Siete poemas de José Ángel Buesa
(Cienfuegos, Cuba, 2 de septiembre de 1910 – Santo Domingo República Dominicana, 14 de agosto de 1982)
Ya siendo un niño, con siete años, demostró su pasión por la poesía. De hecho, escribía entonces sus versos con tanto gusto y dedicación que, quienes lo veían, pensaban que estaban ante una persona adulta. E, igual, mientras realizó sus estudios secundarios en el Colegio de los Hermanos Maristas de Cienfuegos. Pero fue al completar estos cuando le llegó la gran oportunidad como poeta, pues fue entonces cuando se trasladó a La Habana y pudo conocer la bohemia local y las entidades literarias que allí operaban.
El resultado de todo aquello fue su primer poemario, La fuga de las horas (1932), que publicó a los 22 años y que ya contaba con composiciones tan bellas como “El hijo del sueño”. Texto al que siguieron, todos en la misma década, Misas paganas (1933), Babel (1936), Poemas en la arena (1937) y Canto final (1938); que le llevaron a obtener en 1938 el Premio Nacional de Literatura.
Tras esta concesión se dedicó un tiempo para preparar su siguiente trabajo, y el resultado fue el importantísimo Oasis, un libro, publicado en 1943, que le trajo el éxito y que propició que a partir de aquel momento sus obras se distribuyeran masivamente. Así, a finales de los años 50 ya había vendido más de un millón de ejemplares de sus publicaciones, cifra que, dos decenios después, había alcanzado los dos millones. Algo, desde luego, al alcance de muy pocos poetas
Ese éxito, sin embargo, hizo que su trabajo se observara con cierto recelo (luego de Oasis, llegaron textos como Cantos de Proteo, Poeta enamorado o Poemas prohibidos). De hecho, que llegara de ese modo a los distintos sectores sociales llevó a que muchos críticos le criticaran por hacer una poesía, como decían, de fácil consumo que evitaba las complejidades líticas y temáticas. E incluso afirmaron que todo venía propiciado por el hecho de que la vida amorosa del autor generase numerosos rumores, tantos, que el pueblo trataba de ver, entre líneas, las experiencias que había tras las poesías. Un trato que, sin embargo, con el paso del tiempo algunos críticos han querido matizar dando cuenta de los hallazgos de su poesía. Entre ellos, el profesor y doctor en Literatura Comparada Gustavo Pérez Firmat, quien hace unos años resumió la situación del poeta en el artículo “Leyendo a Buesa” con estas palabras: “La poesía de Buesa se aprende, pero no se estudia; se recita, pero no se cita”.
Buesa siguió escribiendo en los años siguientes, apareciendo regularmente en la radio y en la televisión de Cuba e incluso realizando algunos seriales, hasta que en 1961 (ó 1963, según fuentes) decidió exiliarse de la isla. Una decisión que llevó a que, desde ese momento, cayera el olvido sobre él. Y que su memoria no se empezara a recuperar para la crítica hasta finales de los noventa, cuando empezó a aparecer en distintos trabajos y estudios.
Buesa pasaría los últimos diecinueve años de su vida en el exilio. Primero, en las islas Canarias, y luego en El Salvador antes de recalar definitivamente en Santo Domingo, en donde ejerció como catedrático de literatura en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Tras su muerte, en 1982, sus restos fueron llevados a Miami.
Hoy día todavía está pendiente una labor que permita profundizar en su obra y, también, en su biografía. Porque llama la atención que un autor que en su día alcanzó una fama similar a la que tuvo Neruda ofrezca en estos momentos tan poca información en Internet (basta con echar un vistazo a la Wikipedia para confirmarlo). Más aún cuando su poesía, sentimental, tiene una capacidad especial para llegar a los lectores. Porque son directos, porque son bellos, porque rápidamente uno se identifica con lo que dice. Como dice el mencionado Gustavo Pérez: “la poesía de Buesa, en vez de obviar la necesidad de una lectura acuciosa, la solicita. No es verdad que sólo lo difícil es estimulante; igual de estimulante puede ser la indagación en lo fácil, en el espesor de las superficies, sobre todo, cuando detrás de la tan mentada ‘facilidad’ de Buesa se oculta una práctica de escritura mucho más compleja de lo que se piensa”.
LA SED INSACIABLE
Decir adiós... La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo...
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.
Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama...
Y no saber por qué se olvida...
Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.
Buscar la luz que se eterniza,
la clara lumbre duradera,
y al fin saber que en una hoguera
lo que más dura es la ceniza.
Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.
Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.
Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa...
A UNA LÁGRIMA
Gota del mar donde en naufragio lento
se hunde el navío negro de una pena;
gota que, rebosando, nubla y llena
los ojos olvidados del contento.
Grito hecho perla por el desaliento
de saber que si llega a un alma ajena,
ésta, sin escucharlo, le condena
por vergonzoso heraldo del tormento.
Piedad para esa gota, que es cual llama
de la que el corazón se desahoga
cual desahoga espinas una rama.
Piedad para la lágrima que azoga
el dolor, pues si así no se derrama,
el alma, en esa lágrima se ahoga...
LA FUGA INFINITA
Se fue mi niñez...
Batiendo sus alas de rosa partió...
Le rogué, llorando: «¡Vuelve a mí otra vez!»
—Volveré— me dijo... Pero no volvió...
Después, mi inocencia, cual mística flor,
se mustió entre las
llamaradas locas del pagano amor,
y a mi alma su aroma no tornó jamás...
Y, al llegar mis dudas, se marchó mi fe...
—«¿Volverás?»— le dije... No sé si me oyó:
Hizo un gesto vago me miró y se fue.
Luego, acurrucada, sufrió mi ilusión
de los desengaños el flagelo cruel:
Me miró con húmedos ojos de lebrel
y se fue en silencio de mi corazón...
Y yo sé que un día también tú te irás,
sin que mis caricias puedan retenerte,
pues ya hacia otros brazos, o ya hacia la muerte,
no te detendrás...
Porque sé que un día llegará el olvido,
y sé que ese día te me irás, mujer,
como tantas cosas que ya se me han ido:
¡Para no volver!...
CANCIÓN DEL AMOR LEJANO
Ella no fue, entre todas, la más bella,
pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más; y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.
Acaso fue porque la amé de lejos,
como una estrella desde mi ventana...
Y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos.
Tuve su amor como una cosa ajena
como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.
Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía.
Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.
Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.
Por eso aún pienso en la mujer aquella,
la que me dio el amor más hondo y largo...
Nunca fue mía. No era la más bella.
Otras me amaron más... Y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.
POEMA DEL AMOR AJENO
Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo
como queda un perfume donde había una flor.
Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo;
y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor.
La vida nos acerca y la vez nos separa,
como el día y la noche en el amanecer...
Mi corazón sediento ansía tu agua clara,
pero es un agua ajena que no debo beber...
Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo,
nunca te vas del todo, como una cicatriz;
y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo,
pues al perder la espiga retiene la raíz.
Tu amor es como un río, que parece más hondo,
inexplicablemente, cuando el agua se va.
Y yo estoy en la orilla, pero mirando al fondo,
pues tu amor y la muerte tienen un más allá.
Para un deseo así, toda la vida es poca;
toda la vida es poca para un ensueño así...
Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca;
y tú estarás con otro... ¡pero pensando en mí!
POEMA DEL FRACASO
Mi corazón, un día, tuvo un ansia suprema,
que aún hoy lo embriaga cual lo embriagara ayer;
Quería aprisionar un alma en un poema,
y que viviera siempre... Pero no pudo ser.
Mi corazón, un día, silenció su latido,
y en plena lozanía se sintió envejecer;
Quiso amar un recuerdo más fuerte que el olvido
y morir recordando... Pero no pudo ser.
Mi corazón, un día, soñó un sueño sonoro,
en un fugaz anhelo de gloria y de poder;
Subió la escalinata de un palacio de oro
y quiso abrir las puertas... Pero no pudo ser.
Mi corazón, un día, se convirtió en hoguera,
por vivir plenamente la fiebre del placer;
Ansiaba el goce nuevo de una emoción cualquiera,
un goce para él solo... Pero no pudo ser.
Y hoy llegas tú a mi vida, con tu sonrisa clara,
con tu sonrisa clara, que es un amanecer;
y ante el sueño más dulce que nunca antes soñara,
quiero vivir mi sueño... Pero no puede ser.
Y he de decirte adiós para siempre, querida,
sabiendo que te alejas para nunca volver,
Quisiera retenerte para toda la vida...
¡Pero no puede ser! ¡Pero no puede ser!
POEMA DEL RENUNCIAMIENTO
Mon âme a son secret... (Arvers)
Pasarás por mi vida sin saber que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar,
fingiré una sonrisa como un dulce contraste
del dolor de quererte... y jamás lo sabrás.
Soñaré con el nácar virginal de tu frente,
soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar,
soñaré con tus labios desesperadamente,
soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás.
Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás.
Yo te amaré en silencio... como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
—el tormento infinito que te debo ocultar—,
te diré sonriente: «No es nada... ha sido el viento».
Me enjugaré una lágrima... ¡y jamás lo sabrás!