Siete poemas de Antonio Machado
(Sevilla, 26 de julio de 1875 - Colliure, Francia, 22 de febrero de 1939)
Desde niño, estuvo en contacto con el mundo de la cultura. Su padre, Antonio Machado Álvarez, era abogado y periodista, además de un reconocido estudioso del folclore español; y su abuelo, Antonio Machado Núñez, era médico, catedrático y rector de la Universidad de Sevilla. A los ocho años se trasladó a Madrid con su familia, en donde tuvo la oportunidad de estudiar de acuerdo a los métodos pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza, teniendo como profesores a figuras tan importantes como Giner de los Ríos y Joaquín Costa.
Madrid le permitió compaginar sus años de estudiante en el instituto con el mundo bohemio de la capital española, muchas veces, en compañía de su hermano Manuel. Frecuentó así cafés de artistas, tertulias literarias (conociendo así a personajes como Valle-Inclán), tablaos… Prácticas que continuo cuando, desde 1899, ambos hermanos residieron en París, profundizando cada vez más en sus inquietudes poéticas. Al final, y como resultado de todo ello, en 1903 publicaría su primer libro: Soledades: poesías.
A partir de 1906 preparó una oposición para ser profesor de francés, a la par que participaba en revistas literarias como Helios, Blanco y Negro o Alma española. A la par, preparó una edición ampliada de su primer libro de poesía, Soledades. Galerías. Otros poemas, que publicó en 1907. En este año, además, se trasladó a Soria para ocupar su plaza de profesor de instituto, en donde conoció a Leonor, diecinueve años menor que él, con quien se casaría en 1909.
Fue allí, además, donde escribió la que para muchos es su gran obra, Campos de Castilla. Desafortunadamente, la alegría de ver la publicación del poemario se empañó, pues muy poco después de ello, en 1912, falleció Leonor, quedando Antonio en la desesperación absoluta.
Los siete años siguientes los pasó el poeta en Baeza, dedicado a la enseñanza y a estudiar, por libre, la carrera de Filosofía y Letras. Posteriormente estuvo en Segovia, en donde inició una relación con Pilar de Valderrama, una mujer casada que le inspiró sus canciones a “Guiomar”, aparecidas en otro de sus grandes libros de poesía, Nuevas canciones (1924). Igualmente, empezó en ese tiempo las colaboraciones con su hermano Manuel en el teatro, dando lugar a obras conjuntas como Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel (1926), Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1930) o La prima Fernanda (1930).
En Segovia asistió a la llegada de la Segunda República, para, muy poco después trasladarse a Madrid, iniciando una etapa en que escribiría menos poesía (pese a que aún dio textos tan sobresalientes como su La tierra de Alvargonzález) y más textos en prosa, creando, además, a sus apócrifos Juan de Mairena y Abel Martín. Allí estuvo hasta que se inició la Guerra Civil y, por sus posiciones políticas a favor de la República, marchó a Rocafort (Valencia) con su familia, en donde permaneció hasta abril de 1938, cuando fue junto a los suyos evacuado a Barcelona. En esos años publicó La guerra y continuó escribiendo prosa, con trabajos como su Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo). Asimismo, escribió poesías tan significativas como El crimen fue en Granada, dedicado a Federico García Lorca.
Cuando las tropas del bando sublevado estaban a punto de tomar Barcelona, Antonio y su familia decidieron exiliarse en Francia. El traslado fue muy difícil y extraordinariamente triste. Entonces, ya estaba enfermo, y de hecho, no llegaría a ver el final de la guerra: moriría el 22 de febrero de 1939.
La poesía de Antonio Machado evolucionó con los años, pasando de una de influencias modernistas a otra de carácter más popular y directo, aunque en todas sus fases ofrece una serie de temas recurrentes: el paisaje español, el paso del tiempo, el amor y sus contradicciones, y, sobre todo, las emociones de los seres humanos. Además, tiene una poesía en que da cuenta de un lado muy reflexivo, casi filosófico. Toda, en su conjunto, hace de Antonio Machado uno de los más grandes poetas españoles de todos los tiempos.
RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
CUANDO SEA MI VIDA...
Cuando sea mi vida,
toda clara y ligera
como un buen río
que corre alegremente
a la mar,
a la mar ignota
que espera
llena de sol y de canción.
Y cuando brote en mi
corazón la primavera
serás tú, vida mía,
la inspiración
de mi nuevo poema.
Una canción de paz y amor
al ritmo de la sangre
que corre por las venas.
Una canción de amor y paz.
Tan solo de dulces cosas y palabras.
Mientras,
mientras, guarda la llave de oro
de mis versos
entre tus joyas.
Guárdala y espera.
INVENTARIO GALANTE
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano,
negras noches si luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre los pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.
De tu morena gracia
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos,
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.
YO VOY SOÑANDO CAMINOS...
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
CANCIONES A GUIOMAR
1. No sabía
si era un limón amarillo
lo que tu mano tenía,
o un hilo del claro día,
Guiomar, en dorado ovillo.
Tu boca me sonreía.
Yo pregunté: ¿qué me ofreces?
¿Tiempo en fruto, que tu mano
eligió entre madureces
de tu huerta?
¿Tiempo vano
de una bella tarde yerta?
¿Dorada ausencia encantada?
¿Copia en el agua dormida?
¿De monte en monte encendida,
la alborada
verdadera?
¿Rompe en sus turbios espejos
amor la devanadera
de sus crepúsculos viejos?
* * * * *
2. En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño -juntos estamos-
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: no puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.)
*
Por ti el mar ensaya olas y espumas,
y el iris, sobre el monte, otros colores,
y el faisán de la aurora canto y plumas,
y el búho de Minerva ojos mayores.
Por ti, ¡oh Guiomar!...
* * * * *
3.Tu poeta piensa en ti...
Tu poeta
piensa en ti. La lejanía
es de limón y violeta,
verde el campo todavía.
Conmigo vienes, Guiomar;
nos sorbe la serranía.
De encinar en encinar
se va fatigando el día.
El tren devora y devora
día y riel. La retama
pasa en Sombra; se desdora
el oro de Guadarrama.
Porque una diosa y su amante
huyen juntos, jadeante,
los sigue la luna llena.
El tren se esconde y resuena
dentro de un monte gigante.
Campos yermos, cielo alto.
Tras los montes de granito
y otros montes de basalto,
ya es la mar y el infinito.
Juntos vamos; libres somos.
Aunque el Dios, como en el cuento
fiero rey, cabalgue a lomos
del mejor corcel del viento,
aunque nos jure, violento,
su venganza,
aunque ensille, el pensamiento,
libre amor, nadie lo alcanza.
*
Hoy te escribo en mi celda de viajero,
a la hora de una cita imaginaria.
Rompe el iris al aire el aguacero,
y al monte su tristeza planetaria.
Sol y campanas en la vieja torre.
¡Oh tarde viva y quieta que opuso
al panta rhei su nada corre,
tarde niña que amaba a su poeta!
¡Y día adolescente
-ojos claros y músculos morenos-,
cuando pensaste a amor, junto a la fuente,
besar tus labios y apresar tus senos!
Todo a esta luz de abril se transparenta;
todo en el hoy de ayer, el todavía
que en sus maduras horas
el tiempo canta y cuenta,
se funde en una sola melodía,
que es un coro de tardes y de auroras.
A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.
SEÑOR, YA ME ARRANCASTE LO QUE YO MÁS QUERÍA…
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.