El último ‘Kamehameha’ y el fin de una dinastía
Aunque la palabra “Kamehameha” forma parte hoy día de nuestra cultura popular, gracias al éxito del famoso manga de Akira Toriyama, es menos sabido su verdadero origen: la dinastía Kamehameha que reinó en el siglo XIX en Hawái. Su historia es la de un conjunto de monarcas que trataron de construir un estado independiente que lograra sumar sus creencias y modos tradicionales a los que llegaban del exterior. No fue, sin embargo fácil, y en el camino muchos de sus súbditos pagaron un alto precio. Esta es su historia.
El 11 de diciembre de 1872 –fecha de su 42 cumpleaños- falleció el rey Kamehameha V. Lo hizo sin herederos, de forma inesperada, tras una vida de excesos y maltratos a su cuerpo. Pesaba unos 170 kilos, vivía enclaustrado en su palacio, y pese a su juventud, era incapaz de levantarse o mantenerse en pie por sí mismo. No se había casado y no había tenido descendencia, de modo que con su desaparición, se daba fin a una dinastía que había buscado construir un estado hawaiano independiente de las injerencias extranjeras y de las familias y grupos nobiliarios que se enfrentaban a su casa.
En tan solo 62 años las islas que lideraba Hawái habían tenido cinco monarcas. El primero, Kamehameha I, llamado el “Napoleón del Pacífico”, había sido el hombre que había iniciado la dinastía y quien lograría su mayor proeza: unificar las islas del archipiélago bajo su mando. Lo hizo tras la llegada del explorador James Cook, que permitió poner en contacto a Kamehameha con otras civilizaciones y con comerciantes británicos y estadounidenses que le venderían armas de fuego y munición y le ayudarían a reunir la mayor armada jamás vista en el lugar, compuesta de goletas del extranjero y enormes cañones de guerra. ¿El resultado de ello? En 1810, tras muchos combates, algunas traiciones y varias reuniones diplomáticas, logró convertirse en el primer monarca de todas las islas.
Sus sucesores tuvieron desde entonces una obsesión: mantener ese territorio para su dinastía. Y para ello establecieron relaciones con los representantes de las distintas naciones que, o bien se relacionaban con la isla, o bien se instalaban allí. Y no sin algunas fricciones. De hecho, pronto convivieron en el lugar anglicanos, protestantes de los Estados Unidos y católicos franceses que trataron de convertir a los indígenas que defendían su religión. Por eso hubo movimientos para evitarlo e incluso órdenes secretas destinadas a combatir las nuevas creencias, algunas propiciadas por el mismo monarca Kamehameha III. No en vano, esta lucha religiosa era, también, el reflejo de otra más global: la que se libraba para dominar el mismo archipiélago.
Sin embargo, había otra más grave e inmediata: la que los nativos sostenían contra las enfermedades que, como la gripe, habían llegado después de que James Cook arribara a las islas y para las que no estaban preparados. De hecho, se calcula que en menos de cincuenta años el total de habitantes indígenas se redujo a la mitad. El propio Kamehameha II murió de sarampión tras viajar a Brasil en su quinto año como monarca; circunstancia que llevó a sus sucesores a tratar de mejorar los sistemas de salud. Su decisión, sin embargo, no permitió grandes cambios, como demuestra el estudio de las biografías de los propios reyes y sus familias, que fueron también diezmadas por culpa de estas enfermedades. El mismo Kamehameha IV falleció a los 29 años, en 1863, inmediatamente después de haber perdido el hijo que debía heredar su trono.
Kamehamaha V, su sucesor, solo gobernó 9 años. Llegó en una situación de total inestabilidad y se encontró en medio de confabulaciones y descontentos. Por eso inició una serie de construcciones carísimas destinadas a demostrar su fortaleza y su capacidad para adaptarse a lo tiempos. Incluso, puso en marcha construcciones para los extranjeros que venían a conocer las islas (entre ellos, Mark Twain, que viviría varios meses allí). Aún así, no pudo evitar que las enfermedades se propagaran y que incluso crecieran los casos de lepra, a tal punto, que tomó la decisión de confinar a todos los que la sufrían a la isla de Molokai para evitar la propagación del mal.
Su muerte sin descendencia llevó a los nobles y jefes de las islas a elegir como monarca a David Kalākaua, ya miembro de otra dinastía, quien a su desaparición en 1891 nombraría a su hermana Lydia Liliʻuokalani como sucesora. Ella sería la última monarca de las islas. Tan solo dos años después un golpe de estado organizado con ayuda de algunos grupos extranjeros la expulsaría del trono y Hawái se convertirá en un “Protectorado” del gobierno de los Estados Unidos. Por poco tiempo: con la llegada del siglo XX el territorio se uniría definitivamente a este país, dejando atrás sus ideas monárquicas, e iniciaría un nuevo rumbo.