El mapa que Carlos III prohibió por ser demasiado perfecto
En la década de 1770, por encargo del rey Carlos III, el cartógrafo y grabador Juan de la Cruz Cano y Olmedilla completó el mapa más perfecto de América del Sur que se había hecho jamás. Y sin embargo todo ese trabajo no obtuvo recompensa, pues, precisamente por esa exactitud, el monarca prohibió su publicación.
Desde muy joven había mostrado su habilidad para el dibujo, tanto, que gracias al marqués de la Ensenada, entonces ministro de Fernando VI, viajó a París en 1752, pensionado por el reino, para estudiar las técnicas del grabado. Allí demostró tan buenas habilidades que pronto su nombre, Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, empezó a ser conocido por su trabajo.
En 1765, poco después de su regreso a España le llegó el que parecía iba a ser su gran proyecto. El rey Carlos III deseaba conocer bien la geografía y límites de su reino, así que pidió dos cartógrafos que realizaran los mapas de la Península Ibérica y América del Sur. El primero lo hizo Tomás López de Vara, el cual, pese a cometer algunos errores, resultó satisfactorio; y el segundo, más complejo, se encargó, tras mediación del marqués de Grimaldi, a Juan de la Cruz, quien en esas mismas fechas acababa de ser nombrado académico de mérito de la Academia de San Fernando.
El grabador se entregó por completo a la empresa, dedicando los años siguientes a realizar el trabajo lo mejor posible, aceptando entretanto algunos proyectos paralelos, como el mapa del Estrecho de Magallanes o el Mapa Geográfico de América Meridional. No, sin embargo, los suficientes: cuando, finalmente, terminó el encargo del rey había gastado casi toda su fortuna en ese empeño.
El mapa de Juan de la Cruz
El resultado fue, prácticamente, perfecto. A tal punto que, cuando Carlos III y sus ministros comprobaron la extensión real de América, decidieron desecharlo dando un argumento muy doloroso para Juan: que su obra no tenía la suficiente calidad. Ahora bien, la auténtica causa era muy distinta, pues con ese mapa se habría comprobado que España había salido beneficiada frente a Portugal en el reparto de los territorios americanos que se habían firmado en el Tratado de San Ildefonso. De hecho, tanto se temió la difusión de esa obra que cuando en 1789 se tuvo constancia de que se habían distribuido algunos ejemplares, el conde de Floridablanca ordenó recogerlos y secuestrar las planchas empleadas para su realización.
Juan de la Cruz pagó, pues, su buen hacer con un castigo injusto. De hecho, después de aquello se vio incapaz de recuperar la inversión realizada, quedando prácticamente en la ruina, pues aunque recibió una indemnización, esta no pudo cubrir todos sus años de trabajo. Para colmo, a partir de entonces se puso en tela de juicio su capacidad como cartógrafo. Ello, según afirman, le llevó a caer en una depresión de la que ya nunca lograría recuperarse. Y eso, pese a que aún pudo realizar algunos proyectos de calidad, como la Carta de las costas de la provincia de Buenos Aires (1787) o el Plano de la bahía y puerto de Plymouth (1788), además de la atractiva Colección de trajes de España, tanto antiguos como modernos, que comprende todos los de sus dominios, y que de haber tenido más suerte podría haber mejorado su situación. Desafortunadamente, nunca tuvo la oportunidad de completarla, pues cayó enfermo y tuvo que abandonarla. Moriría el 13 de febrero de 1790, a los 55 años, dejando una esposa y siete hijos.
Una de las piezas de la colección de trajes de España de Juan de la Cruz. Concretamente, es el traje del partido de Ávila
La historia de su gran obra no terminó, sin embargo, allí. Y es que, aunque Juan de la Cruz nunca lo supo, en 1786 el embajador en París –y futuro presidente de los Estados Unidos- Thomas Jefferson se hizo con una de las pocas copias que se habían distribuido del mapa. Y vio allí tal calidad, que decidió enviarla a un grabador, quien, en 1799, la publicó en 16 hojas, dándole una nueva vida y logrando con ello que se reconociera la valía de su hacedor. Fue entonces cuando en España se decidió dar el mapa por válido y otorgar en 1802 el permiso necesario para su publicación, convirtiéndose desde entonces en uno de los orgullos de la cartografía patria, pues aquel era el mapa más perfecto de América del Sur. Reconocimiento que, desafortunadamente, llegó demasiado tarde para su autor.