo, Middleman es un hombre que muestra la culpa del superviviente y que trata de redimirse y justificarse. Un hombre que, además, plantea a sus lectores algunas preguntas indirectas: ¿qué habrían hecho en una situación similar? Cómo responderían ante algo así? Cuestiones que, como mínimo, resultan inquietantes y que a fecha de hoy solo hombres como Robert –que, por cierto, en la actualidad vive en Canadá junto a su tercera esposa- tienen la posibilidad de responder.