La trágica historia de August Landmesser, el alemán que, por amor, se negó a hacer el saludo nazi ante Hitler
Sucedió el 13 de junio de 1936. Adolf Hitler había acudido a los astilleros de Blohm und Voss de Hamburgo para contemplar la nueva nave que los suyos habían construido para la Armada alemana. Los hombres y mujeres se amontonaban para contemplarlo, nerviosos, impacientes, conscientes de la importancia de aquel momento. Y cuando, finalmente, vieron aparecer al Führer, alzaron el brazo para realizar el saludo fascista. Solo un hombre se negó a hacerlo. Un trabajador que, pese a todo, se quedó con los brazos cruzados, tranquilo y desafiante, consciente de que, de imitar a los demás, habría traicionado a sus creencias.
Aquel hombre, cuya rebeldía quedó inesperadamente retratada por una cámara, era August Landmesser, un obrero que había nacido en Moorrege (Alemania) en 1910 y que pocos años atrás, en 1933, había iniciado un noviazgo con Irma Eckler, una joven judía de la que se había quedado prendado. Todo, en el mismo año en que Hitler, tras la dimisión de Von Hindenburg, había subido al poder y había quedado atrás la República de Weimar. Algo, para ellos gris, que contrastó con la felicidad de ver que su relación se consolidaba y comenzaban a planear su boda.
Fue entonces cuando llegó la primera sorpresa: la aplicación de las Leyes de Nuremberg, que, entre otras muchas cosas, ponían un veto a los matrimonios –y a las relaciones sexuales- entre judíos y ciudadanos “de sangre alemana o afín”. Cosa que, sin embargo, no bastó para separar a la pareja. Todo lo contrario: decidieron desafiar a todos y vivir juntos, hasta que, fruto de su amor, nació en 1935 su primera hija, Ingrid. Sin embargo, tras esa fecha las cosas fueron de mal en peor, de modo que en 1937, conscientes de las dificultades que se avecinaban, August e Irma –nuevamente embarazada- decidieron salir del país. Tuvieron, sin embargo, mala suerte, pues al llegar a la frontera de Dinamarca fueron detenidos bajo la acusación de “deshonrar a la raza” y de “infamia racial”. Él acabó en prisión y ella, junto a la niña, en un campo de concentración, en donde nació su segunda hija, Irene. No pudo, sin embargo, estar mucho con ella. Poco después Irma fue enviada a un campo de exterminio, en donde moriría, asesinada.
Irma Eckler, la esposa de August
Las cosas no fueron mucho mejor para August. Tras salir en 1941 del campo en el que le habían recluido, fue obligado a ir al frente para combatir por aquellos que le habían causado tantas desgracias. Hasta que, en febrero de 1944, durante la campaña que realizaban cerca de Ston, en el condado de Dubrovnik-Neretva, se le dio por desaparecido. Cinco años después, ante la imposibilidad de encontrarle, se le consideraría “fallecido”. Había muerto sin haber sabido nunca del destino de su mujer ni el de sus niñas.
Esta triste historia termina, sin embargo, con un poco de luz. Porque un día, ya adulta, Irene, que había acabado en un orfanato y que había sido adoptada por otra familia, descubrió la imagen de ese 13 de junio y se emocionó al creer reconocer, gracias a las fotografías que había visto, a su padre. Así que, comenzó a preguntar y a investigar hasta que, finalmente, corroboró su identidad. Y comprendió que, con aquel gesto, su padre había expresado el amor a su familia. Hoy la imagen se expone en el centro de documentación “Topografía del Terror”, en Berlín, en el mismo edificio en que, durante los años del nazismo, estuvieron las oficinas centrales de la GESTAPO, las SS y la RSHA. Y lo hace como ejemplo de rebeldía, fidelidad a las ideas y coraje; como el legado de un padre y un marido que creía en la libertad y que, pese a su trágica historia, dejó un valioso ejemplo para el mundo.