sábado, 23 de noviembre de 2024 00:04h.

Siete poemas de Amado Nervo

Amado Nervo (Foto: Biblioteca virtual Miguel de Cervantes)
Amado Nervo (Foto: Biblioteca virtual Miguel de Cervantes)

(Tepic, México, 27 de agosto de 1870 – Montevideo, Uruguay, 24 de mayo de 1919)

En su juventud sufrió dos pérdidas que marcaron su vida y su poesía: la muerte de su padre, cuando apenas era adolescente y la de su hermano Juan, pocos años después.

Realizó sus primeros estudios en Michoacán, y después en Zamora, en donde inició Ciencias, filosofía y el primer año de leyes, pero tuvo que abandonar en 1891 por las dificultades económicas de la familia. Luego, trabajó en Tepic y Mazatlán, realizando labores en el despacho de un abogado y enviando artículos a periódicos.

Fue tras trasladarse a México, en 1894, cuando empezó a demostrar sus dotes literarias y poéticas. Colaboró con la Revista Azul y se relacionó con escritores como Luis G. Urbina, Rubén Darío o José Santos Chocano, a la par que seguía escribiendo para periódicos como El Universal o El Mundo. A raíz de su labor en este último, logró la dirección de un suplemento del mismo llamado El Mundo Cómico que tiempo después funcionó de modo independiente. Además, al término del siglo fundó y codirigió junto a Jesús Valenzuela la Revista Moderna.

Fue entonces cuando empezó a destacar como literato y poeta. En 1892 había publicado su novela Pascual Aguilera, pero esta pasó desapercibida, a diferencia de El bachiller (1895), que despertó el interés de la crítica y le dio fama en su país. En 1898, además, aparecieron sus dos primeros libros de poesía, Perlas negras y Mística, a los cuales siguió su tercera y también exitosa novela El donador de almas (1899).

En 1900 se trasladó a París como corresponsal de El Imparcial, circunstancia que le permitió relacionarse con varios autores europeos, entre ellos, Oscar Wilde, y viajar por distintos países del continente. Además, conoció a la mujer que fue su gran amor, Ana Cecilia Luisa Dailliez, en agosto de 1901, con quien permaneció hasta que, al año siguiente, tuvo que regresar a México. En 1904 pudieron reunirse los dos, pues Ana se trasladó con él. Estas circunstancias le servirían de inspiración para sus  siguientes obras de poesía: Poemas (1901), El éxodo y las flores del camino (1902), Lira heroica (1902) y Las voces (1904). La pareja, sin embargo, no estuvo mucho tiempo allí, pues Amado fue nombrado diplomático y ambos regresaron a Europa.

A partir de entonces la temática de sus obras cambia, quedando patente su constante búsqueda de Dios. Así sucede con Los jardines interiores (1905), En voz baja (1909), Serenidad (1914), Elevación (1917) y Plenitud (1918). Esto aún se hace más patente tras la siguiente gran tragedia de su vida: la muerte de Ana Cecilia en 1912 tras enfermar de tifoidea. A ella dedicará los poemas de La amada inmóvil, que fueron publicados después de la muerte de Nervo.

Después de que tuviera lugar la Revolución mexicana regresó a su país. Entretanto, perdió temporalmente su cargo de diplomático, pero luego fue nombrado nuevamente para desempeñarlo. Así, como tal, estuvo en Argentina y después, Uruguay, en donde enfermó gravemente. Falleció en Montevideo a los 48 años.

Otras obras de Amado Nervo son En Paz (1915) y El estanque de los lotos (1919), además de la novela El diablo desinteresado (1916). Cuenta también con ensayos como Juana de Asbaje (1910) o Mis filosofías (1912); además de cuentos, como Ellos (1915) o Plenitud (1918). En todos ellos sigue manteniendo los temas fundamentales de su obra: sus experiencias personales, la búsqueda de Dios (sobre todo, tras la muerte de su amada) o su interés por los asuntos filosóficos. La poeta y crítica literaria Sarah Bollo dijo de él: “Poeta del silencio, poeta de los fervores íntimos, del amor perdido; deseoso de besar el rostro de Dios y cadenas humanas lo retienen postrado en la sombra; profeta de la serenidad resignada después del día rojo de la angustia y el grito; su amortiguada epopeya de cantor del cristiano sentimiento en los profanos días del arte, escrita para alivio de su corazón, ha llegado hasta nosotros que reverentemente la escuchamos”.

A LEONOR

Tu cabellera es negra como el ala
del misterio; tan negra como un lóbrego
jamás, como un adiós, como un «¡quién sabe!»
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!

Tus ojos son dos magos pensativos,
dos esfinges que duermen en la sombra,
dos enigmas muy bellos... Pero hay algo,
pero hay algo más bello aún: tu boca.

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
para el amor, para la cálida
comunión del amor, tu boca joven;
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma!

Tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas...
Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!

NO SÉ QUIÉN ES

¿Quién es? -No sé: a veces cruza
por mi senda, como el hada
del ensueño: siempre sola...
siempre muda... siempre pálida...
¿Su nombre? No lo conozco.
¿De dónde viene? ¿Do marcha?
¡Lo ignoro! Nos encontramos,
me mira un momento y pasa:
¡Siempre sola...! ¡Siempre triste...!
¡Siempre muda...! ¡Siempre pálida!

Mujer: ha mucho que llevo
tu imagen dentro del alma.
Si las sombras que te cercan,
si los misterios que guardas
deben ser impenetrables
para todos, ¡calla, calla!

¡Yo sólo demando amores:
yo no te pregunto nada!

¿Buscas reposo y olvido?
Yo también. El mundo cansa.
Partiremos lejos, lejos
de la gente, a tierra extraña;
y cual las aves que anidan
en las torres solitarias,
confiaremos a la sombra
nuestro amor y nuestras ansias...

PERLAS NEGRAS XII

Sol esplendente de primavera,
a cuyo beso, fresca y lozana,
la flor se yergue, la mariposa
viola el capullo, la yema estalla;
sol esplendente de primavera:
¡yo te aborrezco! porque desgarras
las brumas leves, que me circundan
como rizado crespón de plata.

A mí me gustan las tardes grises,
las melancolías, las heladas,
en que las rosas tiemblan de frío,
en que los cierzos gimiendo pasan,
en que las aves, entre las hojas,
el pico esconden bajo del ala.

A mí me gustan esas penumbras
indefinibles de la enramada,
a cuyo amparo corren las fuentes,
surgen los gnomos, las hojas charlan...
Sol esplendente de primavera,
cede tu gloria, declina, pasa:
deja las brumas que me rodean
como rizado crespón de plata.

Bellas mujeres de ardientes ojos,
de vivos labios, de tez rosada,
¡os aborrezco! Vuestros encantos
ni me seducen ni me arrebatan.

A mí me gustan las niñas tristes,
a mí me gustan las niñas pálidas,
las de apacibles ojos obscuros
donde perenne misterio irradia;
las de miradas que me acarician
bajo el alero de las pestañas...

Más que las rosas, amo los lirios
y las gardenias inmaculadas;
más que claveles de sangre y fuego,
la sensitiva mi vista encanta...

Bellas mujeres de ardientes ojos,
de vivos labios, de tez rosada:
pasad en ronda vertiginosa;
vuestros encantos no me arrebatan...

*

Himnos vibrantes de las victorias,
notas triunfales, bélicas marchas,
¡os aborrezco! porque, al oíros,
trémulas huyen mis musas blancas.

A mí me gustan las notas leves...
las notas leves... las notas lánguidas,
las que parecen suspiros hondos...
suspiros hondos de almas que pasan...

Chopin: delirio por tus nocturnos;
Beethoven: sueño con tus sonatas:
Weber: adoro tu Pensamiento
Schubert: me arroba tu Serenata.

¡Oh! Cuántas veces, bajo el imperio
de vuestra música apasionada,
Ella me dice: ¿Me quieres mucho?
y yo respondo: ¡Con toda el alma!

Himnos vibrantes de las victorias,
notas triunfales, bélicas marchas:
¡chit! porque huyen al escucharos,
trémulas todas, mis musas blancas...

Sol esplendente de primavera,
lindas mujeres de faz rosada,
himnos triunfales...; ¡dejadme a solas
con mis ensueños y mis nostalgias!

Pálidas brumas que me rodean
como rizado crespón de plata,
vagas penumbras, niñas enfermas
de ojos obscuros y tez de nácar,
notas dolientes: ¡venid, que os amo!
¡Venid, que os amo! ¡Tended las alas!

ME BESABA MUCHO

Me besaba mucho, como si temiera
irse muy temprano... Su cariño era
inquieto, nervioso.

                         Yo no comprendía
tan febril premura. Mi intención grosera
nunca vio muy lejos…

                         ¡Ella presentía!

Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.

LO MÁS NATURAL

Me dejaste -como ibas de pasada-
lo más inmaterial que es tu mirada.

Yo te dejé -como iba tan de prisa-
lo más inmaterial, que es mi sonrisa.

Pero entre tu mirada y mi risueño
rostro quedó flotando el mismo sueño.

POR ESA PUERTA

Por esa puerta huyó diciendo :«¡nunca!»
Por esa puerta ha de volver un día...
Al cerrar esa puerta dejo trunca
la hebra de oro de la esperanza mía.
Por esa puerta ha de volver un día.

Cada vez que el impulso de la brisa,
como una mano débil indecisa,
levemente sacude la vidriera,
palpita más aprisa, más aprisa,
mi corazón cobarde que la espera.

Desde mi mesa de trabajo veo
la puerta con que sueñan mis antojos
y acecha agazapando mi deseo
en el trémulo fondo de mis ojos.

¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo,
he de aguardar con la mirada incierta
a que Dios me devuelva compasivo
a la mujer que huyó por esa puerta?

¿Cuándo habrán de temblar esos cristales
empujados por sus manos ducales,
y, con su beso ha de llegar a ellas,
cual me llega en las noches invernales
el ósculo piadoso de una estrella?

¡Oh Señor!, ya la pálida está alerta;
¡oh Señor, cae la tarde ya en mi vía
y se congela mi esperanza yerta!
¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta
y entre por ella la adorada mía!...
¡Por esa puerta ha de volver un día!

¡AMEMOS!

Si nadie sabe ni por qué reímos
ni por qué lloramos;
si nadie sabe ni por qué vinimos
ni por qué nos vamos;

si en un mar de tinieblas nos movemos,
si todo es noche en derredor y arcano,
¡a lo menos, amemos!
¡Quizá no sea en vano!