Siete poemas de Alfonsina Storni
(Capriasca, Suiza, 29 de mayo de 1892 – Mar del Plata, Argentina, 25 de octubre de 1938)
Aunque nació en Capriasca (Suiza), a los cuatro años se trasladó con sus padres a Argentina. Antes de graduarse como maestra trabajó como camarera en el café de su familia y, también, fue actriz de teatro. En esos años empezó también a asistir a los círculos literarios argentinos y dio a conocer, recibiendo muy buenas críticas, sus primeras poesías. Colaboró en publicaciones como Nosotros, Caras y Caretas, La Nota o el periódico La Nación. Además en los años treinta viajó a Europa, en donde formó parte de actos literarios que le permitieron conocer a autores como Federico García Lorca o Ramón Gómez de la Serna.
Hay dos etapas en su poesía. La primera de ellas bebe del romanticismo y del modernismo propios de la época. A este periodo pertenecerían La inquietud del rosal (1916), su primera obra, El Dulce daño (1918), Irremediablemente (1919) o Languidez (1920), en donde ofrece poesías que, aunque siguen los tonos del género, dan cabida a un nuevo modelo de mujer que pese a seguir a veces sigue su rol tradicional igual es capaz de librar sus propias batallas. Luego, llegaría Ocre (1925), en donde se revela más reflexiva e irónica y la obra de poesía en prosa Poemas de amor (1926). Igualmente en esas fechas publicó su primera obra de teatro, El amo del mundo (1927), que pese a ser atacada por la mala interpretación que se hizo de las ideas feministas que contenía, no le desanimó para seguir cultivando este género. De allí obras como Cimbelina en el 1900 y pico (1931), Polixena y la cocinerita (1931).
En la segunda etapa de su poesía se notan sus viajes a España y la influencia que tuvo en ella la Generación del 27. A partir de ese momento, además, se mostró como una mujer totalmente liberada, tal y como demuestra Mundo de siete pozos (1934). Su última obra sería Mascarilla y Trébol (1938), marcada por la enfermedad que sufría desde 1935 y en donde el dolor, el miedo y la desmotivación son motivos habituales.
Su situación, su cansancio y su escepticismo ante los tratamientos médicos le llevaron a tomar la decisión de acabar con su vida. Así, un día de octubre de 1938 marchó a Mar del Plata diciendo que deseaba descansar. Poco después, el 25 de octubre, se arrojó al mar, dejando una carta para su hijo y un poema llamado “Voy a dormir”. El hecho inspiraría la canción “Alfonsina y el mar” (en donde se incluyen algunos versos de este último poema), de Ariel Ramírez y Félix Luna.
De su poesía se ha dicho que “cambió el sentido de las letras de Latinoamérica”. Su mirada inédita, sus textos reflexivos y abstractos, repletos de nostalgia y melancolía, hicieron de ella una de las poetas de mayor trascendencia en su siglo. Además, junto a Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, fue, tanto por el contenido de sus obras como por su calidad, una de las principales responsables de la lucha por el reconocimiento de la literatura femenina en América.
UN DÍA
Andas por esos mundos como yo; no me digas
Que no existes, existes, nos hemos de encontrar;
No nos conoceremos, disfrazados y torpes,
Por los anchos caminos echaremos a andar.
No nos conoceremos, distantes uno de otro
Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar.
¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?
Diremos, el camino volviendo a desandar.
Quizá nos encontremos frente a frente algún día,
Quizá nuestros disfraces nos logremos quitar.
Y ahora me pregunto... Cuando ocurra, si ocurre,
¿Sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?
(De "Languidez", 1920)
VIEJA LUNA
Me protegen tus brazos del invierno.
Bajo su amparo tierno
Dejo pasar las horas en letargo
Triste y largo.
Siento que toda cosa me es amada,
Que de la caridad estoy acompañada.
Amo hasta el mal que hiere:
¡Piedad para el que muere!
Oh, vieja luna, descarnado mundo
Que recorres el cielo en silencio profundo.
¡Cuánto calor tiene el amado mío!...
Luna, ¿no tienes frío?
(De "Irremediablemente", 1919)
DOS PALABRAS
Esta noche al oído me has dicho dos palabras
Comunes. Dos palabras cansadas
De ser dichas. Palabras
Que de viejas son nuevas.
Dos palabras tan dulces que la luna que andaba
Filtrando entre las ramas
Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
Moverme para echarla.
Tan dulces dos palabras
—Que digo sin quererlo— ¡oh, qué bella, la vida!—
Tan dulces y tan mansas
Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.
Tan dulces y tan bellas
Que nerviosos, mis dedos,
Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran
Cortar estrellas.
(De "El dulce daño", 1918)
PAZ
Vamos hacia los árboles... el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen
(De "Irremediablemente", 1919)
ALMA DESNUDA
Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
(De "Irremediablemente", 1919)
VIAJE
Hoy me mira la luna
blanca y desmesurada.
Es la misma de anoche,
la misma de mañana.
Pero es otra, que nunca
fue tan grande y tan pálida.
Tiemblo como las luces
tiemblan sobre las aguas.
Tiemblo como en los ojos
suelen temblar las lágrimas.
Tiemblo como en las carnes
sabe temblar el alma.
¡Oh! la luna ha movido
sus dos labios de plata.
¡Oh! la luna me ha dicho
las tres viejas palabras:
«Muerte, amor y misterio...»
¡Oh, mis carnes se acaban!
Sobre las carnes muertas
alma mía se enarca.
Alma —gato nocturno—
sobre la luna salta .
Va por los cielos largos
triste y acurrucada.
Va por los cielos largos
sobre la luna blanca.
VOY A DORMIR
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
(De "Mascarilla y trébol", 1938)