La Tábula Peutingeriana, un mapa de carreteras para el mundo antiguo
¿Cómo se orientaban en la antigüedad quienes utilizaban la extensa red de vías romanas? La respuesta la hallamos en un extraordinario mapa que se conserva la biblioteca de Viena, la Tabula de Peutinger; un bello rollo de pergamino de casi siete metros de longitud que está dotado de unas características muy distintas a las que estamos acostumbrados para este tipo de documentos.
Los romanos eran bien conscientes de que contar con un buen sistema de comunicaciones resultaba fundamental para sostener su poder, no solo porque favorecía este los intercambios comerciales, también porque ayudaba a sostener las necesidades bélicas y administrativas. Gracias a ello las legiones podían desplazarse rápido por sus vías, de Britania a Roma, del río Eufrates al canal de la Mancha, pasando por las principales ciudades y garantizando el orden y el dominio.
Ante tan extensa red de comunicaciones, que se calcula en torno a unos 80 mil kilómetros, ¿cómo hacían los viajeros para orientarse? Pues bien, como en la actualidad, se contaba con mapas, que conocemos gracias a las copias que de estos nos han llegado. De todas, la más antigua es una del siglo XIII que reproduce un ejemplar realizado con posterioridad al año 328, como demuestra que allí aparezca la ciudad de Constantinopla. Se conoce esta como la Tabula de Peutinger (o “Peutingeriana”), en referencia al humanista y anticuario alemán Konrad Peutinger, quien la guardó en su archivo después de que en 1507 su descubridor, Conrad Celtes, se la entregara. En la actualidad se conserva en la Biblioteca Nacional de Austria.
Los doce segmentos de la Tabula y su correspondencia con el mapa geográfico real.
Esta Tabula de Peutinger se ofrece en un rollo de pergamino de 0,34 metros de altura y 6,75 de longitud, dividido en 12 hojas. De ellas nos falta la primera, en donde debían estar Hispania y la parte occidental de las islas británicas; por eso, y con objetivos estéticos, en 1898 se decidió rehacer esta hoja perdida, tomando las otras de referencia y buscando imitar el estilo original. Por eso hoy quienes acuden hoy a la biblioteca a contemplar este documento se encuentran con un ejemplar que parece estar intacto.
Detalle de la hoja donde aparece Constantinopla
Ahora bien, observar esta tabula puede acarrearnos una cierta confusión. ¿El motivo? Estamos acostumbrados a los mapas geográficos, pero en este no se busca en ningún momento la proporcionalidad, sino simplemente orientar al viajero. Por eso se representa todo de forma esquemática, con masas de tierra distorsionadas; para que quien lo utilice pueda, simplemente, ver desde su perspectiva los asentamientos próximos, las carreteras que debe tomar y los accidentes geográficos más próximos. Además, se incluyen las distancias entre las poblaciones, estaciones y posadas, para que haga los cálculos necesarios. De este modo, tras desplegar el mapa, elegía su itinerario o consultaba lo que le esperaba, y luego lo volvía a enrollar, repitiendo el proceso cuantas veces era necesario.
Para hacerlo todo aún más sencillo, los accidentes geográficos de la tabula se marcaron con distintos colores. Así, las montañas aparecen de calor marrón, los ríos en verde y los caminos se representan con líneas rojas. Igualmente, algunos lugares se señalan de un modo especial. Roma, por ejemplo, aparece representada con una emperatriz sentada en un trono y ataviada con ropajes púrpuras, lo cual, junto al globo y el cetro que también se muestran, indica su dominación. Igual podemos ver las doce calzadas que llevan a Roma, las cuales, en gran parte, son las responsables de esa afirmación que decía que todos los caminos conducían hasta allí.
Extremo de la Tabula Peutingeriana. Allí podemos ver, bajo Alexandria y Antiochia, esta inscripción “Hic Alexander responsum accepit: usque quo Alexander?” (“Aquí Alejandro recibió una respuesta: ¿hasta dónde, Alejandro?). Hace referencia al deseo de Alejandro Magno de alcanzar el fin del mundo.
Hoy día todavía se conservan algunas de estas vías romanas. Recorrerlas supone un paseo por la historia que produce, si se tiene imaginación y la suficiente sensibilidad, tanta satisfacción como fascinación, sobre todo, si se es consciente de las historias que albergaron. En algunas de ellas, incluso, todavía resulta posible utilizar, tantos siglos después, la tabla de Peutinger para orientarse. Sorprendente, ¿verdad?