sábado, 23 de noviembre de 2024 00:04h.

Siete poemas de Jaime Sabines

(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926 – Ciudad de México, 19 de marzo de 1999) 

Es una de las grandes personalidades de la poesía mexicana contemporánea. Sintió atracción desde muy pronto por el ámbito literario, en parte, porque su padre, Julio Sabines, buscó inculcarle el gusto (a él le dedicó Jaime su Algo sobre la muerte del mayor Sabines, su poema favorito). De joven pensó que iba a ser médico, y por eso en 1945 inició sus estudios en la Escuela Nacional de Medicina, pero pronto descubrió que aquella no era su vocación. Que quería ser escritor. Así, abandonó sus estudios y, sin abandonar su sueño, comenzó a trabajar en la tienda de telas El Modelo, de su hermano Juan. Luego, en 1949 decidió iniciar la Licenciatura en Lengua y Literatura española en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad  Nacional Autónoma de México, en donde pudo compartir, junto a sus compañeros, sus gustos y andanzas literarias. De aquellos años datan Hora (1949), su primer poemario, al que siguieron La señal (1951) y Adán y Eva (1952), su primera incursión en la poesía en prosa.

En 1952 regresó a Chiapas y al año siguiente se casó con Josefa Rodríguez, con la que tuvo cuatro hijos. Como no podía vivir de su carrera de escritor volvió a trabajar como vendedor de tela, cosa que tiempo después él mismo señalaría como uno de los detalles que le ayudaron a forjar su carácter. “Me sentía humillado y ofendido por la vida –escribiría Sabines-; ¿cómo era posible que estuviese en aquella actividad, la más antipoética del mundo? Después de dos o tres años comencé a ser humilde, a decirme: que se vaya al carajo el poeta”.

En 1959 se trasladó a México, en donde, junto a su hermano Juan, estableció un negocio familiar de fabricación de alimentos para animales. Antes había dejado por escrito su obra Tarumba, una de las más importantes de su trayectoria (1956). Fue a partir de entonces cuando empezó a obtener un mayor reconocimiento. Ese 1959 obtuvo el Premio Chiapas; en 1964 pasó a ser becario del centro Mexicano de Escritores; y en 1972 recibió el Premio Xavier Villaurrutia. Entretanto, en 1967, publicó Yuria; en 1972 Maltiempo; y en 1983 Los amorosos: Cartas a Chepita, que tuvo gran éxito. Luego llegarían premios como el Elías Sourasky (1982); el Premio Nacional de Ciencias y Artes Lingüísticas y Literatura (1983); la medalla Belisario Domínguez (1994); y el Premio Mazatlán de Literatura (1996). Además, desarrolló en paralelo una carrera política.

Está considerado como uno de los más excepcionales poetas en español. José Emilio Pacheco dijo que con obras como Tarumba se adelantó a su tiempo y Octavio Paz lo calificó como uno de los mejores poetas contemporáneos en español. "Su humor –diría también- es un chaparrón de bofetadas, su risa culmina en un aullido, su cólera es acelerada y su ternura colérica. Pasa del jardín de la infancia a la sala de operaciones. Para Sabines, todos los días son el primero y el último día del mundo".

LA COJITA ESTÁ EMBARAZADA

La cojita está embarazada.
Se mueve trabajosamente,
pero qué dulce mirada
mira de frente.

Se le agrandaron los ojos
como si su niño
también le creciera en ellos
pequeño y limpio.
A veces se queda viendo
quién sabe qué cosas
que sus ojos blancos
se le vuelven rosas.

Anda entre toda la gente
trabajosamente.
No puede disimular,
pero, a punto de llorar,
la cojita, de repente,
se mira el vientre
y ríe. Y ríe la gente.

La cojita está embarazada
ahorita está en su balcón
y yo creo que se alegra
cantándose una canción:
«cojita del pie derecho
y también del corazón».

MISS X

Miss X, sí, la menuda Miss Equis,
llegó, por fin, a mi esperanza:
alrededor de sus ojos,
breve, infinita, sin saber nada.
Es ágil y limpia como el viento
tierno de la madrugada,
alegre y suave y honda
como la yerba bajo el agua.
Se pone triste a veces
con esa tristeza mural que en su cara
hace ídolos rápidos
y dibuja preocupados fantasmas.
Yo creo que es como una niña
preguntándole cosas a una anciana,
como un burrito atolondrado
entrando a una ciudad, lleno de paja.
Tiene también una mujer madura
que le asusta de pronto la mirada
y se le mueve dentro y le deshace
a mordidas de llanto las entrañas.
Miss X, sí, la que me ríe
y no quiere decir cómo se llama,
me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra,
que me ama pero que no me ama.
Yo la dejo que mueva la cabeza
diciendo no y no, que así me cansa,
y mi beso en su mano le germina
bajo la piel en paz semilla de alas.
Ayer la luz estuvo
todo el día mojada,
y Miss X salió con una capa
sobre sus hombros, leve, enamorada.
Nunca ha sido tan niña, nunca
amante en el tiempo tan amada.
El pelo le cayó sobre la frente,
sobre sus ojos, mi alma.

La tomé de la mano, y anduvimos
toda la tarde de agua.

¡Ah, Miss X, Miss X, escondida
flor del alba!

Usted no la amará, señor, no sabe.
Yo la veré mañana.

TE QUIERO A LAS DIEZ DE LA MAÑANA

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?

SE HA VUELTO LLANTO ESTE DOLOR AHORA

Se ha vuelto llanto este dolor ahora
y es bueno que así sea.
Bailemos, amemos, Melibea.

Flor de este viento dulce que me tiene,
rama de mi congoja:
desátame, amor mío, hoja por hoja,

mécete aquí en mis sueños,
te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna:
déjame que te bese una por una,

mujeres tú, mujer, coral de espuma.

Rosario, sí, Dolores cuando Andrea,
déjame que te llore y que te vea.

Me he vuelto llanto nada más ahora
y te arrullo, mujer, llora que llora

BOCA DE LLANTO

Boca de llanto, me llaman
tus pupilas negras,
me reclaman. Tus labios
sin ti me besan.
¡Cómo has podido tener
la misma mirada negra
con esos ojos
que ahora llevas!

Sonreíste. ¡Qué silencio,
qué falta de fiesta!
¡Cómo me puse a buscarte
en tu sonrisa, cabeza
de tierra,
labios de tristeza!

No lloras, no llorarías
aunque quisieras;
tienes el rostro apagado
de las ciegas.

Puedes reír. Yo te dejo
reír, aunque no puedas.

ESPERO CURARME DE TI EN UNOS DÍAS

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

TU CUERPO ESTÁ A MI LADO

Tu cuerpo está a mi lado
fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo enamorado.
Esta mortal ternura con que callo
te está abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles mis brazos.
Miro mi cuerpo, el muslo
en que descansa tu cansancio,
tu blando seno oculto y apretado
y el bajo y suave respirar de tu vientre
sin mis labios.
Te digo a media voz
cosas que invento a cada rato
y me pongo de veras triste y solo
y te beso como si fueras tu retrato.
Tú, sin hablar, me miras
y te aprietas a mí y haces tu llanto
sin lágrimas, sin ojos, sin espanto.
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
se ponen a escuchar lo que no hablamos.