Siete poemas de Gabriela Mistral
(Vicuña, 7 de abril de 1889 – Nueva York, 10 de enero de 1957)
Su verdadero nombre era Lucila Godoy. Pasó la infancia en distintas poblaciones, aunque siempre consideró Montegrande como la más importante. Su madre se llamaba Petronila Alcayaga Rojas y su padre era un profesor y poeta llamado Juan Jerónimo Godoy Villanueva que abandonó el hogar cuando tenía ella tres años. Gabriela, sin embargo, dijo deberle su vocación poética, pues los primeros versos que leyó, que le apasionaron, fueron los que escribió él.
Ya en 1904, con 15 años, empezó a trabajar como profesora docente. Igualmente, envió sus primeros artículos de tipo educativo y literario a los diarios. Esta trayectoria y experiencia le permitieron obtener el título de “profesora de Estado” y entrar con 21 años en el Liceo de Niñas de Traiguén. Pronto, sin embargo, se desplazó a otros centros del país.
En junio de 1922 viajó a México, en donde se encontró con un sistema educativo muy receptivo a sus ideas pedagógicas. Así, aunque al principio solo acudió para dar a conocer la literatura chilena, luego el ministro de educación José Vasconcelos le pidió que preparara un libro de lectura para mujeres, incluyéndole, además, dentro de los trabajos de enseñanza rural e indígena. Desde entonces se involucró en el proyecto con total intensidad. De este modo, empezó a moverse tanto en el ámbito de los grupos más empobrecidos como en los altos puestos del gobierno.
En 1925 regresó a Chile y fue nombrada delegada chilena del Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones. Igualmente ese mismo año fundó junto a Víctor Andrés Belaúnde el Instituto de la Colección de los Clásicos Iberoamericanos. Posteriormente trabajó en distintas escuelas e incluso llegó a ser directora del Liceo número 6 de Santiago, compaginando todo aquello con la publicación de diversos artículos pedagógicos y vinculados a los derechos del niño.
Por aquel entonces Gabriela ya se había consagrado como poeta. Primero, gracias a la publicación en 1915 de su obra Sonetos de la muerte, que escribió después de que Romelio Ureta, a quien muchos señalan como uno de sus primeros amores, se suicidara; pero sobre todo tras la aparición de Desolación en 1922, considerada su primera obra maestra, y Ternura (1923), orientada al mundo infantil. En estas ya utilizó su seudónimo literario, “Gabriela Mistral”, que eligió en homenaje a Gabriela D’Annunzio y Frédéric Mistral.
Tras residir en Chile, marchó a Europa, donde sirvió como secretaria de una de las secciones de la Liga de Naciones en 1926. Desde entonces vivió entre América y Europa mientras seguía escribiendo poesías que poco a poco iban logrando mayor alcance y reconocimiento. De esos años son, por ejemplo, Nubes blancas: poesías (1930) y sobre todo un título que está altamente considerado, Tala (1938), en donde se reafirmaba el indigenismo y el americanismo.
En 1945, fecha en que era cónsul en Brasil, se convirtió en la primera mujer iberoamericana en recibir el premio Nobel. El jurado se lo otorgó por “su obra lírica que, inspirada en poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”.
Tras el premio fue construyendo los poemas de su siguiente obra, Lagar (1954), en donde con gran originalidad dejó huella del ambiente vivido en la Segunda Guerra Mundial y de sus sensaciones de tristeza y pérdida. Cuando la publicó tenía ya algunos problemas de salud y vivía con la escritora Doris Dana, sobre cuya relación se ha escrito mucho, si bien, ambas manifestaron que nunca fue de tipo sexual. Sea como fuere, las dos se mantuvieron juntas hasta la muerte de Mistral, el 10 de enero de 1957.
Su poesía está entre lo más grande de la literatura latinoamericana. En sus orígenes tenía gran influencia del modernismo, sobre todo de autores como Amado Nervo o Rubén Darío ( a quien conoció algunos años antes de su fallecimiento), pero luego halló un estilo personal, de gran musicalidad y simbolismo, más sencillo en su lenguaje, que se ve marcado por las penas (el suicidio de Ureta y de un sobrino suyo, a quien tenía gran cariño, Yin Yin) y la sensación de abandono y orfandad (no solo por el abandono paterno cuando tenía tres años, también por su vida errante). Su labor como educadora le hizo tener además especial atención en su obra a los niños, a quienes dedicó bellos versos, canciones de cuna y rondas. Igual hay muestras de su enorme amor por los desvalidos y por su tierra.
ADIÓS
En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!
AMOR, AMOR
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡lo tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de amar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras;
te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!
BESOS
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.
Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.
Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.
Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.
Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.
Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.
Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.
Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.
Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.
¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.
¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.
Yo te enseñe a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.
DESOLACIÓN
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir intensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no encuentro los instantes,
porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su altura bajando de los cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
DESVELADA
Como soy reina y fui mendiga, ahora
vivo en puro temblor de que me dejes,
y te pregunto, pálida, a cada hora:
«¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!»
Quisiera hacer las marchas sonriendo
y confiando ahora que has venido;
pero hasta en el dormir estoy temiendo
y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?»
RIQUEZA
Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída:
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas,
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida....
VERGÜENZA
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje el río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan,
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mí frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!