jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Juego de espías: Erich Gimpel y el plan de Hitler para atacar los Estados Unidos

En su sueño de conquistar algún día los Estados Unidos el Tercer Reich puso en marcha una red de espías que se encargó de realizar operaciones que favorecieran la causa nazi. Uno de ellos fue Erich Gimpel, un alemán que había vivido en Latinoamérica y que lograría cierta fama por las operaciones que organizó en el Canal de Panamá para destruir las comunicaciones aliadas y, sobre todo, por el desastroso intento que emprendió para sabotear el proyecto Manhattan. Esta es la historia de los dos episodios.

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Wlliam Colepaugh (izquierda) y Erich Gimpel (derecha) en la foto que se les hizo tras su arresto en diciembre de 1944

En realidad, el deseo de conquistar el territorio estadounidense lo manifestó la Alemania nazi desde muy pronto. Ya en 1938 Hermann Goering había dicho durante una reunión con varios representantes de la industria aeronáutica del país que el Tercer Reich deseaba contar con un avión que pudiera transportar “cinco toneladas de bombas” que planeaban lanzar, algún día, sobre la ciudad de Nueva York. Claro que, cuando decía esto, todavía faltaba un año para que los suyos entrasen en Polonia y todos eran muy conscientes de que, antes de los Estados Unidos, era necesario conquistar Europa.

Eso no impidió que los alemanes realizaran algunas misiones por tierras americanas con el objetivo de tantear el terreno y conocer un poco mejor a su enemigos (es el caso de, por ejemplo, la Operación Paukenschlag, que llevó en enero de 1942 al submarino alemán U-123 a las inmediaciones de la ciudad de Nueva York, en donde lograron dirigir sus torpedos contra un petrolero estadounidense), e igual, que pusieran en marcha una red de espías que debían encargarse de reclutar individuos afines a la causa nazi, lograr información que pudiera ayudarles a ganar la guerra y, si era posible, realizar algunas acciones de sabotaje que importunaran los movimientos de sus enemigos.

Los altos mandos, conscientes de que podía servirles bien, decidieron formarle como espía. Le dieron el nombre clave de “agente 146”, le enseñaron artes marciales, perfeccionaron su uso de las armas de fuego y le mostraron una serie de trucos habituales entre los espías de la época.

A este último se dedicó Erich Gimpel, un alemán nacido en 1910, que por haber vivido tiempo atrás en Latinoamérica –había trabajado en Perú como operador de radio de una compañía minera-, conocía bien el territorio. De hecho, los altos mandos, conscientes de que podía servirles bien, decidieron formarle como espía al poco de que se iniciara la guerra. Le dieron el nombre clave de “agente 146”, le enseñaron artes marciales, perfeccionaron su uso de las armas de fuego y le mostraron una serie de trucos habituales entre los espías de la época (le mostraron por ejemplo, cómo utilizar minicámaras y cómo construir transmisores de radio). Su primer destino fue España, en donde llegó a participar en una operación destinada a destruir las fortificaciones británicas en Gibraltar, aunque enseguida marchó a tierras americanas con el objetivo de cortar las comunicaciones de los aliados en el canal de Panamá. Allí, tras contactar con uno de los ingenieros que habían participado en sus obras, consideró que si lograba destruir el dique del canal provocaría un daño estructural muy difícil de reparar que retrasaría durante mucho tiempo los movimientos de los estadounidenses. De hecho, con tal objetivo llegaron a enviarle desde Alemania dos bombarderos Stukas desmontados y cuatro bombas de 500 kilos, además de un grupo de pilotos y técnicos que, durante varias semanas, estuvieron entrenando para asegurar el éxito de la misión. Todo, hasta que el servicio de Inteligencia británico descubrió la operación y los alemanes tuvieron que escapar rápidamente del lugar.  

La historia de Gimpel no terminó allí. En el verano de 1944 formó parte de una nueva operación con la que –de acuerdo a lo que él mismo explicó años después- se pretendía sabotear el histórico Proyecto Manhattan y evitar que los estadounidenses construyeran su primera bomba atómica. Le acompañó en la misión otro espía, William Colepaugh, de origen norteamericano, que muy pronto demostró su falta de compromiso con la causa. De hecho, tras un tiempo de viajes y preparativos, este huyó con el dinero que Alemania había enviado para la operación (que, por aquel entonces, constituía una auténtica fortuna de 80 mil dólares) y se dedicó a derrochar una parte del mismo en sucesivas fiestas en las que se rodeó de mujeres y de alcohol. Gimpel logró recuperar la mayor parte del dinero pero, aún así, no logró detener a Colepaugh, que poco después reveló, estando ebrio, a un conocido los planes que los alemanes estaban llevando a cabo, así como la identidad de Gimpel. Al final, ambos serían capturados, pese a los  intentos del segundo por emprender la huida, y confinados en prisión.

Le acompañó en la misión otro espía, William Colepaugh, de origen norteamericano, que muy pronto demostró su falta de compromiso con la causa.

Durante el juicio, que se celebró en secreto en abril de 1945, los dos hombres fueron condenados a la pena de muerte. Sin embargo, el fallecimiento del presidente Franklin D. Roosevelt, poco antes de la  ejecución, y la llegada al poder de Harry S. Truman, menos proclive a la realización de ese tipo de castigos, les permitió salvar la vida. En 1955, tras pasar por la cárcel de Alcatraz, Gimpel salió en libertad condicional (cinco años después lo haría Colepaugh) y se trasladó a Alemania. En 1957 publicó su libro Spy for Germany, en el que relató su experiencia como agente nazi en los Estados Unidos. Moriría, ya centenario, en Sao Paulo (Brasil) en 2010.