jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

¿Por qué se comunicó a las abejas de la corona inglesa la muerte de Isabel II?

Aunque esta costumbre, que tanto ha llamado la atención a quienes han seguido los funerales de la reina Isabel II, parezca una rareza de la monarquía británica, lo cierto es que estamos ante un rito presente en distintas culturas europeas, vinculado con la importancia que antaño tenía para las familias la miel y cera de las abejas.

Entre los muchos ritos y ceremonias vinculados a la muerte de Isabel II hay uno que en las últimas horas ha llamado la atención: el instante en el cual John Chapple, responsable de las abejas reales y presidente del London Beekeepers Association, avisó de la muerte de la soberana a las abejas, colmena a colmena, colocando un lazo negro y pronunciando la siguiente frase: “El ama ha muerto, pero no te vayas. Tu amo será un buen amo para ti”.

Ahora bien, pese a tales reacciones, lo cierto es que esta no es una costumbre exclusiva de la monarquía, sino que forma parte de una tradición europea. Así lo señala Eva Crane, autora de El libro de la miel, quien nos explica cómo ya durante el siglo XVI en varios territorios europeos se consideraba a las abejas parte de los grupos familiares. Por eso, al fallecimiento de cualquiera de sus miembros se les comunicaba la noticia mientras se realizaban ritos. En algunas zonas de Alemania, por ejemplo, solía cambiarse la orientación de la colmena; en Francia se colocaba un crespón negro; y en Inglaterra se informaba del hecho directamente a las colmenas –a veces tocándolas tres veces con la llave de la casa- y se ubicaba un paño negro sobre estas, costumbre que también vemos en Checoslovaquia. Por ejemplo, en la novela La abuela de Božena Němcová podemos leer: “Cuando muera, no olvides decírselo a las abejas, ¡para que no mueran!”.

El cuadro La viuda (1895), de Charles Napier Hemy, recoge esta costumbre

Desde Inglaterra llegó la práctica a Estados Unidos, como podemos comprobar en el siguiente pasaje de Huckleberry Finn, el clásico de Mark Twain: “Jim dijo (…) que si un hombre tenía una colmena y se moría ese hombre, había que decírselo a las abejas antes de que volviera a salir el sol a la mañana siguiente, porque si no las abejas se ponían enfermas y dejaban de trabajar y se morían”.

Es, sin embargo, en Europa donde encontramos el mayor número de testimonios, tanto gráficos como narrativos. Por ejemplo, un tal Coler en 1645 dice que no se deben comprar las abejas de un fallecido, pues si se hace estas poco después morirán; y hay pasajes de varios autores en donde se asegura que si las abejas no se tapan con el paño negro cuando sucede una pérdida familiar, estas desaparecerán o se escaparán (por eso las palabras que hemos mencionado de John Chapple). Incluso encontramos pasajes en donde se dice que las abejas deben ser sacrificadas a la muerte del dueño, pues no deben alimentar con su miel a otros.

Imagen en donde vemos a una mujer poniendo jirones negros en las colmenas

A esto hay que añadir los distintos poemas que recogen estas prácticas, con autores como Deborah Digges, Eugene Field, Carol Frost, John Ennis o John Greenleaf Whittier, quien escribe en su Tell the bees: “Delante de ellos, bajo el muro del jardín/Adelante y atrás/Iban, cantando tristemente/La pequeña niña/Cubriendo cada colmena con un jirón negro (…) ¡Quedaros en casa, lindas abejas, no voléis lejos de aquí!”.

También en algunos lugares de España se dan tradiciones similares, como recoge la escritora Dolores Redondo en su Ofrenda a la tormenta: “En Baztán, cuando alguien moría, la señora de la casa iba al campo hasta el lugar donde tenían las colmenas, y mediante esta fórmula mágica les comunicaba a las abejas la pérdida y la necesidad de que hicieran más cera para los cirios que debían alumbrar al difunto durante el velatorio y el funeral. Se decía que la producción de cera llegaba a multiplicarse por tres”.

La tradición inglesa de informar a las abejas sobre la muerte del monarca sería pues, una manifestación más de una costumbre deudora de una época en la cual las abejas, por su miel y cera, eran tan importantes que se les consideraba un miembro más de la familia.