jueves, 21 de noviembre de 2024 00:00h.

Siete poemas de Silvina Ocampo

(Buenos Aires, 28 de julio de 1903 – Buenos Aires, 14 de diciembre de 1993)

Nació en una familia acomodada de la alta burguesía con gran relevancia política y social. Aprendió, ya de niña, tres idiomas, pues tuvo tres institutrices procedentes de Francia e Inglaterra. Su infancia, según algunos biógrafos, no fue especialmente feliz, pues se sintió sola y con la única compañía de las trabajadoras del hogar. Esto se hizo aún más evidente tras la muerte de su hermana Clara y la boda de su hermana Victoria, pues, con ella, se llevó, como expresó Silvina, a “la niñera que yo más quería, la que más me cuidó, la que más me mimó”.

En 1908, con cinco años, viajó a Europa por primera vez. Posteriormente estudió dibujo en París junto a Giorgio de Chirico y Fernand Léger. Allí trabó también amistad con el escritor Italo Calvino. A su regreso a Buenos Aires, siguió perfeccionando su formación junto a Norah Borges y María Rosa Oliver. Igualmente, se integró en la prestigiosa revista literaria Sur, fundada por su hermana Victoria en 1931.

Un año después conoció al escritor Adolfo Bioy Casares, con quien se casaría en 1940. Ambos vivieron una relación compleja, especialmente por las continuas infidelidades de él. De hecho, tuvo este una hija extramatrimonial llamada Marta a quien Silvina cuidó como si fuera propia.

Fue poco antes de casarse cuando apareció su primera publicación, Viaje olvidado, de 1937, obra compuesta por pequeños cuentos muy vinculados a sus recuerdos de infancia (que su propia hermana consideró “distorsionados”). Por estas fechas también comenzó a publicar en Sur poesías y traducciones, aunque no fue hasta 1942 cuando apareció su primer poemario, Enumeración de la Patria, al cual seguirían Espacios métricos (1945), Sonetos del  jardín (1948) y Poemas de amor desesperado (1949). Además, publicó entretanto su primera novela, Los que aman, odian (1946), junto a su esposo Adolfo, y un nuevo libro de cuentos Autobiografía de Irene (1948).

Desde entonces Silvina fue alternando entre libros de poesía y cuentos. Así, entre los primeros estarían Los nombres (1953) por el cual ganó el Premio Nacional de Poesía, Lo amargo por dulce (1962), Amarillo celeste (1972), Cinco poemas (1973), Árboles de Buenos Aires (1979), Canto escolar (1979) y Breve Santoral (1985). En cuanto a los cuentos, estarían La furia (1959), muy bien considerado, Las invitadas (1961), Los días de la noche (1970), Y así sucesivamente (1987) y Cornelia frente al espejo (1988) además de algunos títulos dedicados al público infantil. 

Por estas fechas Silvina ya había logrado un reconocimiento que, por mucho tiempo, la crítica le había negado. Los pocos datos que dio de su vida privada, su timidez y su negativa a dar entrevistas, tampoco ayudaron a realizar interpretaciones de sus obras a partir de sus propias palabras, lo cual ha llevado a la crítica a numerosos debates respecto a los objetivos de la autora. De lo que no hay duda es de que con el tiempo se ha logrado reivindicar su originalidad, tanto en sus cuentos, como en su poesía.

En sus poemas evolucionó de una métrica de corte clásico, con rimas a veces un tanto inocentes, a otra más elaborada y variada. Entre sus temas favoritos estarían las metamorfosis del mundo, la naturaleza –con especial atracción por las plantas-, la niñez y la relación –amorosa o no- del yo con “el otro”.

Fallecería en 1993, a los 90 años. Desde entonces se han publicado distintos títulos a partir del material inédito que dejó.

A VECES TE CONTEMPLO EN UNA RAMA...

A veces te contemplo en una rama,
en una forma, a veces horrorosa,
en la noche, en el barro, en cualquier cosa,
mi corazón entero arde en tu llama.

Y sé que el cielo entre tus labios me ama,
que el aire forma tu perfil de diosa
de oro y de piedra, sola y orgullosa,
que nadie existirá si no te llama.

Entre tus manos quedaré indefensa,
no viviré si no es para buscarte
y cruzaré el dolor para adorarte,

pues siempre me darás tu recompensa,
que es mucho más de lo que te he pedido
y casi todo lo que habré querido.

LAS HUELLAS

A orillas de las aguas recogidas
en la luz regular del suelo unidas
como si juntas siempre caminaran,
solas, parecería que se amaran,
en la sal de la espuma con estrellas,
sobre la arena bajo el sol las huellas
de nuestros pies desnudos
tan lejanos, y mudos.
Dejando una promesa dibujada
nuestra voz entretanto ensimismada
se divide en el aire y atraviesa
la azul crueldad de la naturaleza
mientras solos cruzamos
la playa y nos hablamos.

NOS IREMOS, ME IRÉ CON LOS QUE AMAN…

Nos iremos, me iré con los que aman,
dejaré mis jardines y mi perro
aunque parezcas dura como el hierro
cuando los vientos vagabundos braman.

Nos iremos, tu voz, tu amor me llaman:
dejaré el son plateado del cencerro
aunque llegue a las luces del desierto
por ti, porque tus frases me reclaman.

Buscaré el mar por ti, por tus hechizos,
me echaré bajo el ala de la vela,
después que el barro zarpe cuando vuela

la sombra del adiós. Como en los fríos
lloraré la cabeza entre tu mano
lo que me diste y me negaste en vano.

QUISIERA SER TU PREDILECTA ALMOHADA...

Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.

SI SOY EN VANO AHORA LO QUE FUI...

Si soy en vano ahora lo que fui,
como la blanda y persistente arena
donde se borra el paso que la ordena,
no he sufrido bastante, amor, por ti.

Ah, si me hubieras dado sólo pena
y no la infiel intrépida alegría
tu crueldad no me lastimaría,
no podría apresarme tu cadena.

Quiero amarte y no amarte como te amo;
ser tan impersonal como las rosas;
como el árbol con ramas luminosas

no exigir nunca dichas que hoy reclamo;
alejarme, perderme, abandonarte,
con mi infidelidad recuperarte.

SONETO DEL AMOR DESESPERADO

Mátame, espléndido y sombrío amor,
si ves perderse en mi alma la esperanza;
si el grito de dolor en mí se cansa
como muere en mis manos esta flor.

En el abismo de mi corazón
hallaste espacio digno de tu anhelo,
en vano me alejaste de tu cielo
dejando en llamas mi desolación.

Contempla la miseria, la riqueza
de quien conoce toda tu alegría.
Contempla mi narcótica tristeza.

¡Oh tú, que me entregaste la armonía!
Desesperando creo en tu promesa.
Amor, contémplame, en tus brazos, presa.

ÚNICA SABIDURÍA

Lo único que sabemos
es lo que nos sorprende:
que todo pasa, como
si no hubiera pasado.